El partido ERC acaba de dar una
muestra más, por si había dudas, de que todos los políticos son iguales por más
que pretendan marcar diferencias y antagonismos. Los independentistas que
empezaron, a raíz de las elecciones, marcando grandes distancias y condiciones
a CIU para un posible pacto, entre ellas, que no apoyarían los recortes, ahora,
en plena negociación, parecen estar dispuestos a tragar el marrón y para
condescender dicen "el presupuesto no es el que los ciudadanos se merecen".
Se creen que con esta especie de vaselina se justifican ante los administrados.
En el fondo laten las ansias secesionistas que los dirigentes de ERC convierten
en moneda de cambio sin ningún tipo de reparos. Lo de la ética, la coherencia,
la fidelidad a unos principios no dejan de ser cantos de sirena, fuegos de
artificio que tras exhibir su espectacular lucería pierden su vigor y se
evanecen empujados por el viento. No salimos de lo prosaico, de la percepción
mercantilista que muchos tienen del ejercicio de la res pública. Se pone precio
a la ideología por pasta cantante y sonante, por parcelas de poder, por
privilegios y prebendas, por un referéndum de autodeterminación, en fin, lo que
estamos viendo a diario. No hay pudor para entrar al juego de lo que tantas críticas
y diatribas ha merecido: el llamado neoliberalismo salvaje, manejado por los
poderes económicos alemanes, que tiene como máxima la austeridad, con los ajustes y reformas que hasta ahora no han generado
más que desempleo e indigencia.
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