No nos falta de nada en esta
España mía, en esta España nuestra que cantaba la desaparecida Cecilia, no sin problemas con la censura, en los estertores del franquismo. A la epidemia de la corrupción que
floreció durante el período próximo pasado de las vacas gordas, de la que nos
vamos enterando ahora en una negra sucesión de capítulos, hay que sumar el
escabroso asunto del espionaje político fomentado en su día por el gobierno de
Esperanza Aguirre, que, por cierto, ahora se nos va de cazatalentos, para
vigilar no al adversario político, que tampoco estaría justificado, sino a sus
propios correligionarios por el mero hecho de ser elementos díscolos al estar
más cerca de Rajoy o más lejos de la lideresa que tanto monta. Como lo del
espionaje político no está tipificado como delito, uno podría pensar, pues allá
estos chicos del PP, que, en su luchas intestinas por el poder, son capaces de
batirse en duelo y recurrir a las típicas puñaladas traperas, algo muy habitual
en las formaciones políticas. Ah, pero la cuestión es que este tipo de
espionaje entre "hermanos" está sufragado con dinero público y estas
ya son palabras mayores. Es una de las mil caras de la corrupción ya que
estamos ante un supuesto caso de malversación de fondos públicos. Aunque al
comenzar estas líneas distinguía entre la corrupción y el espionaje político,
tratándolos como dos fenómenos aparentemente diferentes, al final vemos que todos
los caminos conducen a lo mismo: la indecencia y la inmoralidad en la gestión
del dinero de todos. No solo no salimos del atolladero sino que da la impresión
de que cada día que pasa nos sumergimos más y más en el ponzoñoso problema de
las corruptelas de las que solo se salvan quienes no han tocado poder todavía.
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