Hace años,
bastantes, estaba yo entonces con la delegación de Faro de Vigo en Ferrol, etapa de transición entre Ferrol Diario y La Voz de Galicia, protagonicé sin querer un incidente que quiero recordar. Es pura anécdota que nos sitúa en el clima del miedo y del
terror que a la sazón se vivía por la acción asesina de ETA, fenómeno afortunadamente
eliminado hoy por la sociedad de la lista de las principales preocupaciones. Eran
primeros años de la democracia y se celebraba, como es habitual en este día, la
festividad de la patrona de la Guardia Civil con una ceremonia litúrgica en la
iglesia castrense de San Francisco. Yo, cámara en ristre, hice la entrada en el
templo por un lateral del altar, para captar a las autoridades civiles y
militares que estaban en primera fila presidiendo el acto. Creo que es importante
señalar que mi apariencia pudo haber levantado alguna sospecha. Pelo largo y
ropa vaquera absolutamente informal. Una vez frente a las representaciones
oficiales saqué del bolsillo una cartuchera que llevaba la cámara de fotos. Enseguida
noté que el Capitán General de la Zona Marítima del Cantábrico se ponía inquieto y hablaba con su ayudante. Me
percaté que mi presencia infundía preocupación y previendo lo que podía suceder
hice aceleradamente las fotos y abandoné aquel lugar del templo para irme a la
entrada y hacer otra instantánea del aspecto general de la concurrencia desde
atrás. Allí me esperaba un marinero de la escolta y me dijo que tenía órdenes
de impedirme el acceso a la iglesia bajo amenaza de retirarme el carrete.
La verdad es que me molestó un poco aquella actitud de la alta jerarquía de la
Armada española, a fin de cuentas estaba cumpliendo con mi deber y me puse un
poco farruco y dispuesto a marear la perdiz. Le dije al marinero que ya que no
podía entrar yo que fuese él a buscarme la funda de la cámara que había
olvidado en los banquillos próximos al altar. El escolta se me quedó mirando y
me dijo "pues va a ir usted y yo le acompaño". Un auténtico número
que llamó poderosamente la atención de todas las personas que asistían a la
misa en San Francisco. Fue peor el remedio que la enfermedad. Yo, seguido de un alto y fornido escolta armado,
desfilando por todo el pasillo central del templo hasta llegar a las
inmediaciones del altar. Incluso los oficiantes se quedaron extrañados. "Márchese
y no vuelva por aquí" me despidió el marinero de seguridad. Oficiosamente
hice mis indagaciones sobre aquel espontáneo y desagradable episodio. Me
dijeron que el almirante estaba muy preocupado con los atentados de ETA. ¡Qué
pinta de terrorista camuflado me debió de ver aquel oficial de la Marina y que pensaría
cuando me vio desenfundar la cámara de fotos de una vieja cartuchera! Lo dicho. Anécdotas para contar. Ocurrió tal día como hoy, años 80
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