Reproducción parcial de la columna de Ricardo Nores publicada en el desaparecido Ferrol Diario |
En este afán o avidez mía de hurgar en papeles y hemerotecas
hallé hace ya algún tiempo un suelto en el periódico ABC de fecha 15-12-1926
que decía "Se clausura el Casino Ferrolano por tiempo indefinido a causa
de haberse comprobado que en él se jugaba a los prohibidos". Desconocía
yo, seguro que no así por parte de los historiadores locales, este lunar en la
historia de esta entidad de imagen acrisolada frecuentada por lo que podíamos
llamar las elites de la sociedad ferrolana. El caso es que recientemente en el
"barrido" que estoy haciendo del desaparecido rotativo Ferrol Diario,
sin buscarlo me encontré con una de las colaboraciones de Ricardo Nores que
ejercía de Cronista Oficial de la Ciudad allá por los años setenta. Dice Nores
Castro, contextualizando su aportación, que hasta el año 1923 el juego estaba
arraigado en la sociedad española hasta que la dictadura del general Primo de
Rivera tomó cartas -nunca mejor dicho con aire irónico- en este tibio asunto. El
caso es que un buen día el juez de instrucción, acompañado de fuerzas de la
Guardia Civil, se personó en el Casino para sorprender "la magna partida
de timba". Relata el Cronista que previamente para poder sorprender a los
jugadores mandó entrar a un alguacil en el local y so pretexto de hacer éste
una pregunta a uno de los camareros, se colocó delante precisamente del botón
del timbre de dar el aviso de alarma a la sala de juego. Entretenido así el
camarero citado, cuando advirtió la entrada del juez y sus acompañantes no pudo
dar la señal convenida pues aun cuando lo intentó lo impidieron los agentes de
la Benemérita. Cuenta asimismo que entre las personas detenidas que fueron diez
o doce figuraban algunas de destacada
distinción y una que días antes censuraba públicamente el juego recomendando a
la policía que extremara la vigilancia. En el transcurso de la redada uno de
los "puntos sorprendidos", oficial de la Armada, hizo cuadrar a uno
de los guardias civiles que trataba de detenerle (muy propio de una extinguida
y rancia sociedad local que se prodigaba en "no sabe usted con quien está
hablando"), terciando entonces el juez y mandando a uno de los agentes de
vigilancia que prendiese al marino. "A presencia del juez se destruyó
aquella noche el timbre de alarma y la mesa de juego".
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