La corrupción tiene muchas caras.
Algunas incluso difíciles de tipificar como potencial delito. El personal tiene
tiempo para pensar como llevar a cabo la mangancha sin que se note mucho, como
transgredir sin que lo parezca, etc. Por ejemplo, estoy pensando en el caso del
exconsejero de sanidad Juan José Güemes que estando en activo externalizó -que
suena mejor que privatizar- la gestión de los análisis con cuya adjudicación
se hizo ahora como empresario. Seguramente que ese será el patrón a seguir en
esa oleada de privatizaciones que se lleva a cabo en la comunidad madrileña y que
ha ocasionado una gran contestación en la calle escenificada con la llamada
marea blanca. Vamos a ponernos en el mejor de los casos. Es posible que no sea
ilegal, que haya cumplido con los requisitos estipulados, pero es algo tan
inmoral, tan carente de ética que en la opinión pública genera el mismo escándalo
que si incurriera en cualquiera de las figura delictivas. Yo llevaba el caso a
un ejemplo absurdo pero gráfico. Decía en mi cuenta de twitter que Güemes
hizo lo mismo que un futbolista que lanza un penalti y sale corriendo a ponerse
debajo de los palos porque sabe por donde va el tiro. De entrada tiene información
privilegiada en tanto en cuanto es el padre de la criatura y por lo demás es
bochornoso que no tenga reparo alguno en optar a un negocio que él fomentó
cuando representaba y gobernaba la institución autonómica. Ahora que el
Tribunal Constitucional ampara la expresión ¡manda carallo! no resisto la
tentación de aplicarla ante la perplejidad que me suscita el ínclito Güemes. Al
margen de que se dé la circunstancia de que es el marido de aquella diputada
que acuñó la deplorable exclamación "que se jodan". Una cosa no tiene
que ver con la otra, pero reúne un puntito de morbo para echar un poco más de
leña al fuego.
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