Pasado mañana es la festividad del Corpus. Tres jueves hay
en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de
la Ascensión, reza el refranero popular. A mi memoria vienen aquellas
procesiones solemnes y fastuosas de los años sesenta, que no se sabía muy bien
si eran desfiles militares o rituales litúrgicos. Tal que así deberían de
verlos los curas de la época, que quisieron dar un golpe timón y desproveer la
festividad de tanto boato, pero al final la cosa acabó sin cumplir el objetivo
y con algunos castigos a los sacerdotes, además de un toque de atención dado al
entonces obispo de la diócesis, monseñor Argaya Goycoechea. Fue precisamente en
el año 1968 cuando el Consejo Presbiteral decidió el cambio litúrgico de la
procesión del Corpus, reduciendo al mínimo el aspecto procesional limitando
toda una celebración de la eucaristía a un acto en la plaza pública "para
quitarle a la procesión su aspecto escandaloso de mero espectáculo",
escribió en su día el teólogo Xosé Chao Rego, a la cura de la parroquia de
Santa Mariña cuando ocurría este percance, hoy y desde hace muchos años,
secularizado. Aquella toma de posición constituía, sin duda, un explosivo en
una ciudad en la que radicaba una importante plaza militar. Se quería suprimir
la escolta de soldados y marineros, la tradicional bendición del mar desde
Capitanía General y un desfile procesional de unas autoridades, civiles y
militares, que tendrían que asistir como simples fieles "si tal era su
devoción", subrayaba Chao Rego en FerrolAnalisis
nº 2, de julio de 1991, publicación que edita el Club de Prensa, entonces bajo
la dirección del que esto escribe. Pues bien, fue suficiente que un
representante del clero castrense en el Consejo Presbiteral fuese al Capitán
General para informarle de que aquellas eran artimañas de curas comunistas para
que la más alta autoridad, "con fama de ver comunistas debajo de su
cama" pusiese en marcha una operación de caza de brujas "de la que
varios ingenuos entusiastas de la reforma litúrgica salimos heridos y el bueno
del obispo, desprestigiado", remarca Xosé Chao. El prelado hubo de
retratarse y el cura Fernando Porta de la Encina, responsable de la ceremonia,
en tanto experto en liturgia, resultó depuesto de su curato de la parroquia de
San Julián en la que llevaba escasas semanas de ejercicio pastoral. Chao Rego
confiesa en el trabajo al que hice referencia que no hubo intencionalidad
política alguna, solamente interés pastoral "lo que puedo suscribir como
secretario del Consejo Presbiteral, lo que me llevó a enfrentarme con mi
querido obispo, defender a Fernando Porta y protestar por la injerencia de la
autoridad militar". Ya Jacinto Argaya Goicoechea se había marchado
destinado a San Sebastián "y en una emotiva reconciliación, acabamos los
dos de rodillas pidiéndonos perdón mutuamente", concluye Chao Rego su
relato.
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