viernes, 16 de marzo de 2012

Las Pepitas: evocación

Y ya estamos en las vísperas de las Pepitas, fenómeno cultural y social único en el mundo mundial, al menos que yo sepa. Es una fiesta decimonónica muy interiorizada por todos los ferrolanos alrededor de la cual lucen sus mejores voces y galas las rondallas y brillan con especiales caracteres las encendidas letras de nuestros prolíficos trovadores. El acontecimiento se quedó, con los años, un tanto estereotipado al tener como protagonistas solo a las Pepitas. Digo esto porque si revisamos periódicos de antaño y hablo de la última década del siglo XIX, las crónicas señalan "varias murgas recorrieron anoche la población hasta hora bastante avanzada obsequiando a los Pepes y Pepas que están hoy de días" (El Correo Gallego año 1887). Es importante el matiz, sobre todo ante el acento crítico que podría poner la sensibilidad feminista. A la sazón, los agasajos se repartían por igual. No parece que las raíces sean, pues, de marcado cariz machista. El caso es que esta tradición popular con el paso de los años ha venido arraigándose más y más, poniendo en valor el virtuosismo musical de generación tras generación así como la extraordinaria vena poética del hombre galán y rondador que canta como nadie a las beldades ferrolanas. En innumerables ocasiones he sido cronista de la Noche de las Pepitas y para entonarme recuerdo en mi etapa de "enfant terrible" (en el Ferrol Diario) que empezaba por asistir a los ensayos previos en las sedes de algunas de nuestra rondallas en donde ya se respiraba un ambiente jubiloso y, al terminar, tras poner a prueba la armonización de instrumentos y voces, se daba paso a unas amenas veladas: aires de bohemia, horas de apurado consumo, diálogos con las estrellas... Luego, llegaba el día, mejor dicho la noche de la gran catarsis y al alba todos exhaustos, de retirada. Pues, que no se rompa la noche.

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