El
miércoles está convocada una huelga general. La sociedad tendrá oportunidad, si
así lo quiere, de manifestar su desazón y descontento. Esta acción viene
precedida de una problema transversal, íntimamente ligado al paro y a la
quiebra económica que sufre el país, me refiero al conflicto de los desahucios,
con el caso del suicidio de la exconcejala socialista vasca muy reciente. La
sensibilidad colectiva cobra enteros y la indignación va in crescendo. Cada vez
se utiliza más la palabra rebeldía, desobediencia civil, rebelión, revolución. Nos movemos en la
antesala del estallido social, de consecuencias imprevisibles. Yo escribía ayer
en twitter que lo que está sucediendo es de tal envergadura que incluso a veces
me asalta la tentación de pensar que podríamos estar viviendo una pesadilla,
que esto no es real, vaya. Naturalmente, casi sobra precisarlo, era una huida
hacia adelante en el lenguaje precisamente para dimensionar la percepción que,
al menos personalmente, tengo del drama que estamos sufriendo. Cándido Méndez
(UGT) manifestaba ayer en Telecinco que de continuar esto así "podría
ocurrir cualquier cosa", cuando se le preguntó justo por la posibilidad de
un estallido social. Dijo que de momento los pensionistas estaban amortiguando
en muchos hogares la situación y, aunque no lo señaló, puede añadirse que la
economía sumergida también está actuando de barrera de contención de la
crispación social. Pero la olla sigue hirviendo. Mientras tanto, al Gobierno se
le acumula el chollo y a los políticos se les calienta la lengua en la campaña
electoral de Cataluña, con el problema añadido del pulso soberanista
introducido, a mi juicio inoportunamente, por el candidato de CIU. En fin, termino por donde empecé. La huelga general va a dar la medida del estado de ánimo actual de la sociedad española.
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