Este parece el país de los imputados. La lista,
encabezada por un miembro de la realeza, es larga y a medida que transcurren
los días saltan a la luz nuevos casos de los que no se salvan ni tirios ni
troyanos, quiero decir ni los populares ni los socialistas. Las cito por ser
las dos grandes formaciones, porque luego nos podemos ir por los aledaños y
toparemos, por ejemplo, con CIU, sin ir más lejos. No se puede generalizar,
pero no se puede negar que la estadística va engordando y el mapa cada vez está
más limitado. Ayer se daba a conocer un nuevo ejemplo de corrupción urbanística en
Cataluña en el que aparecen implicados el alcalde de Sabadell y el
propio secretario de organización del PSC que ya presentó la dimisión, no así
el regidor que se aferra al sillón manifestando su inocencia. Cuando se estaba
hablando de las supuestas cuentas de Suiza pertenecientes a la familia del honorable
Mas, surgen presuntos corruptos de las filas socialistas. Da la impresión de
que estamos en una especie de negra y penosa competición. Y el que esté libre
de pecado que lance la primera piedra. En las tertulias y redes sociales ya se
habla sin tapujos de corrupción institucionalizada, el colmo de la degeneración
de principios y valores de un país. El fenómeno llegó a interiorizarse por
partidos y dirigentes de tal manera que los trapicheos de comisiones, tráfico
de influencias, información privilegiada, etc se han llegado a asumir como algo
normal. Lo anormal sería la transparencia, y honestidad en la gestión. Es
cierto que no somos únicos, pero ya sería el colmo que lo justificáramos con el
mal de muchos. En definitiva, esto se ha convertido en
un suma y sigue.
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