El anunciado cierre del Parador de
Turismo de Ferrol ha suscitado las naturales reacciones de protesta. El establecimiento
está muy interiorizado por la sociedad ferrolana. Existe cierto sentimiento patrimonial en amplios sectores de la población. Desde bodas y
bautizos hasta actividades culturales, sociales, políticas, profesionales, de
todo tipo, en fin, celebradas allí a lo largo de cuarenta y dos años avalan la
"propiedad" de los ferrolanos. No es extraño, por consiguiente, que
inmediatamente que se dio a conocer la decisión de echarle el candado surgieran
voces de desagrado, entre las que figura la del propio alcalde ferrolano que se
comprometió a defender la causa, aun a pesar de que son sus correligionarios
del PP los que están detrás de la medida. Por otro lado, el cierre del Parador
no hace más que reforzar la psicosis que
también invade a la sociedad ferrolana desde hace lustros en el sentido de que
esta es una ciudad cada vez más inanimada, en progresiva decadencia, que no ha
dejado de perder habitantes desde el año 1981 (93.000) hasta nuestros días (73.000). El Estado la creó y el Estado
la sentenció. Es cierto que las circunstancias históricas han variado
ostensiblemente y ello exigía la refundación de la ciudad naval, pero no lo es menos que los políticos locales y gobiernos de
uno y otro signo que en España han sido en los últimos treinta años fueron incapaces
de apoyar su reconversión, proceso irrenunciable aunque sin duda complejo porque se planteaba la
necesidad de romper con la mentalidad funcionarial, una de las señas de
identidad de una idiosincrasia que hunde sus raíces en el siglo XVIII. No obstante, el instinto de supervivencia fraguó en el lanzamiento de ferrolanos emprendedores
que capitanean empresas innovadoras que exportan su producción, pero el
esfuerzo endógeno estaba y está claro que no es suficiente. Y ahí seguimos. Ahora, de
nuevo, por razón de la desdichada crisis, lamentando cierres en lugar de
celebrar iniciativas que generen empleo y riqueza.
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