Resulta deprimente ver el panorama general, pero si vamos por partes, es lo mismo. Estos días hemos asistido a una ceremonia de luchas intestinas en el seno del Consejo General del Poder Judicial, que acabó como el rosario de la aurora. Un vocal tuvo el coraje de denunciar al titular Carlos Dívar porque a su juicio estaba malgastando el dinero en desplazamientos a Marbella en donde como presidente del citado órgano nada se le perdía. Otra cosa es que tenga por allí familiares y amigos, pero que se pague los viajes de su bolsillo. El caso, se veía venir, es que una vez que el Fiscal General frenó el asunto, Divar se hace fuerte y convoca a todos los vocales para contarles su versión. Ayer se reunió el pleno del CGPJ y cinco vocales piden la dimisión de Divar, mientras que otros siete piden la de Gómez Benítez. El resultado releva de mayor abundamiento. Ha de tenerse en cuenta, no obstante, que al actual presidente del Supremo lo han elegido los dos grandes partidos, el PP y el PSOE, a sabiendas de sus marcadas señas de identidad. Es decir, Divar es el resultado de una parte abrumadoramente mayoritaria de la soberanía popular representada en las Cortes. Magnífico ojo clínico el de los dirigentes que pactaron el asunto. Primera lección, han de atarse bien todos los cabos antes de tomar acuerdos como el que llevó a C. Dívar al CGPJ. Segunda enseñanza: este hombre que llegó a reconocer los gastos, aunque dijo que eran una miseria, desde luego demuestra que no tiene un alto sentido de la ética y de la moral cívica. Cualquier otro profesional de honestos criterios hubiese presentado la dimisión inmediatamente. En el mundo de la Justicia, lo mismo que en otros ámbitos, especialmente la política, la poltrona crea adicción.Tercera reflexión, la imagen del CGPJ ha quedado seriamente tocada con la consiguiente repercusión en la credibilidad ciudadana. Cada vez se cree menos en las instituciones y eso es un paso hacia la quiebra del Estado de derecho. Allá Carlos Dívar con su conciencia, pero cada vez que un asunto en litigio vaya al Supremo me va a ser inevitable pensar que su sentencia no me merece todo el respeto que debiera.
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