sábado, 27 de octubre de 2012

El fantasma de la emigración


Mañana tengo una reunión familiar. Mis primos de la Terra Cha me han convocado para almorzar juntos acompañando al único tío, materno en este caso, que me queda, el tío Nicolás, nonagenario. Hasta aquí la referencia es irrelevante, pertenece al ámbito personal. El asunto lo saco a colación porque el tío Nicolás se desplaza desde Argentina, a donde emigró siendo muy joven.  Desde entonces viajó con relativa frecuencia al lugar de origen para sumergirse en sus raíces, en los escenarios de su infancia y adolescencia, para dar rienda suelta a la nostalgia y la saudade, para retornar a un pasado bañado en bucolismo, en recuerdos de familia, en momentos vitales, pero enmarcados en la extrema precariedad en la que se desenvolvía la España de la pre y posguerra. Mis progenitores -mi padre vino destinado a la parroquia ferrolana de Esmelle en donde ejerció el magisterio durante treinta años- habían nacido en Os Vilares de Guitiriz, tanto por una rama como por otra son familias supernumerosas, de diez a doce hermanos y una buena parte dejaron depositadas sus cenizas muy lejos de su tierra natal: Argentina, Estados Unidos, Costa Rica, Cuba. Después de años de bonanza, España vuelve a vivir circunstancias que pertenecían a un tiempo pretérito. Muchos ciudadanos, sobre todo jóvenes, ya han emprendido el viaje a lo desconocido en busca de la supervivencia económica, como hicieran nuestros ancestros en su afán de salir adelante y darnos a sus descendientes un futuro mejor. Pero la emigración tiene un precio, el desarraigo de la tierra propia, el trastorno emocional y sentimental, la marca psicológica que deja el vivir lejos de los orígenes. El tío Nicolás reproduce la misma historia. Viene en esta ocasión pensando que su edad avanzada pueda que le impida repetir la experiencia. Y quiere vivir unas horas de emoción, rodeado del cariño de los suyos que aquí se quedaron. Sé que esta aportación que hoy suscribo lleva el sello de la melancolía, pero ¿cuál es el estado de ánimo de la España actual, que no sea el de la desazón social y la melancolía, cuando no de tristeza y desesperación? Estoy convencido de que el tío Nicolás, conocedor del momento que vivimos, como hombre curtido en la diáspora, nos animará, nos indicará el camino: sacar fuerzas de flaqueza y mirar con coraje y empeño hacia el futuro. No hay otro.

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