Abro con la siguiente interrogante, ¿este era el país con el que soñábamos aquellos que vivimos y protagonizamos la transición de la dictadura a la democracia? ¿Esto era lo que esperábamos cuando exaltábamos los valores de la honestidad, la honradez, la ética, la transparencia, luz y taquígrafos...? Esto, poco tiene que ver con aquella sana euforia que nos permitía contemplar, embargados de entusiasmo e ilusión ,un futuro más justo y solidario y unos partidos políticos con sentido de la responsabilidad y del ejercicio de la política como un servicio a los ciudadanos. Da la impresión de que todo aquel bagaje fraguado en el tardofranquismo se ha quedado en papel mojado. Es verdad que asistimos a una revolución tecnológica que supera todos los precedentes, a la puesta en práctica de la idea de la globalización, que se traduce en un mundo sin fronteras, a una Europa hoy más depauperada que nunca, circunstancias todas ellas que nos obligaron y obligan a cambiar métodos y formas. No es menos cierto que en la actualidad padecemos una severísima crisis que nos hace revisar pensamientos, actitudes y modelos. Pongamos todas las atenuantes que se quieran para dar equilibrio a la aseveración, pero confieso que este, el mundo de la corrupción, de la injusticia social, de la pérdida de valores cívicos, de la hipocresía, del más absoluto descaro para mentir, robar, falsear no era el país que anhelábamos ni tampoco anhela hoy la mayoría de los españoles. Y en la parte que nos toca a los nacidos en la postguerra no valen excusas de herencias recibidas, ni gaitas por el estilo. ¿En qué hemos fallado aquellos que formábamos parte de la ola de la libertad y la democracia, hoy ya con el carné de pensionistas? ¿Hicimos esta generación de la que hablo y en la que me incluyo la necesaria y rigurosa autocrítica? Yo creo que se nos ha ido la mano, seguramente porque nos empeñamos en hacer lo contrario de aquello que entonces criticábamos, que era casi todo y porque no nos dio tiempo a madurar y a reciclarnos ante los cambios sustanciales que sobrevinieron. Tal vez nos hemos aburguesado con las mieles del estado de bienestar y hemos relevado la primera persona del plural por la primera de singular, con un afán desmedido de buscar el enriquecimiento individual a cualquier precio. Es un tema para el debate. Pero urge una regeneración. Es mucha hora.
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