El fin del mundo no va a ocurrir,
pero este mundo de injusticias y calamidades tendrá que acabar. A los humanos
van a tener que meternos en una depuradora y a ver si luego lo hacemos un poco
mejor. Estos y otros pensamientos los sometía ayer al corsé de los 140
caracteres de twitter al hilo, en tono jocoso, de la profecía de los Mayas. También
escribía que la revolución tecnologica, el capitalismo salvaje y el derrumbe
moral piden a gritos una refundación de partidos y sindicatos, en definitiva la
regeneración de la sociedad. Eso después de leer un titular que decía que una
investigada por corrupción sustituía en las Cortes valencianas a un diputado
prevaricador. Es que no salimos de circulo vicioso, nunca mejor aplicado el
adjetivo, de la política asociada a algún tipo de episodio irregular, ilegal,
amoral, cuando no conductas que rozan o incurren supuestamente en el delito. No
es fenómeno exclusivo de España, por eso que pienso en términos genéricos
cuando invoco el fin del mundo de las miserias, del hambre, de la explotación
sin escrúpulos de la mano de obra, de los niños, las mujeres, las guerras y
toda la mala uva que destilamos del uno al otro confín. El otro día escuchaba a Gallardón que decía
ante los micrófonos de una emisora de radio que "gobernar significa muchas
veces repartir dolor" y me preguntaba si una persona en su sano juicio
puede sentirse seducido por el poder cuando éste implica repartir dolor y
sufrimiento, es decir, redimir a la población a través de la angustia y la
desesperación. Pero ¿esto qué es? Estaré de acuerdo con los Mayas si era ese
cambio de rumbo o el fin de una era que ellos preveían en su calendario.
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