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Tengo la sensación de que a veces lo que es una tragedia que origina una gran conmoción llega a convertirse en algo así como un gran culebrón con todos los ingredientes, que, de forma inevitable, afloran: emociones, sentimientos, dolor, pesar, solidaridad... Una vez más se tiende una gran nebulosa sobre la línea que marca el horizonte de la ética y la deontología periodísticas cuando, aparentemente, lo que trasciende es el interés en entregar a los televidentes (fijo mi atención en este medio) toda la información posible, que no quede ni un recoveco por abordar, pero a base de repetir una y otra vez, hasta la saciedad, las mismas imágenes, los mismos testimonios, los mismos relatos, adobados con algún matiz novedoso. La competencia entre cadenas multiplica el efecto. Puede uno plantearse muchas interrogantes y dudas, pero algo tengo claro y es que la voracidad del mercantilismo suele desequilibrar el tratamiento equilibrado del hecho informativo que queda al borde (por ser benévolo) del sensacionalismo o el amarillismo. ¿Seré yo un romántico del periodismo, especie a extinguir? Algo de esto puede haber también.
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