Dicen que el
origen del desnudo en público en el curso de acontecimientos multitudinarios,
eventos extraordinarios y concentraciones de todo signo, siempre como elemento
de protesta, nació en EEUU como desafío a la escrupulosidad protestante. El
caso es que la moda se extendió por la aldea global y hoy es una práctica
habitual que moviliza en ocasiones a los guardianes del orden y de la buenas
costumbres, desagrada a las mentalidades conservadoras, pero en general cuenta
con la connivencia popular. El desnudo se da en colectivos, en hombres y
mujeres, pero también de forma individual y no solo en un contexto
reivindicativo sino que incluso las firmas publicitarias lo han utilizado
porque siempre llama poderosamente la atención. Existen también los llamados
streakers o corredores desnudos que se mueven movidos por el alcohol o atraídos
por la tentación de la transgresión. Sin que tenga nada que ver con esto último
, veíamos recientemente el caso de la joven Jill Love apodada enseguida como
la musa del 25-S que se desnudó de cintura para arriba entre los concentrados y
los antidisturbios y su imagen recorrió medio mundo. Dijo que lo hacía para
apaciguar los ánimos. Este mismo año en Brasil y Perú sendas escritoras se
desnudaban para protestar contra la piratería. Y mucho más recientemente, estos días
pasados, está el caso protagonizado por
Madonna llamando la atención sobre el drama de Malala, la adolescente pakistaní
tiroteada por los talibanes porque reivindica el derecho a la promoción de
las mujeres en la educación. ¿Que ocurriría si una gran multitud de personas de
ambos sexos, completamente desnudas, trataran de rodear el Congreso de los
Diputados o la sede de alguna institución europea en Bruselas?
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