En más de una ocasión he tratado el tema. Y me reitero
porque considero un deber ético y moral del político mantener un respeto
riguroso con los electores. Acabamos de ver estos días como el viceprimer
ministro británico Clegg ha pedido perdón a través de un vídeo por haber
incumplido una promesa electoral. Había dicho que no votaría el encarecimiento
del acceso a la educación superior y al final terminó claudicando y votando a
favor con los "tories". La informalidad le ha salido cara porque ha
perdido popularidad. Pero a buen seguro que el hecho de haber pedido
disculpas habrá amortiguado el golpe, aunque como me decía un tuitero, si piden perdón a lo mejor ya no es creíble. Es una apreciación respetable, pero siempre muy subjetiva. Aquí, en España, eso de pedir perdón no se lleva. Los políticos,
cuando incumplen, se salen por
peteneras, recurren a todo tipo de trucos en el lenguaje, pero de pedir perdón,
nada de nada. Lo hizo el Rey y creo que con su actitud sentó un precedente y
dio ejemplo de lo que debe de hacer una persona que ostenta tan altas
responsabilidades. Mi crítica va dirigida a todos los políticos en general, de
uno y otro signo. Pero se da la circunstancia de que en este momento gobierna
el PP y a esas siglas me tengo que referir. No descubro nada nuevo si digo que
la retahíla de incumplimientos de su programa electoral es tan larga que si
hubiera de medirse directamente proporcional a la duración de un vídeo, tendría
minutos por delante Mariano Rajoy para sincerarse y pedir perdón a sus diez
millones de votantes. Pero ni se le ocurre, entre otras razones, porque lleva
diez meses diciendo que no tiene la culpa de la situación, que la culpa es de
la "herencia recibida". ¿Recordáis cuando Luis de Guindos decía que
la culpa de la subida de la prima de riesgo la tenía la situación de Grecia? Insisto, tampoco lo hizo Zapatero en su momento.
En fin, da la sensación de que nuestros gestores de la cosa pública cumplen como campeones, por eso no tienen que pedir perdón.
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