El pasado día 20 se cumplieron 37 años de la muerte
del dictador Francisco Franco. Es una fecha que como periodista, recién
aterrizado en el Ferrol Diario, viví
intensamente, como cualquiera puede imaginarse. El general había realizado su última
visita a Ferrol el 15 de agosto (estamos en 1975), sólo tres días después de
que la policía del régimen abatiera en nuestra ciudad a Moncho Reboiras,
dirigente de la clandestina UPG. Le acusaban de que proyectaba el asalto al coche
de la nómina de Astano y un atraco a un banco. Había que justificar la muerte a
tiros de aquel luchador. Franco enferma a finales de octubre. Los partes médicos
hablan de una tromboflebitis. Se suceden las operaciones y su estado de salud
se agrava por momentos. Llevábamos varios días, lo mismo que toda la prensa,
con portadas "in extremis" porque parecía que se iba a morir de un
momento a otro. "Franco se muere" llegó a titular FD. El alcalde de Ferrol le envía una
reproducción de la Virgen de Chamorro a la que era tan devoto para ver si Nosa
Señora do Nordés obraba el milagro. Un mecánico de 26 años le ofrece un riñón y
se le toma la dirección por si fuere preciso localizarlo en caso de urgencia. Treinta
y dos facultativos firman los partes médicos diarios. Franco languidece y llega
a pesar 37 kilos. Uno de los médicos
manifiesta a los medios de comunicación "este hombre tenía que haber
muerto ya". Porque ya estábamos subidos a la ola de la libertad de lo
contrario a este profesional lo hubieran fusilado al amanecer por decir
semejante "barbaridad". Y llega la fecha. Yo quería ser testigo
activo de esa hora. Me costaba trabajo irme a dormir por si sucedía el
desenlace. David Corral, director entonces, viendo mi inquietud me dijo "no te preocupes, Man, que si se muere en
las próximas horas, te llamo a casa". Así fue, en la madrugada del 20-N
sonó el teléfono y allá me fui corriendo a Carretera Alta del Puerto, en donde
estaba la sede de FD, hoy una fábrica de textil. No salíamos de la pequeña sala
de teletipos. Los acontecimientos se precipitaban, las noticias se sucedían
vertiginosamente, empezaba a hablarse de democracia y libertad, de siglas
políticas. Era llegada la hora de la transición y, lo confieso, haber asistido a ese proceso fue
todo un privilegio.
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