Hoy es uno de esos días en que la
tradición impone los buenos deseos e incluso la sociedad sumergida en este
ritual trata como de abstraerse de las calamidades para no romper con la
celebración jubilosa. Todo ello es un tupido velo que ha tendido sobre la
liturgia de las fechas el aparato del consumo, no en vano cifran en este corto
período vacacional sus expectativas para colocar buena parte de sus stocks. Para
unos las navidades traen recuerdos lindos de la infancia, para otros estas
fechas han de pasar pronto porque encierran melancolía y tristeza. Para unos
son excusa para reuniones lúdicas y citas de generoso contenido gastronómico,
para otros es la "exaltación" de la necesidad y de la miseria. Siempre
hubo estas desigualdades, pero en el presente la crisis desatada por los
voraces mercados financieros hace que la situación alcance límites de extrema gravedad.
Los alarmantes síntomas los estamos viendo a diario en forma de cifras de
parados, de segmentos de la sociedad que se hunden en la pobreza, de miles de
familias a las que se les arranca de su propia vivienda para ponerlos a la
intemperie porque se han quedado sin recursos para hacer frente a las
hipotecas. Al respecto, me llamaba ayer la atención que incluso el Obispado de
Ciudad Real practicaba el desahucio con una familia.- Qué barbaridad. La
Iglesia que en estos momentos tendría que estar haciendo causa común con los
desfavorecidos vemos que mira para el otro lado. En fin, esta es la realidad y
no otra aunque nos la pinten de colores en estas fechas. Por eso al término de
estas líneas quiero poner mi pensamiento solidario en los que más sufren y a
los que todavía sobreviven con menos dificultades expresarles mis mejores
deseos. ¡Feliz Navidad!
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