Ayer asistí al duelo por la muerte
de Carmela. La había conocido en los años setenta, saliendo de la dictadura. Entonces
estaba casada con Suso Díaz, un sindicalista de la antigua Astano que luego sería jefe de
Comisiones Obreras de Galicia. Estuve en más de una ocasión en su vivienda de
San Valentín (Fene). Sus hijos, incluida la hoy parlamentaria gallega y
exconcejala de Ferrol Yolanda Díaz, correteaban y gateaban por el pasillo de casa.
Luego, ya adentrados en la democracia, la perdí de vista. En más de una ocasión
me interesé por ella a través de Yolanda. Carmela fue una luchadora en el terreno
de las libertades y la democracia, pero no solo peleó en ese frente, también lo
hizo en el plano personal y familiar, cuando, por circunstancias que no vienen al caso, tuvo que
buscarse la vida superando no pocas dificultades. Ayer, en un obituario
compartido en el tanatorio en donde fue incinerada, en el que intervino, entre
otros, el profesor Alonso Montero, otra veterana e histórica luchadora, Sari Alabau Albors, resumía emocionada la trayectoria de Carmela, diciendo que
quizás se la haya conocido primero como la mujer de (Suso Díaz) y luego como la
madre de (Yolanda Díaz) para resaltar ese anonimato en el que a veces se
envuelve la trayectoria de personas sin cuyo concurso amoroso, de tutelaje y seguimiento,
las cosas no serían como son para los seres queridos que tienen a su lado. Sari
Alabau me llevó a recordar el papel, nunca debidamente reconocido por la
sociedad, que muchas mujeres cumplieron asumiendo el compromiso personal de la
lucha por un mundo mejor, más justo y solidario, además de sufrir las
penalidades de la clandestinidad, de la prisión e incluso de la tortura por las que atravesaron sus
parejas en tiempos políticamente difíciles. Algunas de esas ferrolanas
acudieron ayer a rendir el último adiós a Carmela. Con bastantes de esas
mujeres tejí yo muchas crónicas en los años de la muerte del dictador y de la
Transición en el desaparecido Ferrol Diario. Constituían una fuente de información
valiosa que suplía la interlocución directa con sus maridos o compañeros encarcelados por su valiente actitud antifranquista. En el recuerdo y el dolor de la ausencia ante la inesperada
muerte de Carmela Pérez, quiero tributar un justo y personal reconocimiento a todas esas
mujeres que, camufladas en el rol de consortes, también lucharon, sufrieron y contribuyeron
a la conquista de la libertad y la democracia.
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