Ayer fue un día dedicado a mi
profesión. Fui partícipe de un almuerzo seguido de larga y amena
sobremesa con la directiva de la Asociación de Periodistas de Galicia, presidida
por Arturo Maneiro. La cita -en la que estuve acompañado por mi amigo del alma,
como cariñosamente nos reconocemos, Juan Barro (TVE) , jubilado como yo, que desgranará mi
trayectoria el día "D"- tenía por objetivo ponerme al corriente de
los detalles y protocolo del acto de entrega del premio Diego Bernal 2013 con
el que han tenido la magnanimidad de distinguirme y que me será entregado el 24
de enero en el marco de los actos del patrón de los periodistas, San Francisco
de Sales. Esta ceremonia tendrá lugar en el hotel Puerta del Camino de la
ciudad compostelana. Naturalmente, al margen de que lo haga de manera solemne en
la fecha mencionada, ayer les hice un anticipo de mi profundo agradecimiento. Es
un galardón que da enorme prestigio y categoría. Nunca pensé que mi trayectoria podría
ser acreedora del Diego Bernal, como tampoco nunca trabajé pensando
en conseguir trofeos, aunque, también tengo que confesarlo, si el reconocimiento
llega me hace extraordinariamente feliz. Si además mi candidatura prospera con la unanimidad del
jurado, como ayer me recalcaron, y éste está formado por compañeras y
compañeros del oficio, cualquiera se puede imaginar la enorme alegría que me
embarga desde el día en que Arturo Maneiro me lo anunció. El premio llega en
unas circunstancias difíciles para todos y particularmente para los
periodistas. Desde el 2008, diez mil colegas han pasado a engrosar las listas
del desempleo. Dramática la estadística. Y lo peor es que, desgraciadamente,
todo apunta a que la sangría sigue. En ese sentido, he sido un privilegiado
porque a lo largo de mi carrera no he conocido el paro, por eso me acuerdo insistentemente,
y me solidarizo y expreso un abrazo de aliento y ánimo a quienes sufren la
lacra y a aquellos otros sobre los que se cierne un incierto futuro y viven
pensando en que ellos pueden ser los próximos. Como sin duda observará el lector
amigo, las emociones de distinto signo se entrecruzan. Es la circunstancia
agridulce de sentirse uno bien, personalmente, pero mal como parte de un
colectivo minado, igual que otros muchos, por la desesperación que produce la
falta de trabajo.
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