domingo, 6 de julio de 2025

Cincuenta años de pleitos Marina-Concello por la titularidad de la alameda del Cantón

 


A caballo de los siglos XVIII y XIX se producían con frecuencia “rifirrafes”, incluso pleitos entre la Marina y el Ayuntamiento por la propiedad de la alameda del Cantón. El hecho de que el cuidado de esta corriera a cargo durante años de los comandantes generales de los arsenales parece ser el nudo gordiano de un enjundioso proceso, en una ciudad que, como esta, había, todavía hay, una gran interactuación entre las poblaciones civiles y militares.

Según los antecedentes, la alameda, por la parte oeste era mar, habiendo contribuido la villa a rellenar el terreno en el desmonte de la plaza de Dolores. Contaba entonces que el terreno del centro y parte del que siguió hacia el este correspondía a la antigua ermita de la Magdalena, que era patrona de la villa, solo se plantearía la duda, según Montero Aróstegui, del frente de la antigua Casa Consistorial, emplazada, como se sabe, en el edificio ya desaparecido, que, en las últimas décadas del franquismo, fue sede del sindicato vertical. Pero también el historiador, hurgando en legajos y pergaminos, llegará a la conclusión que estos últimos terrenos eran propiedad de la municipalidad. No se cuestiona, por otro lado, que a la Hacienda de Marina perteneciese parte de los terrenos cedidos para el foso y obras de los arsenales.

En el año 1787 el Ayuntamiento había tomado acuerdos en los que se deja constancia de haber satisfecho el coste de los árboles empleados “en el plantío de la alameda”, así como la colocación de asientos de cantería para su mejor decencia y comodidad. Resulta igualmente significativo que cuando el capitán general de la Marina, Antonio de Arce, que luego dio nombre a una calle, ostentaba el mando del departamento en el año 1786, al tratar de construir una fuente frente al dique, se hace referencia a una segunda calle de árboles que pertenece a la villa, debiendo, por esa razón, el alto mando militar dirigirse al Ayuntamiento para obtener el necesario permiso de edificación.

 

Toma y daca

Pero, posteriormente y a lo largo de algo más de 40 años, la propiedad sería objeto de un toma y daca en el que se disputan la propiedad Ayuntamiento y Marina. La influencia que los jefes de esta ejercieron siempre en una población puramente militar y las armoniosas relaciones entre éstos y los representantes civiles, entiende Aróstegui que llevaron a crear un clima de indiferencia acerca de las atribuciones y derechos de cada cual, ya que se miraban como causa común. La Marina tenía medios y recursos para encargarse de la decencia de la alameda y lo que en principio fue condescendencia con los regidores, después se argumentó como un derecho adquirido.

Habiéndose dispuesto en el año de 1795 por acuerdos de la Junta de arbitrios presidida por el intendente de Marina y después por otras providencias del Ayuntamiento, la corta de la fila de álamos que había al frente de la “Casa de la Villa por la oscuridad que le causaba y los desórdenes que se consentían”, el Gobernador político-militar de la plaza, entonces presidente del Ayuntamiento, mandó ejecutar aquellos acuerdos. Se procedió a la corta y el importe de dichos árboles se invirtió en la primitiva calzada de aquella casa. En tal estado de cosas, se recibió en el 1798 una real orden, mandando que dicho gobernador entregase en la tesorería de la Marina el importe de los 70 árboles cortados.

Dinero de ida y vuelta

Sin perjuicio del resultado de estas exposiciones, el Gobernador, de acuerdo con el cuerpo municipal, acatando y obedeciendo los mandatos de S. M. reintegró a la tesorería de Marina el importe de aquellos árboles. El expediente siguió su curso y las quejas fueron después oídas y debidamente apreciadas. “Por curso del Real y Supremo Consejo de Castilla de 19 de febrero de 1800, se declaró que el Gobernador político militar de esta plaza no se excediera en la corta o la tala de árboles perjudiciales a la policía del pueblo, cuyo conocimiento pertenecía privadamente a la autoridad local. Se mandó que en lo sucesivo el capitán general, intendente u otro juzgado alguno de Marina no interviniesen a conocer ni entender en aquel ramo, por serle solo peculiares los correspondientes a las obras de arsenales, y se previno que el jefe del departamento comunicase las órdenes oportunas a la tesorería de Marina para que devolviese al Ayuntamiento los 299 reales que había entregado y cuya devolución tuvo efecto, ingresando aquella cantidad en fondos municipales”, subraya la documentación consultada.

Parecía que con la providencia del Real y supremo Consejo de Castilla hubiese quedado sin cumplimiento, pues aunque el Ayuntamiento se ha dirigido a aquel cuerpo supremo con testimonio del oficio del jefe del departamento, no consta que hubiese resultado alguno y los comandantes de arsenales continuaron en la administración y cuidado de la alameda.

La Constitución de 1812

Publicada la Constitución de 1812, instalado el Ayuntamiento bajo la organización y atribuciones que daba a las municipalidades aquel código, volvió a activar negociaciones para que se le concediese aquel paseo público, pero sin resultados por la negativa de la regencia del Reino a consecuencia de lo manifestado por el Ministerio de Marina. Nuevas gestiones volvieron a ponerse en marcha, aunque sin frutos, en el año 1823, pero entonces, como en 1813, solo pedía el Ayuntamiento la administración de la Alameda, como un paseo público que, según la Constitución, debía quedar a cargo del cuerpo municipal, pero sin tocar la cuestión de propiedad ni los derechos de la villa, porque el lamentable estado en que se encontraba el archivo había sin duda hecho olvidar los derechos aclarados en los documentos del siglo anterior, que entonces era muy difícil buscar. Sin embargo, en el 1824 se efectuó el recurso por parte de la villa del corte y arranque de álamos que formaban la fila superior y última desde la fuente de la Teja a la iglesia parroquial, sin que conste hubiere la menor oposición por los jefes de la Marina. En tal Estado siguieron las cosas hasta septiembre de 1840, en que la Junta de Gobierno del alzamiento de aquella época declaró que la administración de la Alameda, como paseo público, pertenecía al Ayuntamiento, según la legislación vigente de estos cuerpos. Esta disposición se llevó a efecto, desde luego, pero después por el Ministerio de la Marina, bajo una real orden de la regencia provisional del Reino, que derogaba el mandato de la Junta de Gobierno de esta plaza, el Ayuntamiento acudió también por el Ministerio de la Gobernación y consiguió otra orden de la misma regencia de 18 de enero de 1841, para que continuase a su cargo el cuidado de la Alameda efectuando algunas mejoras y proyectando un jardín.

Ruidoso asunto

En 1846, volvió a promoverse el ruidoso asunto cuyos antecedentes obraban en la Secretaría. Como entonces aún no se había arreglado el archivo antiguo, no se ventiló cómo debía la cuestión de propiedad ni los derechos de la villa. Solo se fundó el Ayuntamiento en que era un paseo público del que estaba encargado por la Junta de Gobierno de 1840 y la Real Orden de 18 de enero de 1841. Carecía, pues, el Ayuntamiento de los antecedentes por estar los papeles olvidados e ignorados “en lo que se llamaba archivo”, matiza Montero Aróstegui. Así es que la disposición que la Marina alcanzó del Consejo real, comunicada por el mismo Ministerio de Marina el 22 de diciembre de 1848, resolviendo que a la Marina correspondía disponer el terreno y árboles de las alamedas inmediatas al arsenal, fue alcanzada sin todo el conocimiento de antecedentes con que la villa podía sostener sus derechos y por solo los antecedentes que la Marina presentó.

Una pausa temporal

Aprovecho para informar a mis gentiles y generosos lectores y lectoras que abro un paréntesis en la publicación de “Curiosidades Ferrolanas”. Será hasta finales de septiembre. Nos vemos a la vuelta.

 Este artículo fue publicado en Diario de Ferrol el domingo, 06/07/2025

martes, 1 de julio de 2025

Victoriano Suanzes Pelayo, otro ferrolano alcalde de A Coruña

 

Victoriano Suanzes Pelayo fue un marino y político ferrolano que vivió a caballo de los siglos XIX y XX. Su padre, Victoriano Suanzes del Campo fue reconocido por Ferrol dando su nombre a la alameda del Cantón.

Fue en los años veinte del pasado siglo cuando, durante la dictadura de Primo de Rivera, Suanzes Pelayo ejerció de alcalde de A Coruña, aunque solo por un año, ya que, percibiendo grandes disensiones en el seno de la corporación, optó por dimitir con carácter irrevocable. Conviene recordar que, con anterioridad, el también ferrolano Juan Flórez había desempeñado en sendas ocasiones la alcaldía de A Coruña.

En este capítulo voy a prescindir de la carrera militar de Suanzes Pelayo para centrarme únicamente en el Suanzes político. El personaje fue minuciosamente tratado en la web “Nacidos en Ferrol” del también marino Antonio Blanco Núñez, cuya fuente me fue de gran utilidad.

En la dictadura de Primo de Rivera, mediante un Real Decreto de 30 de septiembre de 1923, se llevó a cabo el cese de todos los concejales de los ayuntamientos, con la posterior sustitución por juntas de vocales (contribuyentes no elegidos democráticamente), en un proceso dirigido por la autoridad militar; estos vocales serían los encargados de elegir al alcalde y al resto de cargos municipales.

El 8 de febrero de 1924, se produce la renovación de la corporación en el Ayuntamiento de A Coruña, siendo elegido para el cargo de alcalde Victoriano Suanzes Pelayo. El Correo Gallego, recogía la noticia: “Bien empiezan su labor los concejales del ayuntamiento coruñés eligiendo al Sr. Suanzes para presidir la corporación. Suanzes, que es ferrolano, hará una gestión brillante al frente del municipio. Pues no otra cosa cabe esperar de su gran cultura, su actividad, su don de gentes y sus conocimientos de la vida pública de La Coruña, que tan a fondo conoce”.

El acto se celebró a las seis de la tarde en el palacio municipal, en presencia del gobernador cívico-militar López Pozas, el alcalde saliente Laureano Martínez Brañas, entre otras autoridades civiles y militares, así como representaciones varias. Le acompañaban en la corporación como concejales, entre otros: Antón Vilar Ponte, (escritor, periodista y uno de los principales líderes del galleguismo de preguerra) como representante de la Federación Provincial Agraria Coruñesa; el teniente coronel retirado Manuel Insua Santos, promotor en su día de la Universidad Popular y de los “Amigos de los Árboles”; Antón Valcárcel, que perteneció a las “Irmandades da Fala” en calidad de secretario de la Cámara de Comercio local y Enrique Roel Munch, dueño de la imprenta Roel.

La Voz de Galicia de 9 de febrero, en una generosa cobertura, como no cabía esperar otra cosa, señala en la crónica: “Cuando los ujieres dieron la voz de sesión pública, la impaciente avalancha del público se precipitó en el salón, arrollándolo todo. Los más curiosos pugnaban por alcanzar los primeros puestos y se abrían paso a codazos y empujones. Varios vidrios de la puerta de acceso a la tribuna popular cayeron hechos añicos, produciendo el consiguiente estruendo. La confusión que se produjo fue hábilmente aprovechada por algunos espectadores poco aprensivos que se llevaron las barras de metal que adornan la mampara y protegen los cristales”.

Toma de posesión

Tras la intervención del alcalde relevado, Martínez Brañas, tomó la palabra Victoriano Suances expresando la emoción que sentía. Demandó de todos los presentes que sus primeros aplausos en presencia de la nueva corporación fueran dos salvas, una de saludo efusivo a la ciudad amada y otra a las personas que acababan de abandonar la casa por disposiciones de la ley. Agregó que no acertaba a expresar, con la intensidad con que quisiera, los sentimientos que guardaba su corazón, pues, al sentarse en un sitio tan enaltecido por ilustres antecesores, se sentía trémulo y emocionado. Y continuó: “Cuando está próximo a cerrarse este libro de mi vida, me veo obligado a abrirlo por sus postreras hojas para anotar unos renglones en lo que jamás pude soñar, para escribir en la casilla de honores y recompensas estas palabras, “alcalde de La Coruña, por lo mucho que la ha amado”.

Agregó Suanzes que era un ferrolano amante de su tierra y recordó la frase de Canalejas “no solo se es de donde se nace, sino de dónde se ama”, para expresar como en su alma se fundían sus cariños hacia los dos pueblos hermanos. Terminó su alocución de la siguiente manera: “Si veis que mi mano vacila o que mi pecho tiembla, pedídmela o arrancádmela, porque prefiero el tormento del despojo a sostenerla con vilipendio”.

Poco más de un año después, el 3 de marzo de 1925, Victoriano Suanzes presentó la dimisión con carácter irrevocable. El Correo Gallego señalaba al día siguiente: “Causó gran extrañeza y es muy sentida en La Coruña la dimisión presentada ayer por el alcalde. Era irrevocable, a pesar de los intentos del gobernador civil por frenar su decisión. “Nosotros -dice El Correo Gallego- hemos de lamentar sinceramente la marcha de la alcaldía del digno marino, ya que su gestión ha resultado todo lo acertada que podía esperarse de su gran capacidad, beneficiosa para los intereses locales haciéndose acreedor el Sr. Suanzes al aplauso de todos los coruñeses que no regateamos en darle desde estas columnas”. Suanzes Pelayo fue sustituido por Manuel Casás Fernández.

Su labor como alcalde

En su etapa como alcalde entre 1924 y 1925, refiere Blanco Núñez que se pueden destacar, entre otras actuaciones, la solicitud  al Directorio Militar de la desaparición de la vetusta y antihigiénica cárcel del Parrote, siendo uno de los impulsores de la construcción de la cárcel provincial en Agra de Monte Alto, frente a la Torre de Hércules; aprobó el retorno de religiosas (Hermanas de la Caridad) a las labores de atención y gestión de los establecimientos benéficos municipales, “que sería el detonante para que Antón Vilar Ponte, presentara su dimisión”; peatonalizó en 1924 la calle Real y tuvo que enfrentarse a la aparición en la ciudad de diversos casos de viruela, para lo cual emitió un bando bajo el título: ¡A vacunarse y revacunarse!

Victoriano Suanzes Pelayo falleció el 14 de octubre 1929 en La Coruña, a la edad de 71 años. Al día siguiente su cadáver fue trasladado desde su casa en el Cantón Grande al muelle de la dársena de donde zarpó con el féretro el remolcador de la Armada “Marinero Jarama”, que lo trasladó a Ferrol, cumpliéndose el deseo expreso del finado. A su llegada a Ferrol, quedó instalada la capilla ardiente en el Arsenal y al día siguiente, con los debidos honores, fue conducido al cementerio ferrolano.

Legado literario

A finales de 1891, publica en la imprenta de El Correo Gallego “Breves Apuntes de Meteorología Náutica, Oceanografía y Derrotas”.  En 1917, del mismo modo, saca a la luz “A las Mujeres. Injusticias de los hombres”, donde reflejaba las doctrinas de la ilustre ferrolana Concepción Arenal, de la que era un gran entendido y admirador. Se trataba de una obra de teatro, en la que elogiaba a la mujer en todas sus facetas, destacando su inteligencia, capacidad de trabajo y abogando por la igualdad de derechos con los hombres y en 1928 publicó “La bolsa del pescado en La Coruña”.

 Este artículo fue publicado en Diario de Ferrol el domingo, 29-06-2025

 

 

 

 

 

miércoles, 25 de junio de 2025

La maestranza de Ferrol instalaba en San Sebastián la Caseta Real de Baños

 


La caseta de baños de San Sebastián, también conocida como la Caseta Real de Baños, era una estructura que permitía a la realeza y a la aristocracia española tomar baños de mar de forma privada y discreta en la playa de La Concha. Construida originalmente en madera y con un sistema de raíles para moverse sobre la arena, fue reemplazada por una estructura de piedra diseñada por Ramón Cortázar en 1911. 

En tiempos de Isabel II era de madera y se movía con raíles y tracción animal. Pues ya entonces, la maestranza ferrolana se ocupaba de preparar esta caseta, si hacemos caso a Israel Viana que en el ABC de 17 de julio del año pasado escribe que la reina Isabel solía bañarse a la 1 del mediodía. Describe la caseta como un gran pabellón con un elegante tejado, diez ventanas, varias habitaciones, remolcado y añade “todas las piezas se traían de Ferrol, salvo los raíles incorporados por la Compañía de Ferrocarriles del Norte”. Precisa, asimismo, que los trabajos de montaje eran dignos de ver y los observaba con placer la propia soberana, que descendía a conversar con los operarios y vecinos”.

Posteriormente, en 1887, la regente María Cristina ordenó construir una caseta más grande que las anteriores, más bonita y moderna. El edificio, rodeado por una amplia terraza sobre el mar, fue montado sobre raíles deslizantes, de 60 metros de longitud, que subían y bajaban al palacete con una máquina de vapor.

He aquí que el 31 de julio de ese mismo año de 1887, El Correo Gallego anunciaba que había zarpado rumbo a San Sebastián el vapor de guerra “Ferrolano”, llevando a su bordo los materiales necesarios para la construcción de la casa de baños destinada a la real familia. “Dicho buque, subraya la nota, conduce, además, al personal de maestranza que bajo la dirección del maestro del arsenal D. Felipe Graña y Lois ha de edificar la referida caseta. Con tal motivo van también dos individuos de marinería al mando de un contramaestre”. En ese año de 1887 al que antes se hacía referencia coincide con que se le da el título de Playa Real al arenal de La Concha

Orden al capitán general

Igualmente, al año siguiente (1888) se daba orden al capitán general de este departamento para que el arsenal dispusiera la preparación de la casa de baños de la real familia. “El referido baño será conducido a San Sebastián en el vapor “Ferrolano” y se destinarán a tal efecto un maestro, doce operarios de maestranza, un contramaestre y dos marineros para la instalación de aquella caseta en la playa del puerto.

Este testimonio sobre la caseta, realmente palacete, de la familia real, que deja en muy buen lugar lo “manitas” que era la maestranza del arsenal ferrolano, tan loada -nada que sorprenda- por el ilustre Andrés Avelino Comerma, surge cuando servidor investigaba sobre las casas de baños que había en Ferrol en época pasada, tema al que ahora me reconduzco.

Las antiguas casas de baños en Ferrol fueron espacios clave para la salud y el ocio en los siglos XIX y principios del XX. Uno de los ejemplos más curiosos fue la casa de baños flotante instalada en la dársena de Curuxeiras en 1886. Esta instalación permitía a los vecinos disfrutar de baños de mar con agua filtrada y calentada, todo ello en un entorno controlado y cómodo. En un anuncio fechado en ese mismo año se daba a entender que venía a cubrir una necesidad desde hace mucho tiempo sentida en Ferrol. Ofrecía “todas las condiciones de seguridad, comodidad y aseo y la empresa no duda que el público quedará complacido tanto por las circunstancias expresadas como por la economía, habiendo atendido para establecer los precios más a los intereses del público que al suyo particular”.

A la hora de abordar los precios señalaba:

Billete de entrada con derecho a baño general, 0,25 pesetas

Baño particular hasta 4 personas, además de la entrada, 1 peseta

Sabana y toalla 0,25 pesetas.

La campaña se movía en una horquilla de tiempo entre el 12 de julio a 30 de octubre, plan que, a veces, sufría variaciones puntuales. Además, para que las familias numerosas pudiesen obtener mayor economía, la empresa abría desde el día 13 abonos para baños particulares a precios económicos

He rastreado los periódicos de la época en busca de la propiedad de esta casa de baños y en El Correo Gallego, periódico ferrolano, el 21 de junio de 1890 leo el siguiente suelto:

“Ayer quedó a flote en bahía, a inmediaciones de la Graña, el barco destinado a Casa de Baños, propiedad de Mariano Pñieiro. Será fondeado en la punta del martillo, mismo sitio de veranos anteriores”.

Es más, en 14 de mayo de 1893, en el mismo rotativo, se lee:” La comisión provincial informó al gobernador que procede, primero denegar la concesión de varios terrenos de la playa de San Andrés, en la villa de la Graña, solicitada por Mariano Piñeiro Picallo, para construir una casa de baños y un almacén depósito de carbón”. El caso fue que esta solicitud colisionaba con la pretensión de la sociedad Talleres Gil y Cª de construir un dique seco en dicha playa “para lo cual necesita ocuparla toda”.

El balneario que no prosperó

En el campo de las iniciativas, en agosto de 1899, un concejal llegó a proponer la construcción de un balneario. El redactor (no identificado) señalaba que la propuesta apuntaba a la “parte de la playa comprendida entre los baluartes que miran a la Graña y Cabana, respectivamente, esto es, entre los almacenes de Nicasio Pérez y el no realizado parque de ostricultura”. Y añadía “el pensamiento en principio no puede ser más simpático y la iniciativa del concejal es merecedora de plácemes”.

Argumentaba el periodista que podría parecer mentira que una población de la importancia de la ferrolana careciese de “un lugar adecuado para satisfacer esa exigencia de la medicina y de la higiene”. No encontré noticias que diesen continuidad a esta propuesta.

Conviene precisar que, aunque me he detenido en la Casa de Baños Flotante, en Ferrol funcionaron igualmente más instalaciones de este género, entre ellas una que daba a la calle Real y Magdalena, solar en el que por los años ochenta se emplazó la firma “Pedregal”.

Estas casas de baños eran parte de una tendencia más amplia en Galicia, donde se promovía la talasoterapia: el uso terapéutico del agua de mar, algas y lodos marinos. En Ferrol, como en otras ciudades costeras, estos espacios no solo ofrecían alivio a dolencias físicas, sino que también eran lugares de encuentro social y descanso.

Para terminar, un apunte doméstico. Acerca de las bondades de los aires yodados, recuerdo que algunos médicos ferrolanos recomendaban los baños en las playas de mar abierto de Covas (antes Cobas). Puntualmente, tengo en la memoria un ciudadano, que vivía en el Cantón de Molins, que frecuentaba invierno y verano el arenal de Ponzos afirmando que la visita iba acompañada siempre del baño, aunque algunos vecinos que fiscalizaban sus movimientos decían que lo del baño diario era un cuento, vamos que no era cierto. Se llamaba Ginés.

 Este artículo fue publicado en Diario de Ferrol, el 22-06-2025.

martes, 17 de junio de 2025

Eduardo Arana, un puntal en el desarrollo de las músicas de Infantería de Marina

 


La música en las bandas militares, las charangas, los salones del siglo XIX, funcionaron bajo el control de la saga de los Arana ferrolanos, constituida por Joaquín Epifanio, Eduardo y Ramón, que firmaba con el seudónimo de “Pizzicato”. El tema despertó mi curiosidad, nunca mejor dicho, dado el título de esta sección. En lo indagado salta a la vista el papel relevante de Eduardo de Arana, que era el padre de Ramón de Arana y Pérez, (único hijo) que, declinó la milicia para ejercer como periodista, desarrollando su faceta de musicólogo y folclorista. Hasta ahora, al menos un servidor, tenía más datos de Ramón que de su padre, cuando resulta que este describe una trayectoria también muy digna de mención como se refleja en sendos ensayos que he consultado y que citaré más adelante.

Eduardo de Arana nace en Ferrol el 31 de enero de 1832. Su madre fue Natalia Fernández, también ferrolana. Su padre, Joaquín Epifanio, estaba en ese momento alistado en la Artillería de Marina como artillero. En 1845, los Arana, Joaquín y Eduardo, ingresan como músicos contratados en el batallón provincial de Almería. Eduardo, que tenía trece años, lo hace «para tocar el flautín». El batallón se disuelve en 1846, para fundirse con el regimiento de Infantería Aragón núm. 21, de guarnición en La Coruña, donde su padre y él pasan a servir.

Los Arana estuvieron a las órdenes de Miguel Sarasate -padre del famoso violinista y compositor Pablo Sarasate- que en 1848 es destinado como músico mayor del regimiento Aragón. Pablo fue asiduo de los ensayos de la banda del regimiento. Poco después de cesar en el regimiento Aragón, los Arana causan alta en el 2.º batallón de Infantería de Marina de Ferrol (octubre de 1851), Eduardo, como músico de contrata, y su padre (abuelo de Pizzicato), como Músico Mayor. En 1855, Joaquín Epifanio de Arana es destinado a Ferrol como sargento 2.º y en 1858 se retiraría como sargento 1.º.

Oficialización de las músicas

Tras casi tres décadas de unión de los cuerpos de Infantería y Artillería de Marina, la reforma Lersundi, de 1857, (Real Orden de 6 de mayo de 1857), los separa, convirtiendo la Artillería en un cuerpo facultativo. La Infantería se organiza y es entonces cuando se oficializan las músicas. Las de los batallones de los cuerpos ligeros se denominaban «charangas». No utilizaban instrumentos embarazosos, ya que participaban con las unidades en campaña. Se componían básicamente de instrumentos de viento-metal. Las charangas habían aparecido en 1847 en el Ejército, donde se prohibió expresamente que utilizaran bombo, platillos y el chinesco (perteneciente a la familia de la “cítara”).

Por otro lado, las músicas de los batallones de Infantería de Marina también se denominaron «charangas», pero para constituirlas no era suficiente con los músicos llamados de contrata, sino que hubo que aumentar la plantilla de cada una de las ocho compañías del batallón en un sargento 2.º, y admitir hasta 12 jóvenes menores de edad como educandos. Estos militares eran denominados «músicos de plaza», por contraste con los de contrata, y constituían una manera económica de cubrir las plazas de las charangas.

El 1 de enero de 1858, Eduardo Arana pasa a desempeñar el puesto de Músico Mayor -más adelante “director”- del 5.º batallón de Ferrol. Eduardo está desde el primer momento participando de la organización de las agrupaciones musicales de Infantería de Marina.

No me voy a detener en las numerosas vicisitudes puntuales de su trayectoria, que, además del riesgo de caer en un texto cansino, darían para un libro mientras que he de moverme en unos siete mil caracteres. Solo me detendré en aquellos aspectos susceptibles de ser subrayados en la obra de este ferrolano, que pasó por África, Portugal y dos veces estuvo en Cuba, en total diez años, y siempre como un gran “activista” de la música tanto de las charangas como las bandas, aportando impulsos, creación y talento.

Su trabajo viene resumido en un denso artículo publicado en la Historia Naval titulado En la gestación de las músicas de Infantería de Marina tuvo un papel fundamental Eduardo de Arana Fernández, que firma Francisco Javier Miranda Freire, coronel de Infantería de Marina (reserva).

Este destaca los esfuerzos continuos de Arana para mantener el nivel artístico, “empeño que es reconocido por el público y sus superiores. Como ejemplo de ello -añade- podemos citar el concierto que dio a beneficio del hospital civil canónigo de Santiago de Cuba, en abril de 1876. Interpretó el Stabat Mater de Rossini y Las siete palabras de Haydn, obras para orquesta de cuerda, cuya adaptación para banda hizo Eduardo Arana, quien compuso también para la ocasión una marcha fúnebre.

Las músicas de este cuerpo sumaban los instrumentos tradicionales de las músicas militares europeas, formadas principalmente por clarinetes, fagotes, oboes, trompas, cornetas y percusión. Precisamente, para la compra de los instrumentos de la música del 2.º regimiento se decide acudir a prestigiosas fábricas centroeuropeas. Arana, comisionado para ello, sale de viaje en julio de 1869 hacia Königgrätz, localidad de Bohemia, en ese momento parte del imperio austrohúngaro, sede de la casa Ceverny. Allí estuvo dos meses a la espera de que terminaran de construir los pedidos que llevaba en cartera. Luego se fue a París para gestionar la compra de los saxofones de la casa Buffet, regresando finalmente a Ferrol.

Francisco Javier Miranda en su epílogo señala:

[…] “Eduardo de Arana fue una figura fundamental en la génesis y desarrollo de las músicas de Infantería de Marina, tanto desde el punto de vista organizativo como desde el musical”.

Redes de contacto

He acudido, como decía al inicio, a otra fuente, en este caso la investigadora Montserrat Capelán que firma el trabajo: Eduardo y Ramón Arana: Redes y movimiento musical en Galicia (1857-1909). Esta autora dice en el resumen de su estudio:

“Entre las redes de contacto desarrolladas en la Galicia de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, tuvieron especial relevancia las llevadas a cabo por Eduardo y Ramón Arana, padre e hijo respectivamente. Ejercieron éstos no sólo una importante actividad de dinamización musical de la ciudad sino, también, de vínculos con buena parte de los músicos gallegos de la época”.

En otro momento Capelán señala que existieron numerosos salones llevados a cabo por gallegos. “Conocidos eran, por ejemplo, los soirees que organizaba Emilia Pardo Bazán tanto en Coruña como en su residencia madrileña. Aparte de los realizados en las casas de la aristocracia o la burguesía incipiente, tuvieron especial relevancia los salones dirigidos por músicos. La compositora santiaguesa Eugenia Osterberger, mientras vivió en Coruña, realizaba veladas musicales en su casa los miércoles”. En A Coruña, la Sala Berea tuvo especial relevancia.

Parte de la actividad musical de la ciudad de Ferrol se puede seguir- justifica Montserrat Capelán- precisamente, gracias a la correspondencia mantenida por los Arana con la Casa Berea. Eduardo habla en sus cartas de la sala que tenía Francisco Piñeiro en Ferrol, “que constituía una verdadera competencia para el teatro de la ciudad”. Otras salas importantes eran las que organizaban las sociedades recreativas, como “La Tertulia”, en la que la gente se reunía a conversar y escuchar música y “La Peña” de la que hablará Ramón de Arana años después.

También se daba el caso de la organización de reuniones especiales (es decir, no presentadas en una sala de manera periódica) que, en la ciudad de Ferrol, consistían, generalmente, en agasajar a militares de alto rango.

Para terminar, añadiré que Eduardo Arana fallece a los sesenta y cuatro años, en su casa de la ferrolana calle del Carmen, «tras largo y penoso padecimiento». Su certificado de defunción dice que tenía carcinoma de estómago. Fue enterrado en el cementerio de Ferrol. De su hijo Ramón (Pizzicato) puede que me ocupe en un futuro capítulo.

Este artículo ha sido publicado el doningo 15/06/2025 en Diario de Ferrol

 

 

jueves, 12 de junio de 2025

Una barbacoa a bordo acabó por destruir dos buques de la Armada en A Graña

“Hallábanse desarmados a las inmediaciones del arsenal de la Graña, los navíos Invencible de porte, 70 cañones, construido en La Habana en 1744 y el Vencedor de 74 (cañones) construido en el mismo punto en 1749. Corría el día 30 de octubre de 1750 cuando se reconoció el fuego dentro del Invencible. Con la mayor prontitud y echando mano de los recursos que entonces presentaban los nacientes arsenales, se acudió a sofocar el incendio, pero en vano. El fuego era ya tan voraz que, comunicándose también rápidamente al navío Vencedor, por hallarse ambos muy próximos, tomó las más horribles proporciones y en poco tiempo se vieron los dos bajeles entregados al furor de las llamas, presentando un cuadro imponente y desgarrador sobre las mansas aguas de la ría”.

Así describía el trágico episodio Montero Aróstegui en su Historia de Ferrol.

Eran los dos barcos más preciados de la Armada española. Todo empezó con una especie de barbacoa a bordo del Invencible. Lo relata así el investigador Alejandro Anca Alamillo:

[…] “Al anochecer del 29 de octubre mandaron encender fuego en un fogón-horno portátil bajo el casco de proa, donde sus rancheros comenzaron a freír unos huevos y algunos trozos de pescado. Cuando se terminó de cocinar, uno de los «accidentales» cocineros, con una asta de buey de las que se utilizaban a modo de vaso, echó agua sobre las brasas. Al terminar de cenar, el segundo contramaestre ordenó a uno de sus inmediatos subordinados bajar a comprobar que el horno estaba apagado, y un poco más tarde, como a las nueve de la noche, dio la misma orden al citado contramaestre, que también bajó para asegurarse de ello.

Poco antes de las dos y media de la madrugada, uno de los centinelas del muelle del arsenal, que se encontraba haciendo la ronda a la altura de la «esquina de los almacenes grandes», se dio cuenta de que del interior del Invencible salían llamas, por lo que corrió hacia el cuerpo de guardia para dar parte. A bordo del buque, uno de los miembros de la dotación dio simultánea mente también la voz de alarma. Cuando la dotación acudió al lugar del siniestro, toda la proa del navío, hasta el cabestrante, era ya pasto de las llamas”

Alamillo sigue contando que a pesar de la gravedad se intentó proceder a su extinción utilizando agua de mar. Pero el galopante incendio pronto alcanzó el «Palomar», impidiendo la evacuación por los portalones, por lo que se vieron obligados a abandonar el navío en una de las lanchas abarloadas. Estos, en vez de dirigirse al trozo de muelle más cercano, se alejaron rumbo al puerto de Mugardos, donde desembarcaron para dirigirse a pie al monasterio de Montefaro.

Las campanas repican a fuego

Mientras tanto, personado el oficial de guardia en el muelle, vio cómo el fuego salía en llamaradas por las puertas de la batería baja de proa del buque, de manera que, cerciorado de la magnitud del suceso, ordenó que las campanas repicaran a fuego y tocar generala para que la gente de tropa y de maestranza acudiese a apartar el navío de los demás para evitar la propagación de las llamas. A pesar de todos los esfuerzos, pronto se constató que ya era tarde para intentar sofocar las llamas del Invencible, así que a partir de ese momento lo prioritario era separarlo de su inmediato, el navío Vencedor. Se dio aviso entonces al capitán de fragata Francisco del Valle y a otros oficiales del navío que se alojaban en el Arsenal, quienes acudieron con prontitud con pilotos y otros oficiales de mar y gente para intentar dar remolque. “Pero, justo cuando se preparaba la maniobra, comenzaron a arder la toldilla, el alcázar y el combés. Fue entonces cuando el Vencedor dio dos vueltas sobre sí mismo y, aunque se intentó por medio de las lanchas a él abarloadas humedecerle la popa, el fuego avanzó con extraordinaria rapidez, de suerte que la poca tripulación a bordo apenas tuvo tiempo de desalojarlo. Aun así, algunos lograron embarcarse en los botes, mientras que otros no tuvieron mejor opción que tirarse por la borda al mar”

El Invencible quedó a la deriva porque las estachas que lo mantenían unido al muelle se habían quemado, arrumbando hacia La Cabana. Este fue el panorama que se encontró el comandante general del departamento, Cosme Álvarez de los Ríos y Anocete, que, recién llegado de Ferrol acompañado por todos los oficiales departamentales, dio las oportunas instrucciones para que, dando ya por perdidos al Invencible y al Vencedor, se pusiera a salvo un tercer buque, el “Tigre”. El caso es que el Invencible acabó varando en la playa de Serantes y el Vencedor fue arrastrado por la corriente hasta la playa inmediata al por entonces embarcadero de Curuxeiras, donde sus restos se consumieron.

En busca de la dotación del “Invencible”

Controlada la situación, se ordenó a la Infantería de Marina buscar a la dotación del Invencible, ya que era más que evidente que se había dado a la fuga. La lancha de los fugados apareció a las pocas horas en la ribera de Mugardos. En la búsqueda de los prófugos, los perseguidores lograron capturar a dos pajes, que les informaron de que el resto de la dotación se había dirigido al monasterio de Montefaro, donde la tropa, tras rodear el edificio y conminarles a salir, aprehendió sin resistencia a los huidos y los condujo a La Graña. En la búsqueda de las responsabilidades en la causa que instruyó Bernardino Freyre de Moscoso y Rabaner, Intendente General de Marina del departamento, para la averiguación de los hechos, se tomó declaración a todos los miembros de la dotación del Invencible.

El asunto ya derivó por el debate sobre cuestiones, deberes y obligaciones en materia de seguridad, de quien había dado la orden de prender el fuego, etc. Anca Alamillo concluye: “Por desgracia, el legajo que hemos manejado para elaborar este artículo acaba aquí, pero no hay que ser adivino para suponer que tanto el segundo contramaestre, Miguel Reñasco, como los guardianes 1.º y 2.º, Miguel Roca y Francisco Enhebro Sotomayor, serían condenados por los hechos. El suceso, por lo evitable, debió de enojar muchísimo al Marqués de la Ensenada, pues todos sabemos de su obsesión por dotar a la Armada, en el menor tiempo posible, de una poderosa flota, y la pérdida de estos dos navíos, prácticamente recién construidos, representó un duro golpe en su incipiente reconstrucción”.

Un episodio más que unir a la serie de “Curiosidades ferrolanas”. Al que suscribe, el relato le suscitó interés. Espero que también a los lectores y lectoras.

 Este artículo fue publicado en el Diario de Ferrol el domingo, 08-06-2025.

 

sábado, 7 de junio de 2025

Pedían el título de Conde de Ferrol para un militar apelando a los méritos de su abuelo

 

A principios del siglo XIX, a punto estuvo de prosperar el título de Conde de Ferrol si se hubiera aceptado una solicitud que apelaba a los méritos contraídos por el general Juan Joaquín Moreno en la guerra contra los ingleses de 1800. Veamos.

Al término de la batalla de Brión en la que se derrotó al ejército de los ingleses, sobrevino gran euforia y satisfacción en la Corte española. Por cierto, al enterarse Napoleón de la victoria lo celebró con el famoso brindis «por los valientes ferrolanos». A raíz de la señalada gesta surgieron inmediatamente las felicitaciones a los generales José Joaquín Moreno y Francisco Melgarejo y al Conde del Donadío, Vicente María de Quesada, repartiendo luego premios y ayudas en metálico a los combatientes, así como a las viudas y huérfanos de los defensores muertos. Además, a todos los que se habían hallado en primera línea de fuego se les concedió un escudo de distinción que habría de lucirse en la manga izquierda de la casaca.

Nos vamos a fijar en el general Juan Joaquín Moreno por lo que luego se verá.

Cuando los navíos ingleses asomaban por la costa ferrolana, el comandante de la flota estacionada, Teniente General Juan Joaquín Moreno, acudió a verificar la información, y él mismo observó entonces cómo fondeaban los británicos en las playas de Doniños y San Jorge, al norte de la entrada de la ría de Ferrol y a continuación destruían la artillería defensiva española más cercana, entre ellas el fortín de Doniños y la batería de Viñas.

Lo primero que hizo Moreno fue marchar a su buque insignia, el Real Carlos, y ordenar desembarcar en El Vispón a unos 500 infantes de marina, que a continuación tomaron posiciones en Brión y La Graña. A ellos se sumarían poco después unos pocos soldados más enviados por el Tte. General Francisco Melgarejo, ya puesto al corriente de la situación.

Otras medidas tomadas por Moreno consistieron en alejar sus barcos de las posiciones enemigas, instalar artillería en el Castillo de San Felipe y situar lanchas cañoneras en la bocana de la ría para impedir una posible entrada de buques británicos. Además, reforzó el contingente apostado en La Graña con 200 marineros más. Melgarejo avisó a las guarniciones cercanas, y a las 5 de la tarde partió hacia el frente la División de Granaderos y Cazadores de Jubia, que arribaría a Catabois al anochecer.

No procede continuar con el relato ya perpetuado en otras publicaciones, pero sí seguirle la pista a Juan Joaquín Moreno que confirmó después de estos hechos su brillante carrera en la Armada, arbolando su insignia en diversos navíos y a pesar de un grave incidente en aguas de Algeciras, donde se perdieron dos navíos en 1801, resultó absuelto con todos los pronunciamientos favorables y recibió la gran Cruz de la Real y distinguida orden de Carlos III en 1802.

Luego fue durante varios años capitán general del departamento de Cádiz. Lo era al tiempo del desastre de Trafalgar en 1805, y también cuando en la primavera de 1808 se produjo el alzamiento nacional contra los franceses, distinguiéndose notablemente en la rendición de la escuadra del Almirante Rosily. Este suceso le valió el distintivo de la Banda Roja propia y privativa de los miembros de la Junta Suprema Gubernativa del Reino. A principios de enero de 1809 fue nombrado ministro del Consejo Supremo de Guerra y Marina, en cuyo desempeño murió en Cádiz el 4 de septiembre de 1812.

El general Moreno se había casado con María Isabel Fabro. De esta unión hubo por hija primogénita a María del Carmen Moreno y Fabro, que fue la esposa de uno de los más célebres liberales y revolucionarios de aquella época: Nicolás de Santiago Rotalde y García del Viso, caballero de la Orden de Calatrava, nacido en Cádiz hacia 1784 y muerto en París en abril de 1833.

Tras el triunfo de los liberales, desempeñó cargos en el Madrid del Trienio, escribió obras de teatro y textos políticos y se opuso a la masonería triunfante, afiliándose a los Comuneros, lo que, junto a su carácter irascible, le produjo algunos disgustos y persecuciones. Los Cien Mil Hijos de San Luis le llevaron prisionero a Francia y tras quedar en libertad, pasó a París y a Londres, donde siguió escribiendo y publicando textos radicales sin poder regresar nunca a su patria, ya que falleció pocos meses antes de la muerte de Fernando VII.

Escrito a la reina Isabel II

Pues bien, María del Carmen Moreno y Fabro, ya viuda, quiso reivindicar y enaltecer la memoria de su padre y dirigió -estamos en 1849- un escrito a la reina Isabel II, solicitando la creación del título de Conde de Ferrol, con

 el vizcondado previo de San Juan para su hijo Leonardo de Santiago Rotalde y Moreno, del cuerpo de artillería de Marina y entonces teniente coronel del Estado Mayor, cuya hoja de servicios militares acompañaba a la instancia.

Todo fue debidamente documentado mediante tres certificaciones de la antigua Secretaría de Estado y del Despacho de Marina, que contenían un detallado resumen de los sucesos acaecidos en Ferrol en agosto de 1800, suscritas por los generales José Baldasano, Casimiro de Vigodet y Antonio Fernández-Cavada. La instancia fue reforzada mediante otra de la misma señora, en la que, tras justificar la nobleza y las rentas de su hijo y los antecedentes de concesiones nobiliarias, acompañaba un segundo informe emitido por el general Francisco de Hoyos, director general de la Armada, con la recomendación favorable a la concesión del propio ministro de Marina, que era a la sazón el Marqués de Molins.

Rechazada la petición

Sobre lo anterior informó el 24 de diciembre de 1849 el Consejo Real en sentido desfavorable, estimando que no procedía la concesión de esta merced nobiliaria, por considerar que el general Moreno ya había sido premiado en su día con el grado de capitán general de la Armada y que los méritos del nieto no bastaban tampoco, ya que eran los ordinarios de su carrera militar y también habían sido recompensados mediante la concesión de varios grados. Y aquí terminó el intento de creación del título nobiliario ferrolano, ya que Su Majestad la reina hizo suyo el informe del Consejo Real y mandó archivar las instancias de doña Carmen Moreno,

“El frustrado Conde de Ferrol, era un personaje sin duda poco común, como acredita su carrera marítima, militar y civil, que fue ciertamente pintoresca”, señala Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila en “Un título nobiliario nonato: el del Conde de Ferrol, recogido en la Historia Naval número 116, año 2012, al que hemos seguido fielmente en esta crónica.

Este artículo se publicó en Diario de Ferrol el 01/06/2025

En 1589 hubo en Ferrol un hospital instalado en casas requisadas

 


“Hasta ahora, y al referirse a la historia de la asistencia sanitaria en el puerto de Ferrol, se citaba al primitivo hospital de la Graña, creado en 1736 como la más antigua fundación e incluso en algunos casos se afirmaba que en fechas anteriores no se encuentra vestigio de servicio sanitario propio de la Marina de guerra”. Esto escribe el comandante médico de la Armada, Manuel Gracia Rivas, en el número 32 de la Historia Naval.

De su mano, vamos a adentrarnos en esta peculiaridad histórica, poco conocida, como el propio autor señala.

“El hallazgo de nueva documentación en el Archivo General de Simancas, dice Gracia Rivas, ha permitido conocer la existencia de un hospital real de la Armada y Ejército, creado 1589 para la atención de los marineros y soldados de una importante fuerza naval que, integrada por muchos de los buques supervivientes de la Gran Armada, había sido trasladada a Ferrol como nueva base de operaciones”.

El mismo día de la llegada de la Armada a Ferrol, el 8 de octubre de 1589, se creó en tierra el hospital en que serían atendidos los enfermos que en ella venían. Como era costumbre, su instalación se efectuaba en una serie de casas requisadas o alquiladas con este fin, en las que se emplazaban las diferentes salas.

Como dato curioso, en mayo de 1590 había sido constituida una enfermería particular para flamencos, dado el elevado número de tripulantes de ese origen que enfermaban y con los que existían dificultades de comunicación por la ausencia de personas que conocieran su lengua.

Respecto al equipamiento de las diferentes enfermerías, se sabe que, a través de un inventario de octubre de 1590, el hospital disponía de unas 200 camas con ropa para ellas y 100 equipos de respeto, además de1000 “camisas buenas” para reponer las de los enfermos. Esta cifra, estimada en 200 camas, pudo ser mayor, pues cuando se efectuó el recuento ya había partido la Armada que iba a Bretaña y en la cual viajaba un hospital embarcado, formado a partir del personal y los efectos existentes en Ferrol. Pero de la relación de adquisiciones se deduce también que fueron alrededor de 200.

El hospital, como era habitual, disponía de medicamentos para la atención de enfermos, al principio adquiridos fuera y posteriormente elaborados en la propia botica. Un apartado importante era de las dietas o alimentos para los enfermos. En relación con ellas, existe un documento interesantísimo con la estimación del gasto mensual del hospital para alimentar a 80 enfermos ingresados con 34 personas para su atención. Los viernes, sábados y días de vigilia se les daba a los oficiales el importe de la ración en metálico.

El número de personas vinculadas al hospital era muy variable, según las necesidades. Los problemas de este personal eran, por otra parte, los habituales en una época en la que quienes servían en los Ejércitos y en la Armada percibían sueldos escasos que además se les entregaban con poca regularidad. Hubo momentos en los que se llegó a adeudarles nueve pagas, siendo preciso en abril de 1591 adelantar de los fondos utilizados para el gasto diario del hospital, una parte para socorrer a los oficiales.

La plantilla

Cuando se crea el hospital de Ferrol, en su plantilla figuraban únicamente tres médicos y un cirujano, supervivientes de la Gran Armada. Un número insuficiente que era preciso incrementar hasta alcanzar, al menos, la cifra de seis médicos y tres cirujanos graduados, ya que el trabajo que tenían era mucho por haber muchos enfermos. Este exceso de trabajo no era, por otra parte, suficientemente recompensado, pues por citar un ejemplo, el sueldo de un licenciado en esa primavera de 1590 era de 20 escudos, cuando dos años antes los médicos de la Gran Armada percibían 50, y aunque era normal que la gente del hospital cobrase más cuando embarcaba que cuando desempeñaba destinos en tierra, las diferencias no eran habitualmente tan grandes.

Estado muy precario

El hospital de Ferrol vivía un estado muy precario en cuanto a personal cualificado, que quedó reducido únicamente a un médico y un especialista cirujano. La llegada posterior de algún otro no significó nunca una mejora sustancial.

Tampoco era mejor la situación referida a los barberos de los que a finales de 1589 únicamente había dos en el hospital, incorporándose otro en abril de 1590. En un primer momento, el hospital no dispuso de botica para la preparación de los medicamentos adquiriéndose ya elaborados en diferentes lugares. Posteriormente se recurrió a los servicios de otro veterano de la Gran Armada, Pedro Xuárez, a quien se le adeudaban todavía 300 escudos de las medicinas que le fueron requisadas en aquella ocasión. Xuárez pasó a prestar sus servicios en el hospital de Ferrol tras ser saldada su deuda y adquirírsele por un importe de 12.407 reales las medicinas e incluso vasijas que tenía en su propia botica.

La ausencia de enfermeros cualificados fue suplida mediante la colaboración de una serie de hermanos de Obregón, Orden benemérita que tanta vinculación tuvo con los hospitales militares españoles.

Evolución de la situación sanitaria en Ferrol.

Los informes decían: “los enfermos sanan, mueren muy pocos, gloria al Señor” […] Las dos partes de los enfermos son convalecientes y pocos de peligro, sea Dios bendito.” De los 397 enfermos que llegó a ver a finales de septiembre de 1590, murieron 48, en lo que fue sin duda el momento más crítico a lo largo de estos años, pues, por ejemplo, entre el 1 de enero de 1591 y el 30 de mayo del mismo año solamente fallecieron 46.

Acerca de las enfermedades aparecidas se dice que, “aunque en muchos lugares de este Reino (Galicia) mueren muchos de ¿cámaras?, en este hospital los guarda Dios y mueren pocos”. Ayuda mucho a esto la buena provisión de regalos y muchas y buenas medicinas que se gastan. “Estamos, por lo tanto, subraya Gracia Rivas, ante una epidemia de procesos diarreicos de etiología que no podemos precisar, pero que es evidente que afectó mucho menos a la Armada que a la población civil”.

Durante los primeros meses de 1591, la enfermedad más frecuente es designada de manera imprecisa como dolores. Y para curarse han menester sudores, construyéndose para ello dos estufas en el hospital, con cuyo tratamiento mejoraban rápidamente.

A finales de mayo aparece un pequeño brote de tabardillos, que son bien curados. Junto a la viruela y el sarampión, el tabardillo (denominación española del tifus) fue una de las enfermedades epidémicas que asolaron el Nuevo Mundo.

El gasto del hospital.

A través de las relaciones de gasto remitidas desde Ferrol se puede evaluar con bastante precisión el coste que representó el mantenimiento del hospital. Sin contar el sueldo del personal, entre el 8 de octubre de 1589 en que comenzó a funcionar, hasta el 27 de junio de 1591, se gastaron 373.803 reales.

Este artículo se publicó en Diario de Ferrol el 25/05/2025