Las "voladoras" inmortalizadas por la fotógrafa estadounidense Ruth Mathilda Anderson en un viaje que hizo por Galicia en los años 20 |
Mi parroquia natal está de fiesta. Es el patrón San Juan.
Dice la comisión de la asociación vecinal que nadie recuerda en la localidad
que dejaran de celebrarse estos festejos. Existen dudas sobre el período de la
Guerra Civil, pero tampoco certezas en un sentido u otro. Estas fiestas están
asociadas a mi infancia. Se celebraban en la carretera de acceso a la iglesia, A
Carreira, naturalmente empedrada, por la que apenas transitaban coches. Por
aquel entonces -sucede con todos los recuerdos de la niñez que tienden a
agigantar los escenarios, las personas, etc- me parecía que era una explanada
enorme. Como enorme era el gentío que allí se congregaba. Hoy cuando paso por
la zona me parece mentira que en aquel espacio tan exiguo se montara todo el dispositivo festero y, desde
luego, descarto que se reuniese una cantidad ingente de personas. Recuerdo las
"voladoras", especie de norias que se pueden ver en la foto que ilustra este post; las "lanchas" en las que para el balanceo se
sumaban las fuerzas de los dos ocupantes que tiraban de respectivas cuerdas. Y
un tinglado que constaba de unos raíles, que descansaban sobre unos pilares en
el suelo, y un avión que portaba un
petardo en el morro. El aparato había que asirlo por su popa y subirlo por una
fuerte pendiente de aquella infraestructura hasta llegar a un tope en el que
explosionaba el diminuto paquete de pólvora. Era una prueba de fuerza para los
adultos. La pirotecnia se lanzaba toda a mano y los chavales corríamos detrás
de las varillas, afición no exenta de cierto riesgo. Guardo también un especial
recuerdo del repique de campanas en la procesión. Incluso mantengo el nombre en
la memoria, Eliseo, un vecino que manejaba muy bien los badajos haciendo una
combinación "gloriosa" entre la campana más aguda y la más grave. Era
como una composición musical. Iniciaba en ritmo "lento" para
continuar "in crescendo" hasta alcanzar una gran apoteosis, no exenta
de ritmo, cadencia y singulares matices. Todo un lenguaje que otros con más
sensibilidad y recursos que el que suscribe han sabido narrar y describir con categoría
literaria.Yo admiraba al campanero, como admiraba al pirotécnico y no digamos a
los divos de las orquestas, que solían ser los llamados vocalistas. En
ocasiones, cuando el presupuesto lo permitía, se traía a dos formaciones
musicales, que rivalizaban sobre aquellos escenarios levantados con tablas de
pino y adornados con ramas y espadañas. La energía eléctrica la suministraba un
motor que movía una dinamo, cuyo ruido se mezclaba con la megafonía de la
orquesta. Recuerdo igualmente las peleas entre bandas de parroquias vecinas que
rivalizaban. En algunos casos, acababan con agresiones graves. Los
músicos compartían el almuerzo extraordinario en casas de vecinos del lugar.
Entonces funcionaba la hospitalidad como una actitud natural en días tan
señalados. No me olvido, por otro lado, de los estrenos de calzados y ropa. Se
esperaba al patrón para hacer un dispendio, no muy ostensible.
Eran años de la posguerra, años de hambre y de muchas necesidades. La liturgia
está también muy presente en los recuerdos. Ese día se celebraba "la misa
de función", amenizada por algunos miembros de las orquestas que luego se
lucirían en las verbenas. En fin, y tantas otras vivencias y experiencias que
harían interminable esta "acotación". Queden cuando menos algunas de
las que han ido saliendo según los dedos "repicaban" el teclado de mi ordenador.
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