Un baile de carnaval de gente bien, de principios del siglo pasado. |
Ferrolano: ¿tú qué eres, "gente
bien", "artesano", "pichonero" o "sportman"? Pues estas eran las clases sociales del siglo XIX. El primer
estrato se entiende por si solo. Hablamos de la clase alta. El
"artesano" es la antítesis, o sea, el estrato más humilde, el
"pichonero" era una especie de integrante de una quinta columna
social, admitida de mala gana por los dos "estratos históricos".
Pero, ojo, porque hubo "pichoneros" que alcanzaron gran relieve en la
época. Contaba el poeta, escritor, más tarde Cronista oficial de la Ciudad,
Mario Couceiro, en un trabajo publicado en Ferrol Diario en el año 1974 sobre "Los
carnavales de nuestro abuelos", que algunos "pichoneros habían
conseguido aparecer en la prensa local con motivo de alguna boda o tuvieron el
honor de que los gacetilleros de entonces registrasen sus nombres a causa de un
veraneo, con chacha y niñera". Una especie de subclase era la de los
"sportmans", que pertenecía al género masculino. No jugaba al fútbol
ni intentaba batir ningún récord deportivo. Entre sus actividades estaba la de
no realizar trabajos manuales o intelectuales que requirieran un gran esfuerzo.
Mario Couceiro señalaba que había conocido a uno de estos
"sportman". Relata que usaba pantalones franela color guinda, jersey
de pico con dibujos egipcios ("influencia del reciente descubrimiento de
la tumba de Tutankamon") y un bello junquillo de procedencia ultramarina.
Hablaba poco y en voz muy bajita, pero a cambio sonreía mucho. "Su máquina
de pensar se hallaba como detenida milagrosamente lo que le añadía a la
expresión de sus ojos un velo poético". Dice Couceiro que un día una tía
suya se detuvo con ese "sportman" a comentar algunas cosas sobre la
benignidad del tiempo y al terminar la
conversación, Mario le dijo a su tía "¿ese señor es tonto?" y la tía
se indignó mucho. "Ese señor es un "sportman", no lo
olvides" le replicó el familiar. Yendo al grano, los carnavales, al
parecer cada estrato celebraba a Momo, pero ningún "bien" se
permitía la bajeza de mezclar su alegría particular con un
"artesano". El martes de antroido, la calle Real se convertía en un
maremagnum de mascaritas que se interpelaban y acaso se insultaban con voz
aflautada y se arrojaban peladillos. Ironizaba Mario Couceiro, refiriéndose a
los carnavales de sus antepasados, que "el martes, los ferrolanos que no
habían leído a Freud ni conocían a Adler, usaban la jornada para descargar un
año de autorrepresión".
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