martes, 12 de febrero de 2013

En el décimo aniversario de la muerte de Mario Couceiro

Mario Couceiro con Torrente Ballester en el ciclo inaugural del Club de Prensa
de Ferrol que tuvo lugar en el mes de octubre del año 1987
Hay episodios que deberían de ser rememorados puntualmente, pero falla la memoria y aunque los papeles contienen la referencia estos no se miran y así pasa lo que pasa. El 6 de enero se cumplieron diez años del fallecimiento del periodista, escritor y poeta, Mario Couceiro (Marius). Ocurrió en el 2003. Tenía entonces 83 años y era a la sazón Cronista Oficial de la Ciudad. Había sido compañero mío en el Ferrol Diario. Ahora que estoy revisando este histórico periódico local para ver de editar un libro con mis modestas memorias vuelvo a los años setenta y me encuentro con el amigo Mario que durante un tiempo alimentó la sección de "Feitos". Procedo a acopiar todos los artículos. Quien sabe, a lo mejor algún día podíamos publicarlos. Sería una nueva oportunidad de honrar su memoria. "Carta de algunas islas y varios ríos" (Ediciós do Castro, 1982) es el único poemario salido de imprenta. En su faceta de prosista llegó a ver la luz "Primeira fase e outras narracións" (Tambre 1996) de relatos breves. Su trayectoria periodística se mueve entre El Correo Gallego de los años cincuenta y Ferrol Diario (1969-1981). Fue uno de los animadores de la revista poética Aturuxo, de los años cincuenta. El último acto al que asistió en público fue la presentación del libro de mi autoría "Diálogos con Álvaro Paradela", el 7 de agosto de 2002, ocupando mesa con la presidenta entonces del Club de Prensa de Ferrol (editor del opúsculo) Julia Díaz Sixto y un servidor. Simplemente quería con este post recordar a esta interesante figura a la que, a su muerte, dediqué un texto ¿prosa poética? del que entresaco este fragmento. 

Tal vez porque te movías en las honduras del presentimiento, quizás porque palpabas la proximidad, acaso porque era hora de romper barreras, de desnudar el alma, de eliminar pudores y prejuicios, quizás por eso habías aceptado el brindis. Pero el destino, por decir algo, puso puertas a tu vida. Las circunstancias, irreversibles, nos han obligado a cambiar el verbo, y el tono. Y el semblante se nos tornó sombrío. No hay más remedio que echar mano de ese hierático adjetivo (que no escribiré), que pesa como una losa, que hiere las emociones, que etiqueta la existencia, que nos sitúa frente al después, al más allá, en el hecho metafísico y "metahumano", que acuñaría nuestro común Amaro Orzán. ¿Recuerdas que cada vez que la conversación nos conducía a la reflexión sobre el tránsito final nos mirábamos y al unísono elevábamos la voz: Por qué no hablamos de otra cosa?...Entre incómodos y exasperados poníamos proa a las islas del silencio, a ese mundo azul en el que la muerte es menos muerte, que tú decías. Y dejábamos a popa la realidad de lo intangible, la evidencia de lo inexplicable, la lógica de lo ilógico.¿Para qué introducirnos en la espesura del bosque si éste ni siquiera existe? ¿Para qué edificar el puente si falta el río? ¿Para qué sumergirnos si no hay profundidad? Y abandonábamos lo trascendente  para recuperar el escenario habitual, aquel que olía a plomo fundido, a aceites y grasas, a periódicos, a tintas, a papeles usados, a imprenta antigua...
 

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