Ayer me detuve solo unos instantes
en el llamado "gran debate" de Tele5. Fue el momento en que los tertulianos
se referían a la corrupción política. Nadie la justificaba, faltaría más, y tampoco
se producían encendidos desencuentros, antes bien había coincidencias puntuales
en las exposiciones de los dos
típicos "bandos". Sí me llamó la atención el intento de
alguno de los invitados de pretender diluir el problema diciendo que la corrupción
se daba también en otros universos tales como los de la justicia, o el propio
periodismo. En este caso discrepo porque ni los jueces ni los periodistas, por
citar dos de los varios ejemplos que allí se dieron, son elegidos por los
ciudadanos, por tanto carecen de poder representativo y su papel nada tiene que ver con la misión de gestores de la cosa pública. La exigencia pesa sobre
quienes acuden a la política para administrar los intereses de todos, aunque, naturalmente, sea reprobable que el fenómeno salpique a otros sectores. También hubo elementos para la autocrítica
en tanto en cuanto los ciudadanos llegado el momento apoyaban en las urnas a
personajes a pesar de estar estos involucrados en diversos procedimientos en curso. Es
verdad, es un hecho objetivo, pero que tiene su origen en el propio sistema.
No hay listas abiertas y si el partido no ha sabido o no ha querido depurar, al
votar a las siglas, el elector apenca con lo bueno y lo malo de las papeletas. Pero
aquí nos encontramos con que a las dos grandes formaciones les interesa
continuar con el bipartidismo y al blindarse limitan la limpieza e incluso la libertad en el procedimiento. A
esto se suma otro hecho que no ha de pasar desapercibido y es que al estar
todos implicados en la corrupción, en mayor o menor grado, ninguna de las
formaciones se obliga a utilizar los mecanismos ya existentes que permitirían
velar por el ejercicio de la transparencia y de la debida vigilancia democrática.
Estoy convencido de que si no se revisan los modelos, seguiremos en las mismas, tristemente.
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