En 1830 se crea la primera escuela pública femenina de Ferrol y de Galicia. Nace por iniciativa del contador de la Junta de Gobierno del Hospital de Caridad Alejandro Queipo de Llano y García (ilustración), el cual dejará en su testamento una serie de bienes inmuebles y fondos monetarios para la creación y sostenimiento de una escuela pía para niñas pobres, que fue incorporada a la institución por Real Orden de 24 de febrero de 1832.
Los albaceas
delegaron en 1832 sus funciones en el Hermano Mayor, a quien entregaron los
bienes que dejó el fundador para mantener la escuela. Aunque era una fundación
de carácter privado, pronto comenzó a gestionarse desde el ayuntamiento para
contratar y pagar a las profesoras y mantener económicamente la escuela, pues
el dinero de la fundación pronto fue insuficiente para su mantenimiento y
controlar la calidad de la enseñanza y la admisión de las niñas, de lo que se
encargó desde un principio la comisión local de instrucción pública.
Esta
institución estableció también las modalidades de examen de las alumnas, con el
mismo sistema de pruebas y premios que el de los niños de la escuela pública de
la villa. Pero la escuela siempre mantuvo un vínculo con el hospital, hasta que
en el año 1934 el Ayuntamiento de Ferrol se hizo cargo íntegramente de la misma.
La escuela pía
para niñas pobres es uno de los elementos más dinamizadores de la educación
femenina ferrolana durante buena parte del siglo XIX, y junto a las escuelas
particulares regidas por maestras, permiten que Ferrol tenga en 1860 una de las
tasas más altas de alfabetización de Galicia, extendida de forma general a la
población femenina.
Con pocas variaciones, la enseñanza de esta escuela continuó prolongándose durante buena parte del siglo XX adaptando sus estudios y exigencias a las normativas del momento en materia de educación. Desde el comienzo se intentaron respetar dos principios, mantener la calidad de la enseñanza y llegar al mayor número posible de niñas que verdaderamente lo necesitaban. La escuela pía para niñas pobres estaba situada en el mismo edificio del hospital (foto) y las clases se impartían en el salón principal.
Más adelante se designó una zona específica para la escuela de niñas con una entrada en el lateral del edificio y en el año 1894 la Junta de Gobierno decidió independizar la escuela, separando su entrada de la del hospital. En el momento de su fundación, la enseñanza de las niñas estaba a cargo de las Hermanas de la Caridad, congregación religiosa femenina dedicada al cuidado de enfermos y a la enseñanza, que ya asistían a las personas ingresadas en el hospital.En 1835, las
seis Hermanas de la Caridad dejaron el Hospital y la escuela cuando la
institución entró en un periodo de crisis económica. Se buscaría entonces para
el puesto de primera maestra de esta escuela de niñas a una docente de reputado
prestigio en la enseñanza ferrolana: Tomasa Espiñeira, profesora de una escuela
particular situada en la calle Dolores. Tomasa Espiñeira ejerció de primera
maestra de la escuela de niñas durante pocos meses y contó con la colaboración
de otras dos maestras, Teresa Anaya e Isabel Sarasola. Tras presentar su
dimisión de la escuela de niñas, volvió de nuevo al frente de su escuela, en la
calle Dolores.
Tras la
marcha de Tomasa Espiñeira en 1835, será nombrada Josefa Ferrí, maestra
interina hasta que en 1843 adquiere la plaza en propiedad como primera maestra
de la escuela pía para niñas pobres, cargo que ocupará durante muchos años
junto a las otras dos maestras, Teresa Anaya, maestra de lectura, doctrina
cristiana y calceta e Isabel Sarasola, maestra de costura.
Josefa Ferrí
era profesora de educación primaria con título reconocido por S.M. y acabaría
en 1837 siendo la directora y primera maestra de la escuela pía de la villa de
Ferrol.
Para poder
acceder a esta escuela, los padres de las niñas tenían que acudir al alcalde
del barrio, que informaba a la Comisión de Instrucción Pública del estado de
pobreza de la familia. La petición tenía que estar aceptada y firmada por las tres
maestras de la escuela. El número de pobres que existía en Ferrol en esa época
era muy elevado. El sueldo de un trabajador de la construcción naval, por
ejemplo, era insuficiente para mantener una familia y por las peticiones de
ingreso en la escuela se sabe que muchas de las alumnas provenían de ese
colectivo. Estas niñas también debían de trabajar en casa ayudando en los
cometidos domésticos, ir a por agua a la fuente, lavar, fregar, cocinar, coser
y recomendar, cuidar de los enfermos, etcétera, antes y después de acudir a la
escuela.
La escuela
acogía un número elevado de alumnas, hasta doscientas, la mayoría entre los seis
y los trece años de edad. La enseñanza se dividía en tres clases, una primera
doctrina, lectura, calceta y dibujo, la segunda de costura calados y marcado, y
la tercera con las materias de lectura superior, bordado, escritura y
principios de aritmética, las cuatro reglas de contar enteros y quebrados. Las
alumnas tenían seis horas de clases diarias de lunes a sábado, descansando los
jueves por la tarde y los domingos. Se establecía el horario en función de las
horas de luz, pues gran parte de la jornada estaba dedicada a cometidos de
costura en una época en que no existía luz artificial. Las clases duraban todo
el año, con excepción de Navidad, Carnaval, Semana Santa y fiestas nacionales.
No había vacaciones de verano, solo una hora menos de clase por la tarde.
Los
castigos
Los castigos
también fueron objeto de regulación en una época en la que esta práctica estaba
aceptada. Se aconsejaba que el castigo fuera adecuado a la edad y el carácter
de cada niña, sin faltar nunca a la justicia. Entre los castigos más comunes
estaba el de obligar a la niña a leer en voz alta la máxima moral que hubiera
infringido, retirarle los premios y menciones de honor o separarla de las demás
niñas, permaneciendo de pie o de rodillas entre treinta o sesenta minutos. Se
prohibía explícitamente el castigo con azotes y todas las demás que tienden a
debilitar o destruir el sostenimiento del honor de la alumna.
Esta
reglamentación de los castigos se editó con posterioridad al proceso que tuvo
lugar contra la primera maestra, Josefa Ferrí, por malos tratos a las
discípulas, aceptados en una época en la que tenía plena vigencia el refrán “la
letra con sangre entra”. Entre los castigos denunciados se incluía el de
permanecer horas en el depósito de cadáveres del hospital o el de golpear la
cabeza de la niña contra la mesa. La comisión local de instrucción pública
separó unos meses en 1840 a la maestra de sus funciones con suspensión de
sueldo, aunque luego la repuso en su cargo, con la recomendación de que se
esmerase en el exacto desempeño de su obligación y en tratar con benignidad a
sus discípulas.
Los
exámenes
Los exámenes
generales tenían lugar cada seis meses y se realizaban con toda solemnidad.
Para eso, la Comisión Local de Instrucción Primaria se dividía en dos
secciones, una para examinar a los niños de la escuela pública de la villa y
otra para las niñas de la escuela pía. Se convidaba a todas las autoridades y
los padres de los examinandos y demás personas que quisieran asistir. Al
finalizar las pruebas, en un acto conjunto, se repartían los premios a los
alumnos más destacados de las dos escuelas.
La escuela pía
fue también escenario de otro cambio de paradigma en lo que a la educación
femenina se refiere, puesto que a partir de 1894 las instalaciones del centro
comenzaron a ser utilizadas como escuela dominical para mujeres adultas,
convirtiéndose en el equivalente a lo que fueron las escuelas nocturnas de
formación para adultos y que hasta entonces estaban únicamente dirigidas a los
hombres.
Finalmente,
reseñar que la descripción de la escuela pía de niñas pobres se halla
incorporada al libro “Historia del Santo Hospital de Caridad de Ferrol” del que
es autor Alberto Lens Tuero.
Este artículo se publicó en el supl. dominical Nordesía/Diario de Ferrol de 02-02-2025
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