La victoria de Hollande en Francia parece que ha desatado la euforia o, cuando menos, una indisimulada esperanza eufórica. Uno que es muy escéptico, las circunstancias me hicieron así, tomaría el triunfo del socialista con bastantes dosis de cautela. En primer lugar porque los discursos en campaña electoral están cargados de milongas y bagatelas. Se trata de conseguir el voto y se dice lo que haga falta. No creo que los españoles tengamos necesidad de esforzarnos en buscar ejemplos. Luego vendrá el tío José con los recortes, muy a mano este "palabro" que ha adquirido semánticamente una acepción nefasta, dramática para muchos. En segundo lugar porque aún suponiéndole al nuevo presidente de Francia la intención de darle un giro a la estrategia de la austeridad equilibrándola con medidas que impulsen el crecimiento, se va a encontrar con serias dificultades empezando por la dictadura de los mercados y terminando por el poderío que está ejerciendo Alemania. ¿Le va a echar un pulso a la Merkel? Sin duda, el posicionamiento de Hollande ,proclamado en campaña electoral, respecto a la grave crisis que nos asola despierta tantas expectativas cuánto es el deseo colectivo de poner freno a la espiral de recortes y reformas que nos ahogan y que, en lo que concierne a España, están alimentando la mecha del estallido social. Digamos que hemos hecho de la necesidad el deseo de tomar oxígeno, de aliviar penas, de encender una lucecita en la negrura del túnel en el que nos metieron unos desalmados financieros, correspondido con la mala gestión de un Gobierno y lo que va del otro. La victoria socialista es importante, por otro lado, para detener la dinámica de un alarmante avance de la extrema derecha lepeniana, a la que Sarkozy recurrió desesperado a última hora buscando réditos electorales, hecho tanto o más escandaloso. No dejo de reconocer, finalmente, el apoyo decisivo que el presidente derrotado prestó a España en materia antiterrorista. Lo cortés no quita lo valiente. En fin, si por el deseo de que cambien las cosas es, diremos, parafraseando a Enrique IV, a Hollande bien vale creerlo.
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