Todos los años por estas fechas, los ferrolanos
estamos condenados a sufrir un martillazo al conocerse los datos del censo
poblacional. Esta ciudad no para de encogerse, en esta ocasión 765 habitantes
menos que el año anterior. Estamos ya en los 71.232 que nos sitúa en años
anteriores a 1950, año este en que se registraban 77.030 h, después de que,
entre 1930 y 1940, se anexionara el Ayuntamiento de Serantes que aportó 15.503 habitantes. Unos treinta años llevamos instalados en esta
pendiente que parece no tener fin de trayecto y que arroja la pérdida de 20.000
habitantes. Las razones son obvias: el desmantelamiento industrial, ahora mismo
agravado dramáticamente por la falta de encargos en los astilleros de la ría
ferrolana. Ferrol, emblema de la construcción naval civil y militar no hace ni
una cosa ni la otra. Gestores que no justifican su trabajo y únicamente buscan
una lucida remuneración y políticos que desde la centralidad nos ignoran. Los
ferrolanos sufrimos crisis sobre crisis y los efectos se escenifican en ese
espectacular despoblamiento que nos sirve el Instituto Nacional de Estadística.
Es verdad que una buena parte se ha trasladado al vecino Concello de Narón,
antes considerado como ciudad dormitorio de Ferrol, pero no lo es menos que
otra parte, sobre todo jóvenes, han tenido que emigrar en busca de un trabajo
que les permita emanciparse. Ferrol, un ayuntamiento que no para de perder
habitantes, Narón el ayuntamiento contiguo que no para de crecer. Las dos caras
de la moneda, aunque un denominador común, el desempleo que no respeta
fronteras. No resulta extraño que Ferrolterra se haya declarado en "pie de
guerra", que las movilizaciones populares vayan a más, que el termómetro
de la convulsión social suba enteros y que aquí nadie pueda conciliar
debidamente el sueño hasta que se empiece a poner remedio a tan caótica
situación.
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