La de irregularidades que se venían
cometiendo con la organización de macrofiestas, ni se sabe. Ha tenido que
suceder la tragedia con cinco víctimas en el Madrid Arena para que se empiecen
a levantar las alfombras y a descubrir la permisividad que reinaba en el mundo
de esos negocios, con riesgos para la vida de las personas. Siempre sucede lo
mismo. Un punto negro de una carretera no se resuelve hasta que se pierden
vidas. No se construyen carriles para bicis hasta que la estadística de
ciclistas muertos colma el vaso. No se toman medidas con edificios ruinosos
hasta que se desprende un bloque y mata al viandante y así podríamos construir
un largo rosario de ejemplos que avalan lo que antecede. Ahora, porque el drama
está muy presente todavía, empiezan a revisarse todos los permisos, a controlar
el estado de los locales, a vigilar los aforos, a prevenir las avalanchas, etc.
Ayer mismo leíamos en los periódicos como se suspendía una macrofiesta de Año
Nuevo porque se habían detectado numerosas entradas falsas en la localidad
madrileña de Humanes. Igualmente, vemos como se han suspendido estas
grandes concentraciones que en años anteriores se celebraban sin reparos en la
Nochevieja. En la propia masa de jóvenes ha calado el temor a que puedan
repetirse este tipo de tragedias y estoy convencido de que muchos de ellos y
sus propias familias en estos días han adoptado las pertinentes cautelas a la
hora de asistir a estas multitudinarias reuniones. Cabe esperar que las
precauciones y medidas institucionales no sean flor de un día o que el rigor se
pierda y la vigilancia se relaje con el paso del tiempo, fenómeno que también
suele producirse. De la misma manera que
la ciudadanía, cuanto más las familias de la jóvenes fallecidas, confía en que
se depuren cuanto antes responsabilidades y se haga la luz sobre lo ocurrido recientemente
en el Madrid Arena.
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