A
veces le entran a uno ganas de escribir en plan panfletario ante las
injusticias que se ven día a día y que van de la mano de todo lo que está
fabricando esta puñetera crisis. Me paro hoy en el asunto de los desahucios que
nos han puesto y nos ponen los pelos erizados. Menos mal que la presión popular
ha logrado introducir un punto de inflexión en la espiral ferozmente desatada
por el poder financiero, pero con todas y con esas acabamos de comprobar como
nos viene a tocar las narices la alianza de la UE y la banca imponiendo la
máxima limitación a las medidas que se pretendían adoptar en esta materia. Reconozcamos, pues, el valor de la
movilización ciudadana que viene actuando a modo de "guerra de guerrillas",
por aquí y por allá en donde se producen casos de desahucio, si bien hay que
señalar necesariamente que el suicidio de la exconcejala socialista Amaya Egaña
fue el detonante en el replanteamiento de una cuestión a la que hasta
ahora daban la espalda Gobierno y oposición, obligándolos a sentarse a hablar,
aunque, finalmente, el diálogo únicamente escenifique el arrojo o la tibieza de
unos y otros a la hora de la toma de decisiones. No cabe duda de que en algo se
ha avanzado al establecerse unas condiciones para los desalojos, aunque, la
iniciativa es cortoplacista y no parece que vaya a apagar la mecha de la contestación social.
Mientras tanto, quedémonos con la indignante imagen que da la UE al advertir a
Rajoy de que no se puede dañar los intereses del sector financiero, ese sector
que ha provocado la crisis y por tanto la generación de pobreza y exclusión
social. A ese sector al que hay que inyectar cantidades astronómicas de dinero que
no se le toque. Manda güevos, que diría el ínclito Federico Trillo.
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