Siempre, desde mis columnas periodísticas, he abogado por apoyar fórmulas que tendieran a la normalización de Euskadi, con el riesgo de que un sector de la ciudadanía, cuya opinión es muy respetable, viese este posicionamiento, que es el de mucha gente, como una concesión a la banda y su entorno, como una ofensa a las víctimas, como una actitud débil ante la violencia armada. Nunca más lejos de mi intención, ni antes, cuando ETA mataba, ni ahora, cuando el escenario es sustancialmente diferente. Siempre estuve convencido de que la normalización de la vida democrática en el país vasco demandó y demanda planteamientos valientes, con mucha cabeza y mucho coraje. Si eso nos ha llevado al fracaso de algunas iniciativas no es razón suficiente para invalidar la estrategia. El fracaso cuando se juega en los límites está previsto, quizás más que el éxito. Por eso, en este momento en que la democracia impone las reglas del juego, en el que queda harto probado que la banda terrorista está totalmente acorralada y aislada y que no tiene nada que hacer más que disolverse, aplaudo la sentencia del Tribunal Constitucional de legalizar a Sortu y repruebo contundentemente, una vez más, las manifestaciones de Mayor Oreja que parece resentirse cada vez que se da un paso adelante en el proceso en marcha. No sé si achacarlo a miopía política, algún tipo de atavismo o a una perversión de la acción política. Decir que ETA roza el poder, cuando la situación evidencia todo lo contrario, no tiene nada que ver con disentir o establecer razonamientos encontrados, son lisa y llanamente ganas de abortar lo que todos anhelamos, son ganas de manipular el discurso de manera zafia, son ganas de romper o empañar la acertada línea que en esta materia siguen los dos grandes partidos, pero casi me atrevería a decir que toda la clase política, aunque haya alguna posición díscola. Aquí, la única alternativa que va a misa, por utilizar expresión coloquial, es llegar, aunque sea pasito a pasito, a la desaparición de la violencia y la disolución de la banda, como recientemente lo hizo Segi, cantera hasta ahora de los etarras. Y por ese sendero, jalonado, es cierto, de curvas y de vericuetos, hay que seguir circulando. Circulemos.
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