Uno, que es niño de la posguerra, nacido a la luz del
candil, plancha de la ropa alimentada con brasa, cocina económica atizada con
leña del país, lareira activada con
soplete, bistec los primeros días de mes, juego de parchís con unos cartuchitos
de higos y pasas, como regalo de Reyes, estreno de zapatos el día del patrón, o de la primera comunión...ha visto como sacábamos cabeza, se
conquistaban avances en los derechos sociales, laborales, fundamentales, fue
testigo del advenimiento de la democracia, aprobación de la Constitución,
elecciones libres, ingreso en la UE, construcción del estado de bienestar, etc.
Todas estas vivencias y otras muchas, que no es menester citar una por una
porque sería muy cansado, me hacían creer que era un privilegiado y como yo
todos los que hemos empezado a crecer en la dictadura y maduramos en la
democracia. Sin embargo, tengo que confesarlo, de un tiempo a esta parte me
invade cierta melancolía -que, podía ser peor, es una tristeza suave, según el
recordado pensador y amigo Carlos Gurméndez, filósofo de las pasiones y los
sentimientos- al ver y sufrir todo lo que
está sucediendo: la llamada crisis económica que no es sino el castigo
de los grandes y poderosos a toda una sociedad trabajadora a la que hace pagar
los excesos que ellos cometieron, el enquistamiento del imperio de la mentira,
las bajas pasiones de la política y los políticos, la perversión de principios
elementales de una convivencia sana y democrática, abajo la ética y la
honestidad, arriba el robo y el enriquecimiento ilícito. En mi estado de
jubilación observo impotente como la sociedad se resigna: "Es lo que
hay",
"mandan los mercados", "manda Europa", "manda el BCE", "manda el FMI","manda la
Merkel"...¡¡Manda carallo!! Por eso que a mi, que, en las redes sociales, me
gusta filtrar la actualidad, echar mano de titulares y pasarles el colador de
la ironía, el humor, el sarcasmo, como método de ejercitar la crítica, me entra
muchas veces la tentación de abandonar, porque me cansa, me repugna, me
subleva, me hacer escribir con las tripas. Pero, al final, piensas que resistir
es vencer, estereotipo de mayor o peor fortuna, y continúas, aunque necesitas
desahogar, que es lo que acabo de hacer. Con tu licencia, amigo lector.
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