martes, 17 de junio de 2025

Eduardo Arana, un puntal en el desarrollo de las músicas de Infantería de Marina

 


La música en las bandas militares, las charangas, los salones del siglo XIX, funcionaron bajo el control de la saga de los Arana ferrolanos, constituida por Joaquín Epifanio, Eduardo y Ramón, que firmaba con el seudónimo de “Pizzicato”. El tema despertó mi curiosidad, nunca mejor dicho, dado el título de esta sección. En lo indagado salta a la vista el papel relevante de Eduardo de Arana, que era el padre de Ramón de Arana y Pérez, (único hijo) que, declinó la milicia para ejercer como periodista, desarrollando su faceta de musicólogo y folclorista. Hasta ahora, al menos un servidor, tenía más datos de Ramón que de su padre, cuando resulta que este describe una trayectoria también muy digna de mención como se refleja en sendos ensayos que he consultado y que citaré más adelante.

Eduardo de Arana nace en Ferrol el 31 de enero de 1832. Su madre fue Natalia Fernández, también ferrolana. Su padre, Joaquín Epifanio, estaba en ese momento alistado en la Artillería de Marina como artillero. En 1845, los Arana, Joaquín y Eduardo, ingresan como músicos contratados en el batallón provincial de Almería. Eduardo, que tenía trece años, lo hace «para tocar el flautín». El batallón se disuelve en 1846, para fundirse con el regimiento de Infantería Aragón núm. 21, de guarnición en La Coruña, donde su padre y él pasan a servir.

Los Arana estuvieron a las órdenes de Miguel Sarasate -padre del famoso violinista y compositor Pablo Sarasate- que en 1848 es destinado como músico mayor del regimiento Aragón. Pablo fue asiduo de los ensayos de la banda del regimiento. Poco después de cesar en el regimiento Aragón, los Arana causan alta en el 2.º batallón de Infantería de Marina de Ferrol (octubre de 1851), Eduardo, como músico de contrata, y su padre (abuelo de Pizzicato), como Músico Mayor. En 1855, Joaquín Epifanio de Arana es destinado a Ferrol como sargento 2.º y en 1858 se retiraría como sargento 1.º.

Oficialización de las músicas

Tras casi tres décadas de unión de los cuerpos de Infantería y Artillería de Marina, la reforma Lersundi, de 1857, (Real Orden de 6 de mayo de 1857), los separa, convirtiendo la Artillería en un cuerpo facultativo. La Infantería se organiza y es entonces cuando se oficializan las músicas. Las de los batallones de los cuerpos ligeros se denominaban «charangas». No utilizaban instrumentos embarazosos, ya que participaban con las unidades en campaña. Se componían básicamente de instrumentos de viento-metal. Las charangas habían aparecido en 1847 en el Ejército, donde se prohibió expresamente que utilizaran bombo, platillos y el chinesco (perteneciente a la familia de la “cítara”).

Por otro lado, las músicas de los batallones de Infantería de Marina también se denominaron «charangas», pero para constituirlas no era suficiente con los músicos llamados de contrata, sino que hubo que aumentar la plantilla de cada una de las ocho compañías del batallón en un sargento 2.º, y admitir hasta 12 jóvenes menores de edad como educandos. Estos militares eran denominados «músicos de plaza», por contraste con los de contrata, y constituían una manera económica de cubrir las plazas de las charangas.

El 1 de enero de 1858, Eduardo Arana pasa a desempeñar el puesto de Músico Mayor -más adelante “director”- del 5.º batallón de Ferrol. Eduardo está desde el primer momento participando de la organización de las agrupaciones musicales de Infantería de Marina.

No me voy a detener en las numerosas vicisitudes puntuales de su trayectoria, que, además del riesgo de caer en un texto cansino, darían para un libro mientras que he de moverme en unos siete mil caracteres. Solo me detendré en aquellos aspectos susceptibles de ser subrayados en la obra de este ferrolano, que pasó por África, Portugal y dos veces estuvo en Cuba, en total diez años, y siempre como un gran “activista” de la música tanto de las charangas como las bandas, aportando impulsos, creación y talento.

Su trabajo viene resumido en un denso artículo publicado en la Historia Naval titulado En la gestación de las músicas de Infantería de Marina tuvo un papel fundamental Eduardo de Arana Fernández, que firma Francisco Javier Miranda Freire, coronel de Infantería de Marina (reserva).

Este destaca los esfuerzos continuos de Arana para mantener el nivel artístico, “empeño que es reconocido por el público y sus superiores. Como ejemplo de ello -añade- podemos citar el concierto que dio a beneficio del hospital civil canónigo de Santiago de Cuba, en abril de 1876. Interpretó el Stabat Mater de Rossini y Las siete palabras de Haydn, obras para orquesta de cuerda, cuya adaptación para banda hizo Eduardo Arana, quien compuso también para la ocasión una marcha fúnebre.

Las músicas de este cuerpo sumaban los instrumentos tradicionales de las músicas militares europeas, formadas principalmente por clarinetes, fagotes, oboes, trompas, cornetas y percusión. Precisamente, para la compra de los instrumentos de la música del 2.º regimiento se decide acudir a prestigiosas fábricas centroeuropeas. Arana, comisionado para ello, sale de viaje en julio de 1869 hacia Königgrätz, localidad de Bohemia, en ese momento parte del imperio austrohúngaro, sede de la casa Ceverny. Allí estuvo dos meses a la espera de que terminaran de construir los pedidos que llevaba en cartera. Luego se fue a París para gestionar la compra de los saxofones de la casa Buffet, regresando finalmente a Ferrol.

Francisco Javier Miranda en su epílogo señala:

[…] “Eduardo de Arana fue una figura fundamental en la génesis y desarrollo de las músicas de Infantería de Marina, tanto desde el punto de vista organizativo como desde el musical”.

Redes de contacto

He acudido, como decía al inicio, a otra fuente, en este caso la investigadora Montserrat Capelán que firma el trabajo: Eduardo y Ramón Arana: Redes y movimiento musical en Galicia (1857-1909). Esta autora dice en el resumen de su estudio:

“Entre las redes de contacto desarrolladas en la Galicia de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, tuvieron especial relevancia las llevadas a cabo por Eduardo y Ramón Arana, padre e hijo respectivamente. Ejercieron éstos no sólo una importante actividad de dinamización musical de la ciudad sino, también, de vínculos con buena parte de los músicos gallegos de la época”.

En otro momento Capelán señala que existieron numerosos salones llevados a cabo por gallegos. “Conocidos eran, por ejemplo, los soirees que organizaba Emilia Pardo Bazán tanto en Coruña como en su residencia madrileña. Aparte de los realizados en las casas de la aristocracia o la burguesía incipiente, tuvieron especial relevancia los salones dirigidos por músicos. La compositora santiaguesa Eugenia Osterberger, mientras vivió en Coruña, realizaba veladas musicales en su casa los miércoles”. En A Coruña, la Sala Berea tuvo especial relevancia.

Parte de la actividad musical de la ciudad de Ferrol se puede seguir- justifica Montserrat Capelán- precisamente, gracias a la correspondencia mantenida por los Arana con la Casa Berea. Eduardo habla en sus cartas de la sala que tenía Francisco Piñeiro en Ferrol, “que constituía una verdadera competencia para el teatro de la ciudad”. Otras salas importantes eran las que organizaban las sociedades recreativas, como “La Tertulia”, en la que la gente se reunía a conversar y escuchar música y “La Peña” de la que hablará Ramón de Arana años después.

También se daba el caso de la organización de reuniones especiales (es decir, no presentadas en una sala de manera periódica) que, en la ciudad de Ferrol, consistían, generalmente, en agasajar a militares de alto rango.

Para terminar, añadiré que Eduardo Arana fallece a los sesenta y cuatro años, en su casa de la ferrolana calle del Carmen, «tras largo y penoso padecimiento». Su certificado de defunción dice que tenía carcinoma de estómago. Fue enterrado en el cementerio de Ferrol. De su hijo Ramón (Pizzicato) puede que me ocupe en un futuro capítulo.

Este artículo ha sido publicado el doningo 15/06/2025 en Diario de Ferrol

 

 

jueves, 12 de junio de 2025

Una barbacoa a bordo acabó por destruir dos buques de la Armada en A Graña

“Hallábanse desarmados a las inmediaciones del arsenal de la Graña, los navíos Invencible de porte, 70 cañones, construido en La Habana en 1744 y el Vencedor de 74 (cañones) construido en el mismo punto en 1749. Corría el día 30 de octubre de 1750 cuando se reconoció el fuego dentro del Invencible. Con la mayor prontitud y echando mano de los recursos que entonces presentaban los nacientes arsenales, se acudió a sofocar el incendio, pero en vano. El fuego era ya tan voraz que, comunicándose también rápidamente al navío Vencedor, por hallarse ambos muy próximos, tomó las más horribles proporciones y en poco tiempo se vieron los dos bajeles entregados al furor de las llamas, presentando un cuadro imponente y desgarrador sobre las mansas aguas de la ría”.

Así describía el trágico episodio Montero Aróstegui en su Historia de Ferrol.

Eran los dos barcos más preciados de la Armada española. Todo empezó con una especie de barbacoa a bordo del Invencible. Lo relata así el investigador Alejandro Anca Alamillo:

[…] “Al anochecer del 29 de octubre mandaron encender fuego en un fogón-horno portátil bajo el casco de proa, donde sus rancheros comenzaron a freír unos huevos y algunos trozos de pescado. Cuando se terminó de cocinar, uno de los «accidentales» cocineros, con una asta de buey de las que se utilizaban a modo de vaso, echó agua sobre las brasas. Al terminar de cenar, el segundo contramaestre ordenó a uno de sus inmediatos subordinados bajar a comprobar que el horno estaba apagado, y un poco más tarde, como a las nueve de la noche, dio la misma orden al citado contramaestre, que también bajó para asegurarse de ello.

Poco antes de las dos y media de la madrugada, uno de los centinelas del muelle del arsenal, que se encontraba haciendo la ronda a la altura de la «esquina de los almacenes grandes», se dio cuenta de que del interior del Invencible salían llamas, por lo que corrió hacia el cuerpo de guardia para dar parte. A bordo del buque, uno de los miembros de la dotación dio simultánea mente también la voz de alarma. Cuando la dotación acudió al lugar del siniestro, toda la proa del navío, hasta el cabestrante, era ya pasto de las llamas”

Alamillo sigue contando que a pesar de la gravedad se intentó proceder a su extinción utilizando agua de mar. Pero el galopante incendio pronto alcanzó el «Palomar», impidiendo la evacuación por los portalones, por lo que se vieron obligados a abandonar el navío en una de las lanchas abarloadas. Estos, en vez de dirigirse al trozo de muelle más cercano, se alejaron rumbo al puerto de Mugardos, donde desembarcaron para dirigirse a pie al monasterio de Montefaro.

Las campanas repican a fuego

Mientras tanto, personado el oficial de guardia en el muelle, vio cómo el fuego salía en llamaradas por las puertas de la batería baja de proa del buque, de manera que, cerciorado de la magnitud del suceso, ordenó que las campanas repicaran a fuego y tocar generala para que la gente de tropa y de maestranza acudiese a apartar el navío de los demás para evitar la propagación de las llamas. A pesar de todos los esfuerzos, pronto se constató que ya era tarde para intentar sofocar las llamas del Invencible, así que a partir de ese momento lo prioritario era separarlo de su inmediato, el navío Vencedor. Se dio aviso entonces al capitán de fragata Francisco del Valle y a otros oficiales del navío que se alojaban en el Arsenal, quienes acudieron con prontitud con pilotos y otros oficiales de mar y gente para intentar dar remolque. “Pero, justo cuando se preparaba la maniobra, comenzaron a arder la toldilla, el alcázar y el combés. Fue entonces cuando el Vencedor dio dos vueltas sobre sí mismo y, aunque se intentó por medio de las lanchas a él abarloadas humedecerle la popa, el fuego avanzó con extraordinaria rapidez, de suerte que la poca tripulación a bordo apenas tuvo tiempo de desalojarlo. Aun así, algunos lograron embarcarse en los botes, mientras que otros no tuvieron mejor opción que tirarse por la borda al mar”

El Invencible quedó a la deriva porque las estachas que lo mantenían unido al muelle se habían quemado, arrumbando hacia La Cabana. Este fue el panorama que se encontró el comandante general del departamento, Cosme Álvarez de los Ríos y Anocete, que, recién llegado de Ferrol acompañado por todos los oficiales departamentales, dio las oportunas instrucciones para que, dando ya por perdidos al Invencible y al Vencedor, se pusiera a salvo un tercer buque, el “Tigre”. El caso es que el Invencible acabó varando en la playa de Serantes y el Vencedor fue arrastrado por la corriente hasta la playa inmediata al por entonces embarcadero de Curuxeiras, donde sus restos se consumieron.

En busca de la dotación del “Invencible”

Controlada la situación, se ordenó a la Infantería de Marina buscar a la dotación del Invencible, ya que era más que evidente que se había dado a la fuga. La lancha de los fugados apareció a las pocas horas en la ribera de Mugardos. En la búsqueda de los prófugos, los perseguidores lograron capturar a dos pajes, que les informaron de que el resto de la dotación se había dirigido al monasterio de Montefaro, donde la tropa, tras rodear el edificio y conminarles a salir, aprehendió sin resistencia a los huidos y los condujo a La Graña. En la búsqueda de las responsabilidades en la causa que instruyó Bernardino Freyre de Moscoso y Rabaner, Intendente General de Marina del departamento, para la averiguación de los hechos, se tomó declaración a todos los miembros de la dotación del Invencible.

El asunto ya derivó por el debate sobre cuestiones, deberes y obligaciones en materia de seguridad, de quien había dado la orden de prender el fuego, etc. Anca Alamillo concluye: “Por desgracia, el legajo que hemos manejado para elaborar este artículo acaba aquí, pero no hay que ser adivino para suponer que tanto el segundo contramaestre, Miguel Reñasco, como los guardianes 1.º y 2.º, Miguel Roca y Francisco Enhebro Sotomayor, serían condenados por los hechos. El suceso, por lo evitable, debió de enojar muchísimo al Marqués de la Ensenada, pues todos sabemos de su obsesión por dotar a la Armada, en el menor tiempo posible, de una poderosa flota, y la pérdida de estos dos navíos, prácticamente recién construidos, representó un duro golpe en su incipiente reconstrucción”.

Un episodio más que unir a la serie de “Curiosidades ferrolanas”. Al que suscribe, el relato le suscitó interés. Espero que también a los lectores y lectoras.

 Este artículo fue publicado en el Diario de Ferrol el domingo, 08-06-2025.

 

sábado, 7 de junio de 2025

Pedían el título de Conde de Ferrol para un militar apelando a los méritos de su abuelo

 

A principios del siglo XIX, a punto estuvo de prosperar el título de Conde de Ferrol si se hubiera aceptado una solicitud que apelaba a los méritos contraídos por el general Juan Joaquín Moreno en la guerra contra los ingleses de 1800. Veamos.

Al término de la batalla de Brión en la que se derrotó al ejército de los ingleses, sobrevino gran euforia y satisfacción en la Corte española. Por cierto, al enterarse Napoleón de la victoria lo celebró con el famoso brindis «por los valientes ferrolanos». A raíz de la señalada gesta surgieron inmediatamente las felicitaciones a los generales José Joaquín Moreno y Francisco Melgarejo y al Conde del Donadío, Vicente María de Quesada, repartiendo luego premios y ayudas en metálico a los combatientes, así como a las viudas y huérfanos de los defensores muertos. Además, a todos los que se habían hallado en primera línea de fuego se les concedió un escudo de distinción que habría de lucirse en la manga izquierda de la casaca.

Nos vamos a fijar en el general Juan Joaquín Moreno por lo que luego se verá.

Cuando los navíos ingleses asomaban por la costa ferrolana, el comandante de la flota estacionada, Teniente General Juan Joaquín Moreno, acudió a verificar la información, y él mismo observó entonces cómo fondeaban los británicos en las playas de Doniños y San Jorge, al norte de la entrada de la ría de Ferrol y a continuación destruían la artillería defensiva española más cercana, entre ellas el fortín de Doniños y la batería de Viñas.

Lo primero que hizo Moreno fue marchar a su buque insignia, el Real Carlos, y ordenar desembarcar en El Vispón a unos 500 infantes de marina, que a continuación tomaron posiciones en Brión y La Graña. A ellos se sumarían poco después unos pocos soldados más enviados por el Tte. General Francisco Melgarejo, ya puesto al corriente de la situación.

Otras medidas tomadas por Moreno consistieron en alejar sus barcos de las posiciones enemigas, instalar artillería en el Castillo de San Felipe y situar lanchas cañoneras en la bocana de la ría para impedir una posible entrada de buques británicos. Además, reforzó el contingente apostado en La Graña con 200 marineros más. Melgarejo avisó a las guarniciones cercanas, y a las 5 de la tarde partió hacia el frente la División de Granaderos y Cazadores de Jubia, que arribaría a Catabois al anochecer.

No procede continuar con el relato ya perpetuado en otras publicaciones, pero sí seguirle la pista a Juan Joaquín Moreno que confirmó después de estos hechos su brillante carrera en la Armada, arbolando su insignia en diversos navíos y a pesar de un grave incidente en aguas de Algeciras, donde se perdieron dos navíos en 1801, resultó absuelto con todos los pronunciamientos favorables y recibió la gran Cruz de la Real y distinguida orden de Carlos III en 1802.

Luego fue durante varios años capitán general del departamento de Cádiz. Lo era al tiempo del desastre de Trafalgar en 1805, y también cuando en la primavera de 1808 se produjo el alzamiento nacional contra los franceses, distinguiéndose notablemente en la rendición de la escuadra del Almirante Rosily. Este suceso le valió el distintivo de la Banda Roja propia y privativa de los miembros de la Junta Suprema Gubernativa del Reino. A principios de enero de 1809 fue nombrado ministro del Consejo Supremo de Guerra y Marina, en cuyo desempeño murió en Cádiz el 4 de septiembre de 1812.

El general Moreno se había casado con María Isabel Fabro. De esta unión hubo por hija primogénita a María del Carmen Moreno y Fabro, que fue la esposa de uno de los más célebres liberales y revolucionarios de aquella época: Nicolás de Santiago Rotalde y García del Viso, caballero de la Orden de Calatrava, nacido en Cádiz hacia 1784 y muerto en París en abril de 1833.

Tras el triunfo de los liberales, desempeñó cargos en el Madrid del Trienio, escribió obras de teatro y textos políticos y se opuso a la masonería triunfante, afiliándose a los Comuneros, lo que, junto a su carácter irascible, le produjo algunos disgustos y persecuciones. Los Cien Mil Hijos de San Luis le llevaron prisionero a Francia y tras quedar en libertad, pasó a París y a Londres, donde siguió escribiendo y publicando textos radicales sin poder regresar nunca a su patria, ya que falleció pocos meses antes de la muerte de Fernando VII.

Escrito a la reina Isabel II

Pues bien, María del Carmen Moreno y Fabro, ya viuda, quiso reivindicar y enaltecer la memoria de su padre y dirigió -estamos en 1849- un escrito a la reina Isabel II, solicitando la creación del título de Conde de Ferrol, con

 el vizcondado previo de San Juan para su hijo Leonardo de Santiago Rotalde y Moreno, del cuerpo de artillería de Marina y entonces teniente coronel del Estado Mayor, cuya hoja de servicios militares acompañaba a la instancia.

Todo fue debidamente documentado mediante tres certificaciones de la antigua Secretaría de Estado y del Despacho de Marina, que contenían un detallado resumen de los sucesos acaecidos en Ferrol en agosto de 1800, suscritas por los generales José Baldasano, Casimiro de Vigodet y Antonio Fernández-Cavada. La instancia fue reforzada mediante otra de la misma señora, en la que, tras justificar la nobleza y las rentas de su hijo y los antecedentes de concesiones nobiliarias, acompañaba un segundo informe emitido por el general Francisco de Hoyos, director general de la Armada, con la recomendación favorable a la concesión del propio ministro de Marina, que era a la sazón el Marqués de Molins.

Rechazada la petición

Sobre lo anterior informó el 24 de diciembre de 1849 el Consejo Real en sentido desfavorable, estimando que no procedía la concesión de esta merced nobiliaria, por considerar que el general Moreno ya había sido premiado en su día con el grado de capitán general de la Armada y que los méritos del nieto no bastaban tampoco, ya que eran los ordinarios de su carrera militar y también habían sido recompensados mediante la concesión de varios grados. Y aquí terminó el intento de creación del título nobiliario ferrolano, ya que Su Majestad la reina hizo suyo el informe del Consejo Real y mandó archivar las instancias de doña Carmen Moreno,

“El frustrado Conde de Ferrol, era un personaje sin duda poco común, como acredita su carrera marítima, militar y civil, que fue ciertamente pintoresca”, señala Alfonso de Ceballos-Escalera y Gila en “Un título nobiliario nonato: el del Conde de Ferrol, recogido en la Historia Naval número 116, año 2012, al que hemos seguido fielmente en esta crónica.

Este artículo se publicó en Diario de Ferrol el 01/06/2025

En 1589 hubo en Ferrol un hospital instalado en casas requisadas

 


“Hasta ahora, y al referirse a la historia de la asistencia sanitaria en el puerto de Ferrol, se citaba al primitivo hospital de la Graña, creado en 1736 como la más antigua fundación e incluso en algunos casos se afirmaba que en fechas anteriores no se encuentra vestigio de servicio sanitario propio de la Marina de guerra”. Esto escribe el comandante médico de la Armada, Manuel Gracia Rivas, en el número 32 de la Historia Naval.

De su mano, vamos a adentrarnos en esta peculiaridad histórica, poco conocida, como el propio autor señala.

“El hallazgo de nueva documentación en el Archivo General de Simancas, dice Gracia Rivas, ha permitido conocer la existencia de un hospital real de la Armada y Ejército, creado 1589 para la atención de los marineros y soldados de una importante fuerza naval que, integrada por muchos de los buques supervivientes de la Gran Armada, había sido trasladada a Ferrol como nueva base de operaciones”.

El mismo día de la llegada de la Armada a Ferrol, el 8 de octubre de 1589, se creó en tierra el hospital en que serían atendidos los enfermos que en ella venían. Como era costumbre, su instalación se efectuaba en una serie de casas requisadas o alquiladas con este fin, en las que se emplazaban las diferentes salas.

Como dato curioso, en mayo de 1590 había sido constituida una enfermería particular para flamencos, dado el elevado número de tripulantes de ese origen que enfermaban y con los que existían dificultades de comunicación por la ausencia de personas que conocieran su lengua.

Respecto al equipamiento de las diferentes enfermerías, se sabe que, a través de un inventario de octubre de 1590, el hospital disponía de unas 200 camas con ropa para ellas y 100 equipos de respeto, además de1000 “camisas buenas” para reponer las de los enfermos. Esta cifra, estimada en 200 camas, pudo ser mayor, pues cuando se efectuó el recuento ya había partido la Armada que iba a Bretaña y en la cual viajaba un hospital embarcado, formado a partir del personal y los efectos existentes en Ferrol. Pero de la relación de adquisiciones se deduce también que fueron alrededor de 200.

El hospital, como era habitual, disponía de medicamentos para la atención de enfermos, al principio adquiridos fuera y posteriormente elaborados en la propia botica. Un apartado importante era de las dietas o alimentos para los enfermos. En relación con ellas, existe un documento interesantísimo con la estimación del gasto mensual del hospital para alimentar a 80 enfermos ingresados con 34 personas para su atención. Los viernes, sábados y días de vigilia se les daba a los oficiales el importe de la ración en metálico.

El número de personas vinculadas al hospital era muy variable, según las necesidades. Los problemas de este personal eran, por otra parte, los habituales en una época en la que quienes servían en los Ejércitos y en la Armada percibían sueldos escasos que además se les entregaban con poca regularidad. Hubo momentos en los que se llegó a adeudarles nueve pagas, siendo preciso en abril de 1591 adelantar de los fondos utilizados para el gasto diario del hospital, una parte para socorrer a los oficiales.

La plantilla

Cuando se crea el hospital de Ferrol, en su plantilla figuraban únicamente tres médicos y un cirujano, supervivientes de la Gran Armada. Un número insuficiente que era preciso incrementar hasta alcanzar, al menos, la cifra de seis médicos y tres cirujanos graduados, ya que el trabajo que tenían era mucho por haber muchos enfermos. Este exceso de trabajo no era, por otra parte, suficientemente recompensado, pues por citar un ejemplo, el sueldo de un licenciado en esa primavera de 1590 era de 20 escudos, cuando dos años antes los médicos de la Gran Armada percibían 50, y aunque era normal que la gente del hospital cobrase más cuando embarcaba que cuando desempeñaba destinos en tierra, las diferencias no eran habitualmente tan grandes.

Estado muy precario

El hospital de Ferrol vivía un estado muy precario en cuanto a personal cualificado, que quedó reducido únicamente a un médico y un especialista cirujano. La llegada posterior de algún otro no significó nunca una mejora sustancial.

Tampoco era mejor la situación referida a los barberos de los que a finales de 1589 únicamente había dos en el hospital, incorporándose otro en abril de 1590. En un primer momento, el hospital no dispuso de botica para la preparación de los medicamentos adquiriéndose ya elaborados en diferentes lugares. Posteriormente se recurrió a los servicios de otro veterano de la Gran Armada, Pedro Xuárez, a quien se le adeudaban todavía 300 escudos de las medicinas que le fueron requisadas en aquella ocasión. Xuárez pasó a prestar sus servicios en el hospital de Ferrol tras ser saldada su deuda y adquirírsele por un importe de 12.407 reales las medicinas e incluso vasijas que tenía en su propia botica.

La ausencia de enfermeros cualificados fue suplida mediante la colaboración de una serie de hermanos de Obregón, Orden benemérita que tanta vinculación tuvo con los hospitales militares españoles.

Evolución de la situación sanitaria en Ferrol.

Los informes decían: “los enfermos sanan, mueren muy pocos, gloria al Señor” […] Las dos partes de los enfermos son convalecientes y pocos de peligro, sea Dios bendito.” De los 397 enfermos que llegó a ver a finales de septiembre de 1590, murieron 48, en lo que fue sin duda el momento más crítico a lo largo de estos años, pues, por ejemplo, entre el 1 de enero de 1591 y el 30 de mayo del mismo año solamente fallecieron 46.

Acerca de las enfermedades aparecidas se dice que, “aunque en muchos lugares de este Reino (Galicia) mueren muchos de ¿cámaras?, en este hospital los guarda Dios y mueren pocos”. Ayuda mucho a esto la buena provisión de regalos y muchas y buenas medicinas que se gastan. “Estamos, por lo tanto, subraya Gracia Rivas, ante una epidemia de procesos diarreicos de etiología que no podemos precisar, pero que es evidente que afectó mucho menos a la Armada que a la población civil”.

Durante los primeros meses de 1591, la enfermedad más frecuente es designada de manera imprecisa como dolores. Y para curarse han menester sudores, construyéndose para ello dos estufas en el hospital, con cuyo tratamiento mejoraban rápidamente.

A finales de mayo aparece un pequeño brote de tabardillos, que son bien curados. Junto a la viruela y el sarampión, el tabardillo (denominación española del tifus) fue una de las enfermedades epidémicas que asolaron el Nuevo Mundo.

El gasto del hospital.

A través de las relaciones de gasto remitidas desde Ferrol se puede evaluar con bastante precisión el coste que representó el mantenimiento del hospital. Sin contar el sueldo del personal, entre el 8 de octubre de 1589 en que comenzó a funcionar, hasta el 27 de junio de 1591, se gastaron 373.803 reales.

Este artículo se publicó en Diario de Ferrol el 25/05/2025

 

Juan de Dios Sotelo, un militar ferrolano del XIX poco conocido

 

Leo en la Gran Enciclopedia Gallega.: “Juan de Dios Sotelo y Machín inició su carrera en la Armada como guardiamarina y en 1817, ya con el grado de alférez de navío, coadyuvó al desembarco de Morillo en la isla Margarita, al mando de la fragata mercante Cantabria. Por su coraje en esta campaña fue ascendido a teniente de fragata y se le concedió la Cruz de la Marina de Diadema Real. Tras su ascenso a capitán, pasa a desempeñar en 1836 el cargo de jefe de mesa y secretario de Su Majestad con ejercicio de decretos. En 1840 asciende a brigadier y María Cristina le designa ministro de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar, pero dimite a los cuatro meses debido a la expulsión de España de la Regente. Al año siguiente vuelve a Ferrol, represaliado por su anterior actividad política. A partir de 1843 llegó a ser capitán general de los departamentos de Cádiz, Ferrol y Cartagena, vicepresidente de la Junta del Almirantazgo y senador. Entre otras condecoraciones, poseía la gran Cruz de San Hermenegildo.

Esta introducción viene a ser un resumen biográfico al uso, pero, orillando los numerosos hitos de su carrera, que sería prolijo y cansino, optamos por aquellos pasajes que nos parecieron los más significativos. Nos encomendamos, pues, al periodista, escritor y poeta Teodosio Vesteiro Torres (Vigo, 1847-Madrid, 1876) que nos dice que “apenas cumplidos los 13 años, obtuvo la plaza de guardiamarina el 5 de septiembre de 1806 y entró como tal en el Departamento de su ciudad natal, el 17 de octubre. Siendo joven, tenía concluidos los estudios elementales y esto le sirvió de especial recomendación. La vida de mar comenzó muy pronto para Sotelo”.

Por su parte, el ingeniero de la Armada y escritor Jorge Lasso de la Vega (Cádiz, 1792-Madrid, 1871) relata que el 17 de mayo de 1814 -contaba Juan de Dios 21 años- se transbordó Sotelo a la corbeta Descubierta a petición de su comandante, el teniente de navío don Alonso de la Riva, cuyo buque se preparaba para hacer un viaje de circunnavegación. Salió, en efecto, de Cádiz para Lima el 15 de junio, llegando a su destino el 13 de octubre. De este punto salió para Manila el primero de diciembre, a donde llegó el 9 de febrero de 1815. De aquí salió la corbeta para Cádiz el 16 de enero de 1816, verificando su regreso por el cabo de Buena Esperanza, dando fondo el 13 de mayo en el puerto de su destino, concluyendo con felicidad y acierto este viaje alrededor del mundo. Y aquí De la Vega hace la siguiente reflexión en torno a la indiferencia de escritores que ignoran o niegan las gestas de los marinos españoles. Me recuerda a la científica Ángeles Alvariño que se quejaba de que los ingleses se atribuían el éxito de las primeras expediciones cuando realmente había tomado la delantera Malaspina. Dice de la Vega:

Los viajes científicos de marinos españoles

“No es en este lugar donde podemos convenientemente detenernos a dar a conocer, o más bien repetir lo que ya hemos dicho sobre la importancia de este género de viajes científicos practicados por nuestros marinos y oficiales idóneos y competentes. Tan solo observaremos, insistiendo en protestar contra la injusticia de los émulos de nuestra nación, que no siempre los escritores extranjeros hacen la justicia que a los marinos de España corresponde en tal materia. Antes bien, hay derecho de quejarse no solo de su silencio al enumerar encomiásticamente los viajes científicos de esta especie hechos por marinos de otras naciones, sino también de la poca justificable omisión en que incurren demostrando ignorancia de lo ocurrido. Ocasión, hemos tenido de observar y de quejarnos de este notable olvido y negación de honra que a España se le hace y que también le pertenece, no solo por su primacía en el cultivo y práctica de las ciencias náuticas, sino por haber sido entre todas la primera que consumó aquella gloriosa empresa, cuando estas ciencias y su práctica se hallaban todavía en notable atraso en las demás naciones que limitaban sus viajes y descubrimientos a mares y costas muy conocidas”.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           Tras el alegato, Lasso de la Vega, retomando el hilo de la azarosa vida del militar, dice que, terminada completamente la guerra civil a mediados de 1840, tomaron incremento las disensiones del Partido Liberal y éstas fueron la causa de la dimisión de Sotelo -como ministro de Marina y Gobernación de Ultramar- presentada el 18 de junio a consecuencia de los sucesos de Barcelona. El 4 de agosto fue nombrado vocal de la Junta Superior de Gobierno y dirección de la Armada, pero rechazó el papel a causa de los episodios políticos que siguieron y fueron objeto de “persecuciones y tropelías”.

Cabe añadir que, en estas circunstancias, Sotelo y Machín expuso su vida en diferentes ocasiones y de un modo más grave en Alicante, donde estuvo a punto de ser asesinado, habiendo sido desalojado violentamente del vapor francés Océano y arrestado con incomunicación en un cuarto alto de la torre del Castillo de Santa Bárbara. En aquel ilegal e infundado arresto permaneció Sotelo desde el 2 de octubre hasta el 2 de noviembre, que lo condujo un ayudante de plaza a Valencia para ponerlo a disposición del capitán general, que lo dejó en libertad “bajo su palabra de honor”, en cuyo estado permaneció hasta el 21 del mismo mes en que, por orden de la Regencia, quedó en libertad, señalándole, no obstante, por cuartel la ciudad de San Fernando, a donde se trasladó el 15 de diciembre.

Contribuciones a la Armada

Finalmente, si hemos de concretar sus contribuciones a la Armada, añadiremos que Juan de Dios Sotelo y Machín dejó en esta una huella importante. Intervino, por ejemplo, en misiones estratégicas en el Atlántico y el Caribe, escoltó convoyes con tropas y artillería hacia Veracruz y participó en operaciones en San Juan de Puerto Rico, La Habana y Tampico. Al respecto, subrayar que, durante el siglo XIX, la Armada Española atravesó un período de declive y transformación. Tras la derrota en la Batalla de Trafalgar (1805), la Marina española perdió gran parte de su poder naval, lo que afectó a su capacidad operativa en conflictos posteriores. Algunos aspectos clave fueron la crisis tras la Guerra de Independencia Española, durante la cual la Armada quedó prácticamente inoperativa debido a la falta de recursos y barcos en buen estado. Se realizaron esfuerzos para revitalizar la flota, incluyendo la compra de buques al Zar de Rusia, aunque muchos llegaron en condiciones deplorables. Por otro lado, la independencia de las colonias en América debilitó aún más la Marina, reduciendo su presencia en el Atlántico y el Caribe.

Durante el reinado de Isabel II intentó reorganizar la Armada, pero los problemas financieros y políticos limitaron su recuperación.

Por último, Teodosio Vesteiro Torres, en el tomo II de “Galería de gallegos ilustres”, señala que, después de la contrarrevolución de 1843, Juan de Dios Sotelo Machín fue nombrado comandante general del departamento de Cádiz. En este puesto cooperó al restablecimiento del Colegio de guardiamarinas, institución de las más representativas de la Armada.

Falleció en Madrid el 15 de mayo de 1860, a los 67 años de edad.

Este artículo fue publicado en Diario de Ferrol el 18/05/2025

En el centenario del Casino de Clases ferrolano

 

Los Casinos de Clases se crearon en 1924, durante la dictadura de Primo de Rivera, con el fin de fomentar la cultura entre las clases de tropa. Los de oficiales, denominados Centros Culturales Militares, se crearon un poco más tarde, en 1937. En estos centros se impartían conferencias y se desarrollaban todo tipo de actividades como luego se verá.

Dependían directamente de los capitanes generales y eran subvencionados por el Ministerio. Los socios, que debían abonar una cuota mensual, eran los suboficiales y sargentos, y sus asimilados. Además, los pertenecientes a la primera clase disponían de una habitación propia. Era obligado asistir de uniforme y se impartían clases para reforzar la cultura de sus miembros. Era común la presencia en los casinos de personalidades que dictaban conferencias y charlas sobre temas que interesaban a los socios y allí se debatían todo tipo de cuestiones sociales, ya fueran militares o no.

 Durante la Segunda República, una vez que se creó el Cuerpo de Suboficiales, los Casinos de Clases fueron convertidos en Casinos de Suboficiales, y a partir de 1935, una vez que los sargentos fueron incorporados al cuerpo, se les permitió la entrada de manera oficial. A partir de entonces «se les prohibieron conversaciones y discusiones sobre temas de carácter político y religioso, además de las que pudieran suscitar desavenencias o antagonismos y relajación de la subordinación o menoscabo de los fundamentos esenciales de la disciplina».

Jerónimo F. Naranjo en “La escala básica de suboficiales. Un nuevo modelo para el Ejército de Tierra (1974-1989)” Tesis doctoral. Ministerio de Defensa. Madrid, 2014, escribió:

“Acudían (a los Casinos de Clases) personalidades políticas, militares e intelectuales y se alcanzaron cotas de libertad sin precedentes entre los suboficiales, que nunca más se han vuelto a lograr. Tenían una publicación propia, de gran éxito entre la intelectualidad, llamada Vida Militar. En esta publicación escribían, sobre todo, los miembros de la segunda clase hasta que en 1931 se creó el Cuerpo de Suboficiales. A partir de entonces continuaron éstos como responsables”.

¿Cómo se traducía esto en Ferrol? La prensa local informaba en 31 de marzo de 1925, al poco de autorizarse, que había sido aprobado por el capitán general del Departamento el reglamento por el cual habrá de regirse el naciente Casino de Clases. El trámite seguiría vía Gobierno Civil de la provincia en cumplimiento de la ley de asociaciones. “El casino en cuestión estará integrado por personal de las clases subalternas, por los retirados de la misma clase, maestros de arsenales, delineantes y escribientes, que pertenezcan a los cuerpos militares del Ejército y de la Armada” señalaba El Correo Gallego, añadiendo que la nueva sociedad se instalará en el bajo de la casa número 1 de la calle Méndez Núñez, esquina a de la Iglesia.

Las vísperas

El 16 de mayo, día anterior al acto fundacional, el capitán general del Departamento visitó las instalaciones del Casino de Clases, llamándole, sobre todo, la atención la biblioteca, que se hallaba nutrida de volúmenes. El presidente, Medin Benasach hizo historia de los anales del casino calificándolo de punto de inflexión en las costumbres de la sociedad ferrolana. Hubo brindis por España, el Rey y la unión del Ejército y la Marina, representados en el seno de dicha entidad.

Al día siguiente, 17 de mayo, como estaba anunciado, en el Casino de Clases se celebró una velada para solemnizar el cumpleaños de Alfonso XIII. Al acto concurrieron las primeras autoridades civiles y militares, encabezadas por el alcalde Usero Torrente, capitán general, Emiliano Enríquez Loño y gobernador militar de la plaza, Francisco Artiñano. De La Coruña se desplazó una comisión de clases de distintas armas del Ejército. La música de Infantería de Marina tocó la Marcha Real a la puerta del casino.

El salón, cuenta la crónica, tenía brillante y animado aspecto y estaba adornado con mucho gusto, destacándose entre las banderas españolas el retrato del Rey. Ocupó la presidencia el almirante Enríquez, que tenía a su derecha al general Artiñano, entre otros oficiales de distintos cuerpos., además de representaciones de la prensa local. En definitiva, el salón estaba totalmente ocupado por las clases del Ejército y la Marina, socios del casino.

El presidente pronunció palabras de gratitud a las autoridades, dedicando elogios al Rey y poniendo de manifiesto el patriotismo, la disciplina y la unión que existe entre las clases de la Marina y el Ejército. Medín Benasach terminó su discurso recitando una poesía que dedicó al monarca. Le siguió en el uso de la palabra un tal Vázquez (no constan más señas de identidad), sargento de Infantería y fundador del casino, que leyó unas “bien escritas y patrióticas cuartillas, siendo muy aplaudido”. Sucedieron distintas intervenciones, con vítores al Ejército y Marina, entre ellas una comisión del Casino de Clases coruñés. A continuación, se sirvió el champán haciendo los honores la junta directiva y tomando la palabra el capitán general Emiliano Enríquez dio varios vivas al Rey, a España, al Ejército y a la Marina.

Como segundo número del programa, el notable coro Ecos da Terra cantó varias canciones gallegas. “Demostró el coro ante el distinguido auditorio tener bien ganado el prestigio de que goza por su afinación, sus variadas voces, su disciplina y sus “encantiños” (las mujeres). Después se retiraron del salón las autoridades, organizándose el baile dedicado a la juventud femenina que remató de madrugada.

En los días siguientes se abrió un ciclo de conferencias. En diciembre del mismo año 1925, el Casino de Clases ya cambia de domicilio, instalándose en el edificio que hasta entonces había ocupado el disuelto Centro de Artesanos, la sociedad más veterana de Ferrol. Dicho edificio constaba de bajo y primer piso, ubicado en la calle Real, con entrada también por la de Dolores. Para festejar la inauguración de este nuevo local se celebró un gran baile.

Esta sociedad participaba en numerosas actividades, además de organizarlas, en muchos casos con objetivos benéficos. Tenía un cuadro de declamación que cosechaba éxito tras éxito, actuaba con exquisita gentileza de anfitrión de militares que llegaban a bordo de buques de guerra extranjeros: franceses, ingleses, italianos, alemanes…Celebraba todos los años los aniversarios de la proclamación de la segunda República y recibía visitas de altas personalidades del Gobierno de la época, incluido el monarca Alfonso XIII, al que se le entregó un pergamino pintado por el artista de O Seixo, Felipe Bello Piñeiro.

El Casino de Clases de Ferrol se vio obligado, obviamente, a cambiar de inercia tras declararse la Guerra Civil, se supone que después de las “purgas” y bajo el control y los filtros de la dictadura. No obstante, mi trabajo se detuvo en el año 1936.

Este artículo fue publicado en Diario de Ferrol, 11-05-2025

 

 

 

 

miércoles, 7 de mayo de 2025

Los “barraqueros” de la plaza de Armas

 


De siempre, los usos y reformas de las plazas públicas, nuestra ciudad no es una excepción, han sido objeto de controversias. Y es que las plazas públicas suelen ser el corazón de una ciudad, por lo que cualquier modificación en su diseño o uso genera opiniones divididas. Por un lado, hay quienes ven las reformas como una oportunidad para modernizar y adaptar el espacio a nuevas necesidades. Por otro, están quienes defienden su valor histórico y social, preocupados por la posible pérdida de identidad o funcionalidad y habrá que dejar una tercera vía para los especuladores profesionales.

Véase como a principios del siglo pasado, concretamente en 1901, surge una de estas polémicas cuando unos concejales se resisten a que abandonen la plaza de Armas unas casetas de pequeños comerciantes de la ciudad, mientras que El Correo Gallego, periódico local,  desata una batalla ante la opinión pública en la que aboga por el desalojo de dichas casetas, no dudando, en el fragor de la contienda, en calificar a los ediles de la resistencia de “barraqueros” y de servir a intereses particulares o de grupos en perjuicio de los intereses generales.

El alegato empieza con un apunte histórico para contextualizar. “Al disponer en el año 1811 el Mariscal de Campo Francisco Javier Abadía, capitán general del Reino de Galicia y protector de Ferrol, la reparación del puente de Xubia, la apertura y construcción de la Puerta Nueva y otras medidas beneficiosas para la entonces villa, dispuso también la construcción de un obelisco en memoria del célebre marino don Cosme Damián de Churruca, que debía emplazarse en la principal y más hermosa plaza de la población, la cual había de ser al mismo tiempo que el lugar de esparcimiento y recreo, Plaza de Armas, para cuyo último objeto se destinara desde su fundación y con cuyo nombre se le distingue desde entonces”, subraya el editorialista de El Correo Gallego.

Sigue diciendo que, por estos motivos, entre otros, el Ayuntamiento, en sesión del 8 de marzo de 1813, acordó dirigir al Mariscal Abadía un voto de gracias y -denuncia- “noventa años después, los sucesores de aquellos concejales se disponen a convertir aquella principal y más hermosa plaza en exhibición perpetua de barracas y trapos viejos”.

Feria del tercer domingo de mes

En otro momento el redactor abunda en razonamientos: “Tal fue el deseo que siempre tuvieron los ferrolanos por el embellecimiento de esta plaza, que, celebrándose en Ferrol desde tiempo inmemorial una feria el tercer domingo de cada mes, nunca se consintió que esta ni parte de ella se estableciese en la plaza de Armas”. Aprovecha la oportunidad, y el que suscribe con él, para desenvolver una breve historia de la que hoy conocemos como tercera feria de mes. Precisa que esta, antiguamente, se celebraba en el campo de la Batería hasta que, habiendo solicitado permiso de los vecinos para trasladarla a otro punto más céntrico, el rey Carlos III por Real cédula de 9 de agosto de 1769 autorizó para que se celebrase en la plaza de Dolores, pero no en la de Armas. De esta autorización se exceptuó el ganado de cerda que debía colocarse en el campo de Batallones.

Las obras de cestería, vasijas de madera y aperos de labranza se situaron en la plaza Vieja y las ruecas, usos, cubiertos de madera y otras obras se colocaron junto a la Iglesia de San Francisco.

“Las vicisitudes por las que atravesó nuestro pueblo y otras causas […] obligaron al municipio a desistir del proyecto de edificar un Palacio Municipal en el frente norte de la Plaza de Dolores, hoy de Amboage, cuyo espacio público y la plaza de Armas habrían de convertirse en artísticos jardines públicos”.

La necesidad de más amplio espacio para mercado público que el que hasta entonces proporcionara la plaza Vieja y la alhóndiga establecida en la plazuela del norte del Palacio del general de Marina, “obligaron a nuestros antepasados, ya que, a pesar suyo, no pudieron realizar su propósito de embellecer la Plaza de Dolores, a instalar en esta la venta de los artículos de primera necesidad, construyendo en 1825 la alhóndiga o Pero Real.

Establecido el mercado en la plaza de Dolores, a ella afluyeron los vendedores de otros efectos que no eran los artículos de primera necesidad, y durante muchos años allí se vendían, especialmente los días de feria, todos los productos de la industria del país, amén de los hierros viejos y trapería, muebles usados, etcétera. Esto hizo que la vida comercial afluyese a aquella parte de la población, vida que perdió cuando se trasladó el mercado a la calle de la Iglesia, llevando a esta el movimiento y animación que antes reinaba en la de Dolores.

El editorialista, recuperando el alegato contra los ediles “barraqueros”, prosigue: “Claro está que los vecinos de esta calle y los demás de las inmediaciones del antiguo mercado resultaron perjudicados con el traslado, pero no pusieron el grito en el cielo ni se metieron a arquitectos haciendo planos, proyectos y memorias para que continuasen las barracas en su Plaza. Lo que hicieron fue convencerse de que el bien general está por encima de los intereses particulares y cambiar de dominio, con lo cual nada perdieron y en cambio ganó mucho el ornato público”.

Legumbres y leña

No obstante, la plaza de Armas, hasta aquel momento, registró algún tipo de actividad como fue el caso de un mercado pequeño de legumbres en las primeras horas de la mañana, y el de leña los miércoles y sábados, que fue suprimido hacia finales del siglo XIX.

Volviendo al caso de la denuncia, el crítico informador especulaba que los “concejales barraqueros” pensaban construir una escalinata en el centro del frente de la calle Real y otra en el de la calle María, establecer un jardincillo o macizo en cada uno de los cuatro ángulos de la plaza y otro alrededor del obelisco, y colocar las consabidas casetas en número de 24 en el frente de la calle María. Todo esto costaría unas 9.000 pesetas.

Al parecer, los propietarios estaban conformes en trasladar sus puestos al sitio designado por la alcaldía y solo pedían que el Ayuntamiento hiciese por su cuenta las casetas, amortizando paulatinamente su coste. A este fin habían redactado una solicitud, se disponían a recoger las firmas de vecinos cuando uno de los concejales protectores recogió el documento y les hizo desistir de su propósito.

“No son, pues, los industriales de las casetas los que se oponen a su traslado y atentarían contra sus intereses si tal hicieran, puesto que estableciéndose cerca del mercado donde afluye más gente, es lógico que aumentan las probabilidades de mayor venta”.

Se dice que suprimiendo de aquel lugar los puestos y el rastro pierde mucho en vida y animación y se perjudica a los industriales establecidos cerca de aquella plaza. Se pregunta el periódico si lo que da vida y lleva gente a la plaza de Armas viene a ser la docena de casetas o es el mercado que se establece en los días feriados.

O plaza o rastro

Termina el editorial “No hay que darle vueltas o aquello ha de ser plaza o rastro. Sí, lo primero prescíndase de casetas y trapos y encárguese al arquitecto un meditado proyecto de embellecimiento que lleve a establecer en las inmediaciones del Mercado Central una bonita instalación de casetas que pueden entregarse a los propietarios de las actuales y ganarán mucho en el cambio”.

Pues, al final, ganaron los “barraqueros”, tal como prueba la foto que se acompaña, de la autoría de Pascual Rey, en la que se ven las escaleras centrales y los jardines en los ángulos de la plaza, que responde al diseño del plan que defendían los propietarios de las casetas.

Convendrá recordar al respecto que, en efecto, hacia finales del siglo XIX y principios del XX la plaza de Armas muestra su uso como mercado. La venta de piñas y leña como combustible se había trasladado al Cuadro de Esteiro en 1886; la venta de colchones, somieres, mobiliario y quincalla se mantuvo, hasta su prohibición en 1901, por un bando municipal. La venta de tejidos y otros géneros se permitió, pero organizándolo en casetas instaladas en un lateral, mientras que el comercio de las aguadoras se mantuvo hasta 1911.

Queda también constancia en el relato que inicialmente se pensó en erigir el Palacio Municipal en la plaza de Dolores. Como es sabido, esta obra se llevó a cabo en la plaza de Armas en los años cincuenta, no sin que despertara duras críticas, pero España, para entonces, era una dictadura y ¡ay de quien osase contravenir a las “fuerzas vivas”!

Este artículo fue publicado en el supl. dominical Nordesía/Diario de Ferrol, el 04-05-2025

martes, 29 de abril de 2025

El médico y político Santiago de la Iglesia, objeto de una “velada necrológica” en diciembre de 1931

 

Las "veladas necrológicas" son eventos conmemorativos que se celebran para honrar y recordar a personas fallecidas. Estos actos suelen incluir discursos, lecturas de poemas o textos escritos por o sobre el fallecido, así como la participación de amigos y familiares que comparten anécdotas y recuerdos. El objetivo principal de estas veladas es rendir homenaje a la vida y obra de la persona fallecida, y ofrecer un espacio para que los seres queridos puedan expresar su duelo y encontrar consuelo mutuo.

Las veladas necrológicas no están necesariamente obsoletas, de hecho, tienen una presencia actual en diversas culturas y comunidades. Estas ceremonias han evolucionado a lo largo del tiempo, adaptándose a las sensibilidades y necesidades contemporáneas.

En la actualidad, las veladas necrológicas pueden variar significativamente según las tradiciones y preferencias de los participantes. Algunas son formales y solemnes, mientras que otras pueden ser más informales y personales. En algunos casos, se utilizan como parte de rituales religiosos o espirituales, mientras que en otros son eventos laicos organizados por familiares y amigos.

Además, con el auge de la tecnología y las redes sociales, algunas veladas necrológicas han incorporado elementos digitales, como la transmisión en vivo o la creación de memoriales virtuales. Esto permite a personas de diferentes lugares del mundo participar y rendir homenaje al fallecido.

Traigo esto a colación al haber recuperado en los periódicos antiguos un acto de estas características llevado a cabo a la muerte de Santiago de la iglesia y Santos en el Ateneo Ferrolano, del que el fallecido fue un ilustre miembro, acto que convocó a una numerosa y selecta concurrencia. Sucedió en los primeros días de diciembre de 1931. Considero que el relato puede ser de provecho para que conozcamos un poco más a este hombre que, aunque nacido en Santiago, hizo la mayor parte de su vida en Ferrol y aquí fue enterrado.

Antes de continuar adelante, quiero señalar que ya me referí en otra ocasión a este insigne personaje, pero entonces (Nordesía/Diario de Ferrol, 12-11-2023, tuvo que ver con el hecho histórico y puntual que se le atribuye al haber frenado un regicidio en Ferrol. Por cierto, de los hermanos Santiago y Alfredo de la Iglesia se ocupa el ilustre profesor Alonso Montero en el número 35 de FerrolAnálisis, que edita el Club de Prensa de Ferrol.

Balás destaca el perfil del homenajeado

Hecha esta digresión y recuperando el hilo de la velada necrológica subrayar que el primer orador fue Emiliano Balás, presidente de la entidad anfitriona, en nombre de la cual tuvo palabras de agradecimiento para los asistentes. A continuación, entró a analizar la vida fecunda de Santiago de la Iglesia, recordando sus interesantes conferencias en el anterior Ateneo ferrolano, “así como las improvisaciones que provocaban en él la controversia, que eran piezas oratorias verdaderamente tribunicias”, reza la crónica.

Habló también de su trabajo como antropólogo, botánico y entomólogo, así como de su labor en el profesorado, explicando física y química durante largos años en distintas academias particulares y en la Escuela de Artes y Oficios, conocimientos extensos de dichas materias que le llevaron al puesto de director del laboratorio municipal, que ocupaba al ocurrir su muerte.

Masones con Canalejas, entre ellos el primero de atrás,
a la izquierda, es Santiago de la Iglesia
Emiliano Balás alude a sus aficiones a la prehistoria, que le proporcionaron notoriedad entre los arqueólogos de la región, siendo notabilísima interesante y valiosa la colección de objetos históricos reunidos por él durante su época de forense en la circunscripción de Ferrol. Balás analiza igualmente la labor política de Santiago de la Iglesia y sus luchas, aludiendo al momento en que presentado candidato para diputado a Cortes, el pueblo de Ferrol le otorgó sus sufragios, “siendo aplastados e inutilizados por las malas artes que los caciques emplearon en un distrito rural (que no identifica), que hicieron imposible el triunfo rotundo obtenido en la capital del distrito”. Termina de la siguiente manera: “Al rendir este modesto tributo a su memoria y al verme viejo, enclenque y abúlico, pienso en lo efímero de nuestra existencia y exclamo: ¡admirado e ilustre compañero y amigo, hasta luego”.

Otro de los significados intervinientes fue el presidente del Centro Obrero de Cultura, Vázquez Galán, quien destacó del extinto homenajeado la condición de incansable obrero “y de su amor a los trabajadores; la inquebrantable unidad de su temple de acero cerrado a las lisonjas y las ofertas arteras”. Promete que muy pronto será publicada una amplia y completa biografía del hombre, tan justamente honrado en esa noche por el Ateneo ferrolano, leyendo al final una relación de algunas de las obras inéditas y que algún día habrán de ver la luz pública. “Yo me inclino, termina, con devoción y respeto en memoria de un honrado trabajador”.

Sanz: “memoria escrita de gratitud y ejemplo”

Por su parte, el distinguido médico de la Armada, Luis Pérez Carballa, lee unas cuartillas originales de Rodrigo Sanz, abogado, ateneísta e impulsor del agrarismo en Galicia. Empieza diciendo que la galería de vecinos ilustres de Ferrol, tan numerosa de hecho como escasa en escrito, tiene desde hace días una semblanza más que escribir y un hombre más que recordar. “50 años largos de vida activa, como amigo, como médico y maestro de tres generaciones, han distinguido y singularizado en la historia ferrolana su nombre acreedor a perenne recuerdo. Todo ello pide memoria escrita de gratitud y ejemplo”.

Ante los anhelos manifestados por algunos de hacer la biografía de hombre tan singular, dice que el Ateneo debe recoger esos esfuerzos y organizar luego él la síntesis. Trata de su ideología precisando que “era profundamente apasionado como hombre de alma recta violento a veces, pero sin odio ni envidia, tedio ni orgullo, sino siempre por amor profesando el principio de que no se puede amar una cosa sin odiar al que la odie”. Añade que su despego de las riquezas “fue el mismo que han tenido los santos canonizados por la Iglesia”.

 Tratando la faceta de político asegura que si Santiago de la Iglesia no figuró de lleno dentro del ideal socialista fue por pequeñas discrepancias, una especialmente la reclamación de los tres ochos pareciéndole que ocho horas de trabajo por igual en todo oficio y profesión era un simplismo anticientífico e irreal que no podía admitirse. Analizándolo en sus actividades varias, Rodrigo Sanz dice que tenía múltiples sorpresas, citando el caso de la lectura de un drama en prosa que una tarde leyó y que jamás imprimió ni trató de representar. “A pesar, dice, de que era un hermoso drama”.

Termina Sanz repitiendo la frase de Moriarty que Santiago de la Iglesia repetía y citaba frecuentemente y dice que, si es gran verdad que no morimos de todo, “él, en estos momentos se entera de lo que aquí estamos diciendo y sintiendo”. Pide, finalmente, que todos hagan el firme propósito de recordarlo como él lo ha merecido, “dando escrita su vida a los hombres y a los niños ferrolanos, que será darles como ejemplo cuánto de austera, esforzado y luminoso hubo en la vida del morador, que fue del Ferrol nacido en Compostela Don Santiago de la iglesia y Santos”.

Este artículo fue publicado en el supl. Nordesía/Diario de Ferrol, el domingo 27-04-2025

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miércoles, 23 de abril de 2025

El Virgen de Chamorro, un hidroavión para la guerra

 


Es casualidad que publique este episodio en vísperas de la tradicional romería en lunes de Pascua. Elegí este tema porque no dejó de sorprenderme que en plena Guerra Civil se bautizara un hidro avión, capturado a los republicanos, con el citado nombre. A los santos y a la Virgen en sus distintas advocaciones se les imploran milagros y remedios, pero ponerse bajo su amparo para lanzar bombas parece una trágica ironía. Pero no nos pongamos estupendos porque cierto es que también se mata incluso en nombre del Todopoderoso, o del dios que corresponda.

 Me llamó la atención, igualmente, que en el relato de una de las fuentes consultadas -La aeronáutica en la Armada (1917-1987), de M. Ramírez Gabarrús/J.M. Ramírez Galán. Editado por la Empresa Nacional Bazán, 1987- se dice que fue montado en el Arsenal de Ferrol. En esto se cumple aquello de hacer de la necesidad virtud.

Terminaré esta introducción –“entradilla” que decimos los periodistas- precisando que el episodio protagonizado por el Mar Cantábrico y su captura complementan el interés de este nuevo capítulo de las “Curiosidades Ferrolanas”.

“La forma en la que este avión llegó a España en 1937 podría haber sido, sin temor a exagerar, el guion de una gran novela de acción y suspense”, dice Pedro Pérez-Seoane Garau, capitán de navío director de la Biblioteca Central de Marina. Revista de Historia Naval, en un trabajo que titula “La pitillera de “Polo” y el Virgen de Chamorro”. El citado autor relata que en noviembre de 1936, un enigmático letón afincado en Estados Unidos, llamado Robert Cuse, recibió del ministro español de Marina y Aire, Indalecio Prieto, el encargo de comprar en aquel país y en México material de guerra y aviones comerciales susceptibles de uso militar para la República. Era una operación de compra compleja, porque las autoridades estadounidenses veían con recelo el eventual apoyo de su industria a uno u otro de los contendientes en la Guerra Civil española. Tan serio era el compromiso de la Casa Blanca con este estatus de neutralidad que el gobierno estadounidense pidió oficialmente a las empresas privadas que no vendieran material de guerra, lo que se conoció como «embargo moral».

Estrategias de despiste

Para encubrir la operación de compra, esta se hizo a través de la agencia comercial soviética Amtorg, establecida en Nueva York. Se adquirieron finalmente en Estados Unidos dieciocho aviones (uno de ellos, el Fairchild 91, por 60.000 dólares), cientos de motores y repuestos por valor, todo ello, de casi tres millones de dólares. Tras arduas negociaciones internas e internacionales, finalmente Robert Cuse obtuvo, el 28 de diciembre, la necesaria licencia de exportación.

El propio presidente Roosevelt decidió intervenir para evitar la salida de ese material y dio instrucciones a su gabinete a fin de iniciar la reforma, con carácter urgente, de la Neutrality Act (ley de neutralidad) vigente con la finalidad de ilegalizar definitivamente la venta de material bélico a los contendientes en España. Era una carrera contrarreloj y para ello se recurrió a un carguero español en el puerto de Brooklyn, el Mar Cantábrico, cuyo capitán, José Santamaría, aceptó embarcar los aviones, los motores y los repuestos adquiridos con destino a España. “Trabajando sin descanso, día y noche, el día 7 de enero se había logrado desmontar y embarcar ocho de los aviones y uno de los motores de respeto, a pesar de la huelga de estibadores en curso. No había tiempo para más; el Mar Cantábrico debía zarpar sin demora. A las doce del mediodía, la enmienda a la ley de neutralidad ya había sido aprobada en el Senado y se estaba debatiendo en la Cámara de Representantes, donde un único congresista (John Bernard, de Minnesota) se opuso a la propuesta del Gobierno con un larguísimo discurso que, para ganar tiempo, Bernard prolongó hasta que le informaron de que el Mar Cantábrico había salido ya de puerto. La reforma se aprobó por 411 votos contra uno”.

 Maniobras de camuflaje

El Mar Cantábrico completó la carga de material de guerra (munición y cañones adquiridos por el embajador español en México, Gordón Ordás) en el puerto mexicano de Veracruz, de donde zarpó el 19 de febrero rumbo a España. Consciente del elevado valor militar de su carga, el capitán del barco tomó medidas durante el tránsito del Atlántico para evitar que el buque fuese interceptado por la flota nacional a su llegada a la costa española. Y así, la carga en cubierta se cubrió con lonas pintadas; se mantuvo un estricto silencio en radio y, para hacer pasar el carguero por un barco británico, se izó el pabellón inglés y se le pintó en el costado un nuevo nombre, Adda, y en la popa, el nombre de su falso puerto base, «New Castle» (sic). Los servicios de información de los “nacionales” dieron cuenta de todos los detalles y en la mañana del 8 de marzo, el crucero Canarias localizó al Mar Cantábrico en el golfo de Vizcaya. “Tras horas de persecución y varios disparos disuasorios al mercante, poco antes del anochecer su tripulación abandonó finalmente el buque en tres botes que fueron luego rescatados por el crucero Canarias”, añade Garau.

El caso es que esta maniobra sucedió en presencia de cuatro destructores ingleses que acudieron a la llamada de socorro que había hecho el falso Adda, haciéndose pasar por buque británico atacado por uno español. Por fin, el Mar Cantábrico fondeó en Ferrol en la tarde del día 10.

No omitiremos otro peculiar detalle protagonizado por el comandante de Artillería Naval Leopoldo Brage González, al que se le asignó la misión de montar el avión, ponerlo en vuelo y asumir el mando de esta singular escuadrilla de una única aeronave. “Como singular fue también que se le asignara este mando a pesar de no ser piloto, ni tener siquiera el título de observador”. El comandante Brage, destinado desde 1932 en la Aeronáutica Naval, había sabido suplir la falta de titulación aeronáutica con grandes dosis de entusiasmo y pericia, lo que le había granjeado la confianza del mando y su asignación, en 1936, como jefe de aquella escuadrilla de los vetustos Savoia 62 en su base de Marín, Pontevedra. Allí fue donde adquirió gran experiencia, volando en todas las misiones, como observador, una media de 75 horas mensuales. Tras su montaje en Ferrol, el Fairchild 91 fue bautizado como Virgen de Chamorro, en honor de la patrona de la ciudad, como queda dicho.. Llegó a prestar 150 servicios de guerra, acumulando más de 425 horas de vuelo sin ningún accidente grave. Popeye, como solían llamar al Chamorro por su mascota pintada en el casco, siguió en activo hasta que, cuando termina la guerra, ya queda fuera de combate por falta de repuestos. Como características principales cabe señalar que tenía 14,2 metros de longitud y 17 de envergadura; pesaba cerca de 3.000 kg y estaba propulsado por un motor radial Pratt & Whitney Hornet S2E-G, de 750 caballos de potencia, que le proporcionaba una velocidad máxima de 260 km/h. Tenía capacidad para transportar ocho pasajeros, además de los dos pilotos, todos ellos alojados en tres cabinas independientes.

Esta colaboración fue publicada en el supl. dominical Nordesía/Diario de Ferrol, el 20-04-2025

 

lunes, 14 de abril de 2025

Los correos marítimos de los siglos XVIII y XIX: El pulso de Ferrol por evitar la dependencia de Coruña

 

Vapor Alfonso XII, 1875

Por Real Cédula del 14 de mayo de 1514, el Rey Fernando el Católico, que era II de Aragón y V de Castilla, estableció el primer "Correo Mayor de las Indias y de las Islas y Tierra-Firme del Mar Océano descubiertas y por descubrir". Por otra Real Cédula dada en Toledo en octubre de 1525, el Rey Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, refrendó el cargo de Correo Mayor de las Indias. También se reafirmaron sus funciones y los privilegios anteriormente concedidos, al tiempo que se ordenaba el estricto cumplimiento y respeto de sus disposiciones.

Un Real Decreto emitido por Carlos III en agosto de 1764, establecía la creación de los "Correos Marítimos de Indias", despachados desde España por el puerto de A Coruña. A partir de entonces, el correo considerado no era solamente el oficial, también entraba el correo particular en todos sus aspectos.

Y ¿qué sucedía en Ferrol a esas alturas? No tardaron los notables de la ciudad en emprender acciones que evitara su dependencia de la ciudad coruñesa, aunque el pulso echado tuvo un largo recorrido, con innumerables vicisitudes. Cuenta Montero Aróstegui en su historia de Ferrol que a medida que las necesidades fueron aumentando con la población emergente y con el gran consumo, que ocasionaba el considerable número de buques, tropas, empleados y obreros del Arsenal, fueron también acudiendo diversos comerciantes, mercaderes y capitalistas que fijaron aquí su residencia. Pero el comercio estaba limitado al consumo del pueblo por falta de habilitación, desde que, establecido el riguroso sistema fiscal, se fijaron puntos para este o el otro tráfico y Ferrol se veía en la precisión de abastecerse de todos los géneros en el inmediato puerto de La Coruña, habilitado ya para el tráfico con las Américas en virtud de gracia concedida por el emperador Carlos V en el año 1525.

Agrega Aróstegui que, para evitar los perjuicios que aquella dependencia mercantil causaba a la capital del departamento, “que era entonces el pueblo de mayor consideración de Galicia” y a un puerto como el del Ferrol, “que, por su capacidad, seguridad y limpieza, estaba reconocido por uno de los mejores de Europa”, acudió el Ayuntamiento a S.M. en 18 de marzo de 1778 solicitando la habilitación para el libre comercio. Pero esta petición no halló por entonces respuesta favorable y aunque se repitió en 1788, proponiendo al mismo tiempo el arbitrio para la construcción del nuevo muelle, solo se pudo conseguir por Real Orden de 23 de septiembre del mismo año, la habilitación para la entrada de buques extranjeros que condujesen efectos navales.

Las limitaciones del consumo

El comercio tuvo que limitarse al consumo de los individuos de la plaza, Marina y Maestranza, “pero -insiste el historiador ferrolano-bajo la dependencia del puerto de La Coruña, que era el más próximo, habilitado para el comercio general”.

Inasequibles al desaliento, las negociaciones, por parte de las autoridades locales, prosiguieron por medio del Ministerio de Marina, solicitando la gracia que ya se concediera incluso a puertos como los de Marín y Gijón. Por fin, en virtud de los pasos e influencia que, en la Corte, ejerció Juan José Caamaño, pudo conseguirse en 1797 la habilitación para el comercio extranjero, gracia que después no solo se amplió a la libertad general por Real Orden de 27 de mayo de 1802, sino que a consecuencia del Reglamento del 6 de abril del mismo año, mandando reunir los correos marítimos a la Marina Real, se trasladaron a Ferrol los buques, oficialidad y empleados de aquel ramo que, por espacio de 40 años, habían residido en la vecina Coruña.

No pararon aquí las concesiones, señala Aróstegui, pues, por Real Orden de 19 de junio de 1803, se mandó construir la carretera que, enramando con la general de Castilla, debía poner a Ferrol en comunicación con los pueblos del interior, favoreciendo de esta manera las necesidades y requisitos de un verdadero puerto mercantil. Tal era el deseo que existía en aquella época de dar vida “a la capital del mejor departamento naval de nuestra península” que, al ver el naciente comercio del Ferrol, el halagüeño porvenir que se le presentaba, el cuerpo municipal remitió a Su Majestad una razonada exposición, solicitando el establecimiento de un consulado de mar y tierra extensivo a todos los puertos y pueblos comprendidos en la Diócesis de Mondoñedo, con el fin de proteger y fomentar su agricultura e Industria y Comercio. Pero, en este caso “todas las ilusiones, que los ferrolanos habían formado a la vista de tan brillante porvenir, desaparecieron como el humo con la paralización de las obras de aquella carretera, que se reanudarían más tarde.

El pueblo siguió incomunicado y su comercio tuvo que limitarse al consumo ordinario por no tener medios de ensanchar el campo de sus previsiones. Solo el Arsenal proporcionó a contratas de la construcción naval víveres, maderas y otros artículos, evitando en cierta manera la especulación.

 Nuevo reglamento

Retomando el asunto de los correos marítimos, será preciso añadir que, para continuar con este servicio, el 10 de septiembre de 1809 se firmó un nuevo Reglamento en Sevilla, que estuvo en vigor hasta el año 1827, de acuerdo con el cual, los correos marítimos siguieron dependiendo de la Real Armada. “Fue un período difícil y convulso, con la Guerra de la Independencia contra los franceses en España al principio, y las Guerras de Independencia de las tierras del continente americano y de Filipinas contra la Metrópoli, España, después. Hasta que, en el antes citado año 1827, el inmenso imperio español quedaba reducido a algunas islas en el Caribe y en el Pacífico, y a ellas quedaban reducidos los Correos Marítimos”, subraya Marcelino González Fernández en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Mar (22/03/2022).

Tras numerosos avatares y adaptación a las exigencias de cada momento histórico, finalmente, desde 1861 hasta la pérdida de las últimas tierras en el Caribe en 1898, los servicios de correos con aquellas tierras corrieron a cargo de la Compañía Transmediterránea. Y tras las independencias de las últimas tierras españolas en América y el Pacífico, los correos marítimos continuaron amoldados a las nuevas situaciones y a las nuevas reglamentaciones, con acuerdos bilaterales y multinacionales. “Aunque no está de más recordar la 23 regularización del correo a nivel mundial, alcanzada por la Unión Postal General nacida el 9 de octubre de 1874, que en 1878 pasó a llamarse Unión Postal Universal (UPU)”, precisa el mencionado autor, quien termina su discurso de esta guisa:

Supresión de los cañonazos

“Solo resta decir que los Correos Marítimos con las Indias Occidentales, las Américas, han sido muy importantes para las relaciones de todo tipo entre España y las tierras al otro lado del Atlántico, primero como colonias, y después como estados independientes, con los que siempre se han mantenido, o se han tratado de mantener, unos fuertes lazos de amistad, en muchos casos reforzados por la gran cantidad de emigrantes españoles que se iban a "hacer las Américas”.

Y para terminar, la anécdota: La Gaceta de Madrid, equivalente al BOE, en fecha 28 de marzo de 1913, recogía una Real Orden por la que se ordenaba que se suprimiesen las señales del cañonazo que se disparaba cada vez que entraba o salía de puerto el correo marítimo. Entendían las autoridades superiores que dichas señales no tenían fundamento práctico alguno. Cabe suponer que se arrastraba de etapas anteriores como un aviso al contorno.

Este artículo fue publicado en el suplemento dominical Nordesía/Diario de Ferrol en fecha 13-04-2025