No se puede caer en la contradicción de
invocar con frecuencia, "las conquistas sociales y de derechos alcanzados
por nuestros padres y abuelos", Pablo Iglesias dixit, y por otro lado
afear el proceso de la
Transición , porque esta también fue una conquista en su
momento de los padres y abuelos. En suma, está bien que pasen página, porque,
en efecto, hay cuestiones que en ese momento no tuvieron encaje y quedaron
pendientes, pero no me gusta el tonillo de fondo, el sonsonete con el que se
refieren a la dichosa Transición. Y, además, corremos otro riesgo, que consiste
en que bajo el manto largo y ancho de la corrupción metamos todo para, acto
seguido, invalidar y negar en términos
absolutos casi cuarenta años de libre convivencia -el período más largo de estabilidad
de la historia de España, tras siglo y medio de alternancias de dictaduras y
democracia- lo que me parece una perversión total del discurso político.
Urge purgar y limpiar las sentinas de las
instituciones, de los partidos políticos. Urge reinventar el noble concepto de
la política, ahora vilipendiado. En esa línea
emerge con fuerza sorprendente la formación que lidera Pablo Iglesias de la que
se espera que vaya cobrando identidad con un programa concreto, que defina su
pensamiento ideológico, porque eso de que no somos de derechas ni de izquierdas
(sino todo lo contrario) es pura
indefinición, una entelequia.
No creo que este país se haya vaciado
ideológicamente, antes bien pienso que la sociedad muestra hartazgo de los
políticos, que es cosa bien diferente. No se debería permitir que los políticos
ensucien la política y al final, los conceptos de la política y los políticos
sean interiorizados como la misma cosa. Me niego a matar la política.
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