El 23 de
julio de 1905 fallecía Ángel Boado y Montes, un genio de la pintura y
significado marino, héroe de la guerra de Cuba, nacido en Ferrol el 27 de
octubre de 1855. “Solo aquella sangrienta página de nuestra moderna historia
conturbó el sosiego de amante familia y allí el militar pundonoroso cumplió con
los deberes que la patria le imponía, sufriendo también la aciaga suerte de la
derrota. Se inició entonces la terrible dolencia que le arrebata de entre
nosotros”
De esta
manera iniciaba El Correo Gallego un emotivo obituario, al día siguiente de su
muerte, subrayando que para Ferrol y para Galicia, la muerte de Ángel Boado era
“desgracia inmensa porque nos priva de un amigo excelente, de un artista meritísimo
y genial, de excepcionales dotes, honra de la patria que le vio nacer”.
Agrega el
cronista que “si Ángel Boado sintiera el acicate de la notoriedad, si su
modestia excesiva no hubiera sido siempre obstáculo, para él infranqueable, su
nombre perduraría, figurando cual se merece entre los dibujantes españoles de
mayor habilidad e ingenio”.
De la
referencia en prensa se deduce que estamos ante un artista dotado de un
temperamento equilibrado y sano, erudito y correcto, destacándose por su gusto
intachable. “Fiel observador de la realidad, sagaz en sus atisbos, certero y
claro en la expresión del rasgo, hallaba siempre para sus intencionadas y
saladísimas caricaturas, la nota justa, cómica o picaresca, sin exageraciones
ampulosas”.
El Correo
Gallego da fe recordando haber contado en sus páginas con “la estimadísima y asidua
colaboración de Ángel Boado, desde el año 1883, en que ilustró la no terminada
historia de Ferrol de Vitorino Novo con una hermosa portada, editada al cromo,
y las artísticas cabezas de capítulo constituidas por alegóricos y militares
atributos de afortunado acierto en la composición y factura”.
Además, se
cuenta que no ha habido en Ferrol festejo en el que no se solicitara con empeño
el concurso de Ángel Boado, que cooperó siempre al éxito brillante con su
fecunda inventiva e inagotable ingenio.
Y así,
queriendo huir de la exhibición, del elogio, del aplauso, sintiendo horror no
fingido por los plácemes que en la prensa y en los círculos se le tributaban,
estimando excesivo lo que era justo y encerrado en su modestia, se captó las
simpatías o las amistades de todos los que le trataban y el cariño profundo de
sus íntimos. “Porque estos jamás han de olvidar aquel corazón noble y leal, el
trato franco y caballeroso, la sensibilidad exquisita y la sinceridad sin
artificio alguno que le adornaban”.
Al año de
fallecer, Ángel Boado y Montes fue objeto de una conferencia impartida en el
Ateneo por el socio, también militar, Luis Mesía, quien reforzó su palabra con
citas de expertos:
“Yo creo
firmemente que si Boado se hubiese dedicado exclusivamente a la pintura y
hubiese producido sus obras en otro medio, habría alcanzado tal renombre que
sus apuntes y dibujos que hoy guardan con cariño los que fueron sus amigos, se
cotizarían como joyas de inestimable valor”.
El conferenciante hizo también alusión a la Peña Artística periódico manuscrito, ilustrado por varios aficionados y en el que a primera vista se destacaban vigorosamente las caricaturas de Boado. Quienes en Ferrol han contemplado el periódico (cuyo número único que se publicaba en la extinta sociedad la Peña era solicitado para leerlo y, sobre todo, para mirar los trabajos de Boado, no tan solo por la inmensa mayoría de los socios, sino también por muchas familias ajenas a la sociedad) no encontraban frases con que alabar la belleza y perfección de los trabajos”.
Refiriéndose
a su perfil de militar, Mesía puso de relieve la caballerosidad y dignidad
extremada de Boado, a quien los médicos habían pronosticado que el clima de
Cuba sería fatal a su salud y que eso, no obstante, partió a la guerra a bordo
del Oquendo, en el que asistió a la hecatombe de Santiago de Cuba, siendo uno
de los últimos en abandonar el buque y viéndose en inminente peligro de perecer
porque no sabía nadar.
Dijo también
el conferenciante que el afán de oscurecerse era el mayor y único defecto que
le conocía, “y su extremada modestia ha sido causa de que el arte haya perdido
obras meritísimas y que sus amigos no conserven mayor número de recuerdos, pues
destruía o inutilizaba, por considerarla sin valor alguno, la mayor parte de su
producción. Nada suyo encontraba bueno, nunca firmaba sus obras como no fuesen
en absoluto originales. Los elogios le molestaban y era tan enemigo de la
exhibición que, si él pudiese prever que después de su muerte yo habría de
alabarlo, me hubiera prevenido y rogado que no lo hiciera”.
Con motivo
de esta conferencia, el Ateneo ferrolano acogió una exposición de la obra de
Ángel Boado.
“Guardaba
las excelencias de un maestro”
Por su
parte, Norberto Piñeiro para el Almanaque de Ferrol de 1907 escribió: “Ángel
Boado poseía las especiales cualidades de un buen pintor. Todos debieran ser
como él, puros, geniales, espontáneos. […] Guardaba en sí las excelentes
condiciones de un maestro. […] Tenía una sagacidad visual capaz de retener por
mucho tiempo los detalles y pormenores de todo cuanto observaba. Llevaba el
compás en los ojos, como pedía Miguel Ángel, en la firmeza y vigor de los
contornos. Acusaba una rara facilidad al precisar la línea en todas sus
inflexiones, sin notarse en los perfiles la más ligera indecisión. […] Daba a
sus figuras una gracia y encanto particulares. Trazándolas siempre en expresiva
y característica postura, era una de las manifestaciones más propensas a sentir
la belleza. […] El lápiz, la pluma y la acuarela bastaban para fijar sus
impresiones. Muy raras veces usaba la paleta, era un improvisador feliz de
rápida ejecución y escogía los procedimientos menos engorrosos. […] Si fuera
posible dar a conocer todos los dibujos ejecutados por Ángel Boado, repartidos
y estimadísimos hoy entre sus deudos y amigos, mi juicio se honraría con la
expresión del unánime asentimiento. […] La portada de la historia de Ferrol,
que empezó a publicarse en 1883 es una alegoría de gran expresión y
sentimiento. Una matrona envuelta en amplio y flotante ropaje dirige sus
escrutadoras miradas hacia la costa, donde se levanta un torreón Sur, montado
de luminoso fanal, el emblema de la ciudad. A sus pies, sobre densas nubes, el
tiempo y la verdad. La rueda alada y la antorcha encendida disipan las
tinieblas que rodean el grupo. El asunto está tratado admirablemente inspirado
en las fantásticas creaciones de Gustavo Doré. Muchos dibujos y viñetas ostentan
la misma obra en el comienzo de varios capítulos ejecutados también por Boado con
el delicado gusto y corrección. Los editores hubieran hallado en él un
excelente ilustrador. […] cuando en el terreno satírico lució también su
habilidad con notables caricaturas, aunque no debieran llamarse así, porque son
más bien retratos festivos exentos de malicia”.
Finalmente,
refiriéndose a su trayectoria como marino, Norberto Piñeiro relata que en una
de las torres del Oquendo asistió al combate naval de Santiago de Cuba. “Su
espíritu, sus ideas, su delicado organismo, hondamente agitado por escenas de
desolación y de muerte, recibieron allí una fuerte impresión. Buscó luego en
las costas levantinas alivio a su profundo malestar. Inútil recurso, pues aumentaron
con los nuevos horizontes su viva imaginación y su sentimiento artístico, pero
disminuyeron visiblemente sus decaídas fuerzas”.
Este artículo fue publicado en el suplemento Nordesía/Diario de Ferrol, 16-02-2025
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