Anteanoche me acosté después de haber visto un documental
sobre la vida del cantautor, actor, dramaturgo, Víctor
Jara. Te retiras con el cuerpo mal, claro, porque el final de la historia en
este caso es sumamente trágico. Acribillado a balazos después de haber sido
sometido a viles torturas, con graves hematomas por todo el cuerpo. La
dictadura, recién atacado el Palacio de la Moneda, mostraba el terror, el
desprecio a la vida, la abolición de las libertades y de los derechos humanos.
El dictador dejaba ver sus señas de identidad. Contaban algunos testigos que les costaba
trabajo identificarlo en la morgue. Qué decir del emotivo y
desgarrador testimonio de su mujer. Pero dejemos la parte más dramática a un
lado. Aunque los rasgos esenciales de esta personalidad los conocía, el
documento audiovisual me permitió adentrarme en particulares aspectos de su
vida, de su talante, de sus orígenes, de su orfandad materna prematura y
de su perfil de hombre comprometido con unos ideales y, sobre todo, de su gran
talla humana y del sentido de la disciplina como método de trabajo. Desde luego, el
paso por un seminario en el que se formaba a los futuros sacerdotes imprime
carácter, aunque él solo estuvo dos años, período breve, pero que marca. No obstante hay que subrayar que, de retorno, muchos
exseminaristas, como es su caso, llegan a dar un vuelco a su vida intelectual y profesional
y acaban en el ateísmo, o agnosticismo, eligiendo una hoja de ruta que
nada tiene que ver con todo aquel caudal de sello religioso aprehendido en los ambientes
claustrales, intramuros. El sentido del compromiso, de la lucha por un mundo
mejor, de la solidaridad con los más necesitados, el concepto del apostolado en su expresión laica
parecen ser reflejos de aquella incipiente formación humanística inculcada en el par de años que pasó preparándose para cura. Sea o no ese episodio un referente a tener en cuenta, a mi modo de ver Víctor Jara era, realmente, eso, un
apóstol que creía encontrar en las filas del partido comunista chileno la herramienta
precisa para canalizar sus inquietudes sociales, sus esperanzas y su lucha por un mundo
mejor. Era un hombre que, por encima de su militancia partidaria o ideológica, transmitía humildad, honestidad, coherencia, valores, hoy en desuso, lamentablemente. Víctor Lidio Jara Martínez (1932-1973), en la memoria.
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