La gran paradoja para Ferrolterra es que los barcos se van con los empleos. O dicho de otra manera, los barcos se van, los empleos se pierden. Estos días hemos conmemorado mediáticamente el embarque del australiano Canberra en el semisumergible Blue Marlin. Técnicamente, una operación de cierta complejidad que la ingeniería ferrolana ha superado con nota, teniendo, eso sí -para algo ha de valer- que recurrir al puerto exterior coruñés por su mayor calado. Hemos visto como los alcaldes de Ferrol, A Coruña y Arteixo se reunían en Punta Langosteira para la celebrar la maniobra y, por descontado, hacerse la foto, al lado del director del astillero. El gran drama es que en Navantía estas formalidades o parafernalias tienen tintes de tristeza, de melancolía, porque la cadena de producción se apaga, impera cada vez más el silencio de las grúas, se multiplican los papeles de los despidos y en numerosas familias ferrolanas empieza una cuenta atrás peligrosa porque el poder adquisitivo pierde enteros mientras gana incertidumbre el futuro. La historia se repite en una ciudad y comarca marcada por las crisis cíclicas. En eso no hemos cambiado desde que somos lo que somos, un gran tinglado naval que reímos cuando nos piden barcos y nos deprimimos cuando fallan los encargos. Me he cansado de ver como cronista de la realidad de Ferrolterra desde el último tercio del siglo pasado hasta nuestros días como nos ha costado dios y ayuda salir de estos valles improductivos. En tiempos de vacas flacas, los políticos de antes y ahora, para ir ganando tiempo y alimentar la esperanza solían/suelen vender humo anunciando posibles contratos, que vienen a ser publicidades desmovilizadoras con pocas perspectivas de convertirse en algo tangible. Ejemplos para hoy, el dique flotante, operación con la multinacional mexicana PEMEX, recientemente el presidente de la Xunta a su regreso de aquel país apuntaba a contratos con Venezuela. En fin, en esas andamos, enfundados en el escepticismo y los bolsillos cada día más vacíos.
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