Vuelvo sobre la figura de Ricardo Carvalho Calero que no parece tener buena prensa. No me cabe la menor duda de que en este caso, como en otros muchos, pesan en exceso e indebidamente las etiquetas ideológicas. Todo es según el color político con que se mire. Nos movemos con demasiada frecuencia cargados de prejuicios que distorsionan actitudes y comportamientos. Una pena. Muchos políticos y también intelectuales y académicos, porque de todo hay en la viña del señor, o no tienen o han perdido el sentido de la imparcialidad y de la generosidad, por el contrario son esclavos de cierta miopía, están maniatados por el filtro del voto o llevan en su ADN mental un sectarismo impropio de personas a las que, precisamente, se le suponen dos dedos de frente y manejan las claves que permiten distinguir el grano de la paja. Casi todos ellos recurren en ocasiones a la demagogia y predican los valores de la democracia y de la pluralidad. Esto que digo y escribo viene a cuento de la indiferencia con la que se ve y valora la trayectoria del polígrafo ferrolano, Carvalho Calero. Pienso en la primera institución local que, por ser la administración de todos los ferrolanos, está obligada a contribuir a dar brillo y esplendor a cuantos ferrolanos han pasado y pasan por la historia dejando legado, es decir, obra, discurso y compromiso. Nos guste o disguste -eso es muy subjetivo- su manera de pensar y de hacer. Lo cierto es que la casa natal del profesor y lingüista, por lo que leo en el Diario de Ferrol, acabará cayéndose de ruinosa y los usos que pensaban dársele, se quedarán en papel mojado. Puede que tenga la culpa la dichosa crisis. Espero que no sea la excusa perfecta para desentenderse del proyecto. Por su parte, la Real Academia Galega, al menos hasta el presente, ha desestimado dedicarle una jornada de las Letras Galegas. Esto es injustificable.
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