El de ayer fue un viaje placentero. La experiencia la repito todos los años. Es un encuentro de exalumnos del Seminario de Mondoñedo. Todos sobrepasando los sesenta años, cerca de convertirnos en septuagenarios. Pertenecemos a la generación de nacidos, con alguna excepción, en el 1944. Éramos niños de la postguerra, criados en las dificultades y rigores de la época. Entonces tener un hijo cura era una honra para las familias. Muchos, a tan tierna edad, iban animados por sus allegados, otros -me incluyo- de motu propio. A todos nos atraía el liderazgo de los sacerdotes, las solemnidades de la liturgia y el soñar con ser algún día, quién sabe, obispo de alguna diócesis española. Además, era una carrera "barata", de fácil acceso para las economías más débiles. Los Seminarios estaban llenos. Hablo de los años cincuenta. Una década más tarde, estos centros comenzaban a quedar vacíos. Aquellos niños, a medida que ibamos creciendo abríamos los ojos a otras formas de vida. Las ilusiones de una tierna niñez mudaban en otro tipo de entusiasmos de vida compartida, de amores soñados, de construcción de una familia, iniciación a otras carreras, oficios, medios de ganarse la vida. Fuimos unas generaciones rompedoras, pese al influjo de una formación monopolizadora y marcada por el signo de la dictadura. Con nosotros empezó el "desmadre" y en estos internados comenzaron a abrirse grandes huecos hasta acabar convertidos hoy en establecimientos hosteleros. Precisamente ayer celebramos el almuerzo en el comedor del sSminario. Otros años visitamos restaurantes de la zona. Se puede imaginar cualquiera la cantidad de anécdotas que dan contenido a estas celebraciones. Las vivencias, las experiencias personales, suministran materiales para uno o varios libros. No es el caso. Algunos de estos condiscípulos, contados con los dedos de una mano, "sobrevivieron" como sacerdotes, otros ejercieron y al cabo del tiempo se secularizaron, otros habíamos plantado la carrera en distintos momentos. Entre los de mi promoción, como en las demás hay periodistas, catedráticos de distintas disciplinas, abogados, maestros, emprendedores, trabajadores por cuenta ajena...todos hemos salido adelante con dignidad, unos siguen siendo creyentes, otros no -me alineo en el agnosticismo- moviéndonos en la pluralidad ideológica, como no podía ser de otra manera, pero hay algo que es denominador común: el sello de una formación humanística que, debidamente purgada de los atavismos y deformaciones de un negro período de nuestra historia reciente, en la que nos tocó vivir, nos sirvió de luz y guía a lo largo de nuestra trayectoria vital. No todo iba a ser malo. Allí, actualmente a una hora de viaje desde Papoi, en la cuna del escritor Cunqueiro, el poeta Leiras Pulpeiro, el músico Pascual Veiga y tantos otros personajes ilustres, salidos del propio Seminario de Santa Catalina, nos vemos desde hace varias décadas, unos veinte exseminaristas que en tres o cuatro horas de convivencia aprovechamos para reírnos, pasarlo bien y, también, cómo no, arreglar el mundo.
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