Todas las lecturas del resultado electoral de Cataluña
conducen a la misma conclusión. Mas ha pulverizado su liderazgo,
pero la ola soberanista sigue estando muy presente en la sociedad catalana. Ahora
la gobernabilidad se ha puesto muy complicada ya que CIU no lo puede hacer
en solitario y se ve obligada a establecer pactos ¿con quién? Esa es la cuestión.
De la reflexión puede salir un replanteamiento del camino emprendido retornando
a posiciones de moderación con el asunto de la consulta y la independencia, estableciendo
alianzas con PSC o PP, o liarse la manta a la cabeza y tirarse a la piscina del
secesionismo con los radicales de ERC que vuelven a resurgir, más que por méritos
propios, por fallos de los adversarios. Vamos a ver qué sale de ahí. Ya se sabe
que la política hace extraños "compañeros de cama" y todo es posible
en ese complejo y mareante mundo. Volviendo al principio, Mas creo que debería
de dimitir y dejar paso a otra persona que puede recobrar el brío perdido a la
vista del fracaso en las urnas. Se lo ha jugado al todo o nada y,
evidentemente, se ha quedado en lo segundo, ya que no solo no consiguió, aun habiendo ganado, esa
mayoría holgada que reclamaba para capitanear el proceso de segregación sino
que la ha perdido, lo que se ha traducido en doce escaños menos que en la anterior
legislatura. La jugada le salió mal y lo lógico era que dimitiese, pero también
es sabido que la lógica en la política no cuenta. La poltrona crea adición, el
poder y los oropeles institucionales seducen, cuando no corrompen, y, amigo mío,
el verbo dimitir en este país no se conjuga. El problema es que con esta
movidilla soberanista, la gestión de los problemas reales de los ciudadanos han
pasado a un segundo plano, a pesar de la que está cayendo, sobre todo en
Cataluña.
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