Ya le salió un émulo a José Gea Escolano. Se trata del prelado de Alcalá de Henares Reig Plá, que aprovechó una misa que se emitía por la televisión pública para lanzar una proclama muy en la línea del emérito de Mondoñedo-Ferrol al que le gustaban más los titulares mediáticos que a un niño un chupa chups. Se da la circunstancia de que ambos son valencianos y que, casualmente, los une no sólo el sentimiento del paisanaje sino también el afán de notoriedad y, lo que es más relevante porque lo otro resulta anecdótico, una visión tridentina de la Iglesia Católica. ¡Ay si Juan XXIII levantara la cabeza! ¿Dónde le queda a estos pastores el espíritu de aquel Concilio Vaticano II? Estoy convencido de que más allá de la frontera metafísica, del tránsito de lo terrenal a lo celestial, aquel Pontífice bueno y, lamentablemente, breve, estará con San Pedro aguardando a estos prelados que olvidan la condición humana de las personas, que no se implican con las necesidades del mundo actual, que no luchan contra las injusticias, vengan éstas de donde vengan y que se resisten a revisar sus atávicos postulados. Toda la fuerza del verbo se les va en llamar a la desobediencia civil contra el matrimonio homosexual, despotricar contra las adopciones del colectivo gay, rasgarse las vestiduras cuando se debate sobre los derechos al aborto y la muerte digna y proferir condenas y anatemas sin ton ni son. Son obispos "enroucados" en una ética y moral ultraconservadoras, que todo lo filtran a través del dogma y de la supremacía de la verdad divina. Para nada, aquí en España, alzaron el grito contra la dictadura, antes bien llevaban bajo palio al generalísimo y le bailaban el agua a un régimen que atropellaba y asesinaba a todo el que pensaba de distinta manera. Este es el penoso balance de una iglesia desertizada, a la que le quedó el reloj parado y que no supo, hasta ahora, adaptarse a la modernidad. Pues, qué pena.
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