El sentimiento antieuropeísta
avanza a la misma velocidad que el antialemán, obviamente porque los ciudadanos han advertido que son la misma
cosa y que caminan en la misma dirección, la destrucción del estado de
bienestar. Para ellos, las soluciones a la crisis pasan por expoliar las economías
medias y menos favorecidas con el resultado que todos estamos viendo: paro y
pobreza. El miércoles llegan 40.000 millones de euros para la banca a cambio de
cierre de centenares de sucursales y despidos masivos de empleados, porque así
lo exigen los tiburones de la UE. La desafección que se está generando debe de
ser tan palmaria que los dirigentes de Bruselas han comenzado a lanzar mensajes
que delatan preocupación. Ayer casualmente, los medios digitales recogían
declaraciones del presidente del Consejo Europeo Van Rompuy y de la Comisión
Europea, Durao Barroso. El primero dijo que "La UE debe ser de nuevo un símbolo
de esperanza". Tal afirmación delata la sensación de fracaso cada vez más
generalizada, sobre todo en los países mas afectados por la crisis. Por su
parte, Barroso señalaba que la situación exigía "más Europa o la
irrelevancia". Yo, permítaseme la petulancia, matizaría no más Europa sino
otra Europa más equilibrada y por tanto más relevante. Así están las cosas
cuando también ayer se proclamaba candidato a las próximas elecciones alemanas al
socialdemócrata Peer Stembrück, quien utilizó la megafonía del partido para
anunciar que apostaba por un cambio de rumbo. Me falta fe para creer en estas
promesas. La socialdemocracia no ha dado pistas hasta el momento de que pueda
mudar el rumbo de los acontecimientos.
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