Recuerdo que en una ocasión dos personas esperábamos a una tercera que había quedado citada para una hora, pero dio esa hora y el amigo no llegaba. Pasan treinta minutos, sesenta, pasa una hora y media y la preocupación empezaba a asomar. En un momento determinado, mi acompañante dijo ¿qué te parece si le damos de plazo hasta las doce de la medianoche? Vale, le contesté. Pues entonces, precisó mi interlocutor, hasta las doce no nos empezamos a preocupar. Y continuamos hablando de nuestras cosas. Yo creo que esta puede ser la terapia o la estrategia a seguir. Aunque sigamos hablando de la prima de riesgo y de todas esas majaderías que vienen sucediendo últimamente, no vamos a empezar a preocuparnos hasta que alguien nos toque la corneta alertándonos del inminente rescate de nuestro país. Y es que no vale la pena. Yo creo que también debemos de introducir ajustes en nuestra capacidad de sufrimiento, es decir, ahorrar angustias y desazón. No le puedo pedir esto a quienes están a punto de alinearse en los umbrales de la pobreza, sin empleo y sin ingresos, solo puedo solidarizarme con ellos, más bien mi propuesta va dirigida a quienes todavía sobrevivimos a pesar de los hachazos recibidos. Y, para terminar, un par de datos que no quería que se me escaparan. Montoro ya no ríe para decirnos que nos va a meter un viaje con el IVA que él tanto demonizó. Pues ahora que el ministro de Hacienda no ríe es cuando a mi me hace gracia. Y, segundo, García Margallo ya se cabrea y se muestra beligerante, como yo, con el BCE, que es, para él, una manera de chillarle a la Merkel sin mencionarla. Es un a ti te lo digo Juan para que me entiendas Pedro. Es probable que el Gobierno de Mariano esté perdiendo los nervios, pero nosotros, no; nosotros no nos vamos a poner histéricos hasta que den las doce, como significaba mi amigo. Por cierto, la tercera persona de la anécdota llegó veinte minutos antes de la hora límite.
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