lunes, 24 de marzo de 2025

Ángela Ruíz Robles, en el 130 aniversario

 

El próximo sábado, (29 de marzo de 2025), hará 130 años que nació la maestra e inventora Ángela Ruiz Robles, ferrolana de adopción y devoción. Tal es así que quiso enterrarse en Serantes, deceso ocurrido en el año 1975. Amaba la naturaleza, pero, sobre todo, dicen sus hijas, necesitaba el mar.

La maestra e inventora había nacido en Villamarín (León) y tras aprobar la oposición al magisterio fue destinada a Santa Uxía de Mandiá. Ejerció la docencia, además de la parroquia citada, en el Hospicio Municipal y en el grupo escolar Ibáñez Martín. Sin abandonar este capítulo, reseñaré, asimismo, que Ángela Ruiz Robles llegó a fundar la academia “Elmaca” que respondía a las iniciales de los nombres de sus tres hijas, Elena, Elvira y María del Carmen. Este colegio fue pensado para jóvenes que quedaron sin trabajo tras la contienda civil. Vivió una monarquía, dos dictaduras, una república y una guerra civil.

Como datos puramente curiosos, señalaré que en sus primeros años en Mandiá fue amonestada por el alcalde por montar a caballo, postura que era considerada indecorosa para una mujer. Por otro lado, en el 1936 fue objeto de un expediente de depuración por haber firmado una suscripción de 0,50 céntimos para ayuda de maestros presos en la revolución del 34 en Asturias, expediente que luego fue anulado.

Entre sus inventos principales -empezó con un procedimiento taquigráfico- está el libro mecánico, el atlas gramatical y nuevo método taquigráfico. Escribió dieciséis obras, siempre orientadas al objeto de su profesión, la enseñanza.

No abundaré en el aspecto biográfico, resumido con anterioridad y generosamente tratado y circulado a través de documentos de todo tipo, incluidos los audiovisuales con entrevistas y reportajes. Por si ello fuera poco, los ministerios de Economía y Competitividad y Educación, Cultura y Deporte editaron en 2013 el libro “Ángela Ruíz Robles y la invención del libro mecánico”.

 De modo que, para la ocasión, a tenor de la próxima efeméride, se me ocurrió sumarla al espacio de las “Curiosidades Ferrolanas”, afrontando su trayectoria en esta comarca a través de los periódicos de la época, para detenerme en los años que marcan los hitos principales de su trayectoria en los campos de la docencia y, mayormente, de la inventiva.

Actuación del vecindario de Mandiá

Una década después de haber tomado posesión, estaríamos en el año 1929, los vecinos de la parroquia de Santa Eugenia de Mandiá hacían pública una instancia colectiva a las autoridades provinciales del Magisterio, enalteciendo los relevantes méritos de la “docta profesora nacional doña Ángela Ruiz Robles, que, en los 10 años que lleva al frente de la enseñanza, contribuyó eficazmente a la cultura del pueblo”. El relato publicado en el diario local sigue: “La actuación de dicha maestra se extiende a los hogares que visitó con frecuencia después de las horas de clase y pone lecciones a domicilio desinteresadamente sin percibir remuneración. Hoy, gracias a sus desvelos, los jóvenes de esta localidad tienen sólida instrucción y educación esmerada”.

Andando el tiempo -las cosas de palacio van despacio- como unos treinta años más tarde, El 25 de agosto de 1948, El Correo Gallego recogía la noticia: Doña Ángela Ruiz Robles, maestra nacional, Condecorada con la Cruz de Alfonso X el Sabio. Estaba destinada, entonces, en el Hospicio Municipal. El galardón obedecía a una Orden del Ministerio de Educación Nacional. “Con tan preciada distinción, se premian los servicios que a la cultura nacional lleva prestados la señora Ruiz Robles, en la que concurren méritos y circunstancias tan extraordinarias que la han hecho acreedora a tan señalada recompensa”.

 A raíz de esta condecoración, se abre una suscripción con el fin de regalarle las insignias de la citada Cruz entre el Magisterio Nacional y las entidades y personas que con sus peticiones han contribuido a la concesión de tan alta recompensa.

En diciembre de 1949, ya metida en la piel de inventora, pasa unos días en Madrid para obtener la patente de un nuevo ingenio, el del procedimiento mecánico eléctrico y a presión de aire para lectura de libros. La patente lleva fecha de 16 de diciembre actual y está otorgada por el registro de la propiedad industrial. Con ello, Ángela Ruiz Robles podrá dedicarse a la fabricación de libros totalmente distintos de los actuales, los cuales, accionados mecánica o eléctricamente o presión de aire, podrán lanzar fuera de su formato las páginas que traten sobre el tema que se pretenda estudiar. En una entrevista manifestaba que había recibido proposiciones de Washington para explotar la patente de sus inventos en Estados Unidos y en otras naciones.

La imposición de las insignias

Corría el 20 de junio de 1950, cuando los medios de comunicación de la época daban cuenta de la imposición de las insignias de la Cruz de Alfonso X el Sabio a la maestra nacional Ruíz Robles. El acto se celebró en el Ayuntamiento de Ferrol. Las crónicas hablan de la gran relevancia y asistencia de las primeras autoridades, con el acalde Alcántara Rocafort a la cabeza, así como representaciones del magisterio local y otros numerosos invitados que con la corporación municipal llenaban el amplio salón. El alcalde hizo uso de la palabra en términos encomiásticos y dio lectura a la orden de concesión de la apreciada Cruz de Alfonso X el Sabio, entregando las insignias el director del Instituto de Enseñanza Media, Don Joaquín García Álvarez, quien ostentaba la representación del ministro de Educación Nacional y la del rector de la Universidad de Santiago. Obviamente, Ruíz Robles fue objeto de encendidos elogios y esta dio las gracias muy emocionada.

Huelga señalar que Ángela Ruiz Robles estaba muy solicitada para las entrevistas.  El Correo Gallego de 22 de junio de 1950, recogía un diálogo con el periodista Emilio Alcira. Preguntada por su sueldo, manifiesta que gana algo más de 14.000 pesetas en la categoría mayor. Recuerda que en el año 1927 hizo oposiciones restringidas a sueldo y saltó 3 o 4 categorías. Le quedaban a esa altura 16 años de vida laboral por delante. Dice que su mayor deseo siempre fue el evitar sacrificios a la juventud que estudia. “Por eso mis inventos, de la gramática, mapas y otros trabajos. Yo estimo que los muchachos, al salir de sus clases, deben marcharse a jugar y a seguir siendo niños”.

Agrega que trabaja mucho y descansa poco. Subraya que sus compañeros han hecho todo lo posible por ayudarle y les expresa su agradecimiento. Finalmente, precisa que su mayor alegría en aquel momento era la de ser abuela.

El 25 de abril de 1957, un columnista que firma como “Lora”, en la sección “Reflejos” de la contraportada de El Correo Gallego, bajo el título “Una inventora” hace una especie de balance de los éxitos de Ruíz Robles. Recuerda que los aparatos de doña Ángela Ruiz Robles han sido seleccionados entre un millar, “por lo menos”, para concurrir al sexto Salón Internacional de los Inventores de Bélgica. “Sucede que allí, en Bruselas, se le concede a nuestra inventora una medalla de bronce”.

Y Ruiz Robles sigue siendo noticia, en este caso al ser invitada (octubre de 1957) por el comité organizador de la XVII Feria oficial y nacional de muestras de Zaragoza. Para terminar, añadiré que, en la noche del 13 de noviembre de 1958, quedó abierta al público en la capital (Madrid), la exposición del torneo nacional de inventiva e Investigación y la crónica señala: “Entre los participantes, dos mujeres, doña María del Pilar Magret Viñolas, que presenta una máquina para fabricación de mosaicos de mármol y granito artificial y doña Ángela Ruiz Robles que expone procedimientos pedagógicos mecánicos de indudable ingenio”.

Este artículo fue publicado en el suplemento dominical Nordesía/Diario de Ferrol el 23-03-2025

 

 

 

 

Manuel Fernández Flórez, superviviente del “fuego amigo” del Real Carlos y el San Hermenegildo

 


Nos suena mucho Juan Flórez, no tanto su padre, Manuel Fernández Flórez.

“Es hoy el mejor marino de nuestra armada y el único de cuya superioridad no me avergüenzo”, dijo un día el ilustre marino y político Juan Bautista Topete (1881-1885), pocos años antes del fallecimiento de aquel.

“No suena su nombre en homéricas empresas, pero siempre y en toda ocasión dio claras y relevantes muestras de un valor a prueba de una integridad intachable y de una modestia ejemplar”, subrayamos de un apunte biográfico firmado por Manuel Molina.

Este autor dice que nuestro personaje es nacido en Ferrol, dato que, como luego veremos, es desmentido por Mercedes Puyol. Es verdad que ingresó en esta ciudad al servicio de la Armada y haciendo los viajes de prácticas se encontraba cuando sobrevino la invasión napoleónica en España. Entonces pasó a prestar sus servicios en el Ejército de Tierra, donde todo concurso era necesario, y se encontró en numerosas acciones, entre ellas el ataque a la ciudad de Lugo para liberarla de las tropas francesas en 1809.

Vuelto después de la Guerra de la Independencia al servicio de la Armada, navegó en diferentes barcos y surcó todos los mares, acreditándose entonces como experto marino, obteniendo los ascensos reglamentarios hasta el de teniente de navío, siempre en el mar.

Después pasó a desempeñar cargos y destinos en tierra, en los que supo acreditar igualmente toda su competencia y su actitud irreprochable, entre ellos el de director superintendente de la Real Fábrica de Jubia y el de ministro de la Contaduría General del Tribunal Mayor de Cuentas. Cuando fue nombrado para este último cargo, había alcanzado ya la graduación de capitán de fragata, habiendo mandado, entre otros barcos, el Isabel la Católica.

Contrajo matrimonio con Rosa Freire Ríos y de este matrimonio nació Juan Flórez, que tan activa parte tomó en los trabajos para la construcción de la línea férrea de Galicia, habiendo sido alcalde en dos ocasiones de la vecina ciudad coruñesa, en donde una céntrica calle lleva su nombre.

Manuel Fernández Flórez murió en la ciudad de Ferrol y estaba en posesión de la gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo y muchas otras medallas y condecoraciones que señalaban otras tantas fechas culminantes de su vida.

José M Albacete en el Almanaque de Ferrol, 1909, recoge un singular hecho histórico que consideramos de interés reproducir.

Se cuenta que Fernández Flórez hubo de correr grave peligro. “Fuese o no persona habitual y fervorosamente religiosa, aunque debemos suponerlo, es lo cierto que en el peligro recuerda siempre el cristiano que hay un cielo donde mirar, un Dios a quien pedir y unos santos a quienes invocar”. José M. Albacete continúa narrando que lo que el superintendente prometió, si se salvaba de morir ahogado, consistiría en erigir una capilla al santo del día. Era esto el 12 de julio en que la iglesia venera a San Juan Gualberto. El superintendente se salvó y la promesa fue cumplida. A esta causa obedeció el que por primera vez apareciera en Xubia la efigie de San Juan Gualberto, nombre que, si bien altamente venerando, no es de popularidad por estas regiones.

Contra lo que afirma Manuel Molina Mera, Mercedes Pujol, en el libro dedicado a su hijo “Juan Flórez. El ferrolano, que dejó atrás la Marola”, señala que el padre de Juan era natural de Cangas de Tineo, hoy Cangas del Narcea, donde nació el 9 de diciembre de 1779 y sentó Plaza de Guardiamarina en Ferrol en 1795.

La tragedia

¿De qué siniestro se salvó Manuel Fernández Flórez? Navegaba en el Real Carlos (foto superior), navío que había participado, como miembro de la escuadra, en la famosa batalla de Brión, cuando, el 12 del mismo mes, inducido por los ingleses, se produjo un enfrentamiento entre dicho barco y el San Hermenegildo, pertenecientes ambos a la escuadra española. Dejemos que el historiador Montero Aróstegui relate lo ocurrido:

“No bastaba que el hambre hubiese afligido a Ferrol en el año 1801. Otras desgracias tuvieron también que lamentar con la desastrosa pérdida de sus hijos. España tendrá siempre que deplorar la catástrofe acaecida en la fatal noche del 12 de julio de aquel año, en que, por una estratagema cobarde y criminal de los ingleses, se han volado en el Estrecho de Gibraltar los navíos Real Carlos y San Hermenegildo, ambos de 112 cañones, los cuales, creyéndose enemigos, se batieron uno contra el otro del modo más encarnizado a las órdenes de sus valientes y desgraciados comandantes, don José Esquerra y Don Manuel Emparan. 

Solo unos cuántos individuos pudieron salvarse de aquella terrible catástrofe arrojándose al mar antes del incendio en un chinchorro del San Hermenegildo y en la falúa del Rey Carlos, dónde pudieron salvarse unos 40 hombres con el guardiamarina Manuel Fernández Flórez, que llegaron a Cádiz en la tarde del 13, medio desnudos y cansados de hambre, de sed y de fatigas. Del San Hermenegildo solo se salvaron otros seis marineros, los cuales cogieron del agua y metieron en el chinchorro al capitán de fragata don Francisco Vizcarrondo, segundo comandante entonces del expresado navío.También se salvó el patrón de la falúa del Rey Carlos, que fue a parar con las corrientes a las playas de Tánger. Estos marinos fueron los que contaron tan horroroso suceso y los tristes coloquios de los comandantes y tripulaciones de ambos buques, cuando estando ya perdidos reconocieron su error”.

El papel de informante

Pero, al respeto de la información del dramático suceso, en el expediente militar, que custodia el Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán, en el Viso del Marqués, se conserva el escrito fechado en San Ildefonso el 30 de agosto de 1801, en el que el propio Manuel, de camino a Ferrol informa a Carlos IV de la tragedia ocurrida entre el Rey Carlos y el San Hermenegildo y solicita que le conceda el grado que considerase oportuno. Y dice:

“El suplicante señor es uno de los tres únicos oficiales y guardiamarinas que, por especial providencia, Dios logró salvar la vida. […] Siendo el primero que dio la noticia de la desgracia acaecida, por supuesto, señor, que el exponente perdió todo. […] Habiendo tenido que empeñarse para costear la preciada decencia y tener la honra de presentarse a los pies de vuestra majestad e implorar su real piedad.”

Efectivamente, y con la mayor celeridad, el 1 de septiembre de 1801 el monarca firmaba su ascenso a alférez de fragata.

No obstante, hay que aclarar que su hijo Juan Flórez había nacido dos años antes de este suceso, lo cual supone que su padre observaba previamente devoción a San Juan Gualberto, al que luego erigió la capilla en la Fábrica de la Moneda a cuyo frente siguió hasta su muerte. En ese domicilio familiar vivió con su hijo Juan, cuando este no estaba embarcado y mientras no se trasladó a la vecina Coruña.

Este artículo fue publicado en el suplemento "Nordesía"/Diario de Ferrol el 16-03-2025

viernes, 14 de marzo de 2025

La ronda a las Pepitas podría hundir sus raíces en el siglo XVI, frente a la versión más extendida que data el hecho a finales del XIX

 


Con este hago el número cien de los artículos o colaboraciones englobadas en el título de “Curiosidades Ferrolanas”, sección Historia, que se publica semanalmente en el suplemento Nordesía. Atrás queda aquel “Chamorro, del siglo XVII al XXI”, en doble página, con el que arrancaba el 9 de abril de 2023.

Al tratarse de un número redondo pensé en un trabajo especial, no en la forma, sí en el tema, algo que fuese muy nuestro. Habida cuenta de que todo lo que abordo en las “Curiosidades”, guarda relación directa con Ferrol, no se presentaba tarea fácil así que, después de darle unas cuantas vueltas, me quedé con un acontecimiento próximo en el tiempo y, además, único en el mundo, al menos que se sepa hasta ahora, como es el fenómeno social, cultural, artístico y tradicional de la ronda a las Pepitas en la noche del 18 de marzo.

Y lo celebramos con un titular rompedor, mejor dicho, provocador, si se tiene en cuenta que la generalidad de autores y estudiosos sitúan el origen de la ronda en el último tercio del siglo XIX.

Abro paréntesis, para darme un poco de autobombo, ya que, a lo largo de estos cien artículos, se dieron incluso algunas “novedades”. Se cayó algún “dogma” como que el arroz con leche no fue una idea del clérigo ferrolano Fernández Varela, sino que, incluso, la costumbre data de mucho antes de que naciera este o que el poeta Luis Sipos no era ferrolano sino natural de Viveiro (Lugo) o que la Sociedad Filarmónica Ferrolana se funda en el año 1919 y no en 1949, por citar ejemplos. Pues, vamos al grano.

“Ya en el siglo XVI, en la época del burgo antiguo, antes de que hubiese surgido el barrio de la Magdalena, los ferrolanos del siglo XVI y XVII salían en la noche de San José a cantarle a las mozas solteras coplas medievales acompañadas de vihuelas y zambombas. La costumbre hecha tradición siguió adelante en el siglo XVIII cuando las vihuelas se transformaron en flautas dulces, guitarras y violines y que el fenómeno tomó cuerpo en el siglo XIX merced a la inercia popular”.

Y ¿quién dice esto?, ¿Cuál es la fuente en la que bebo? Nada menos que la firma del periodista, poeta, cronista oficial de la ciudad, el recordado amigo y entrañable maestro de periodistas de mi época, Mario Couceiro, que abordó el asunto en el Ferrol Diario hace ahora precisamente cincuenta años.

Segunda versión 

Como acabamos de ver, Marius también hace referencia a esa segunda versión que sitúa el origen de la ronda en el siglo XIX “en el que nuestros abuelos volvían con algún dinero de Cuba y un bello terno de alpaca, junto con canciones ultramarinas en las que “según las letras más comunes el amor estaba representado por una paloma torcaz”. Añade el ilustre cronista que de todo aquel bagaje importado nos quedamos de manera especial con la habanera, pero también el vals, los danzones, las polkas y las baladas gallegas “sutilmente traducidas al castellano”.

Tirando de su sapiencia y aguda ironía, matiza “Si la segunda versión es la cierta, la tradición de nuestras canciones data de los últimos ochenta/noventa años (Mario escribe esto en 1975) y ha sido importada desde nuestra última colonia americana”. Parece quedar claro, que nuestra fuente se inclina, sin demasiados disfraces en el lenguaje, por la primera versión. Para el debate queda una cuestión de orden cronológico.

Es así que Juan José Rodríguez de los Ríos, un gran melómano, nacido y criado en un ambiente familiar de gran colorido musical, en “Ferrol en noche de ronda” al abordar el origen de las rondallas escribe: […] ”Paralelamente a las sociedades de recreo Tertulia de Confianza -hoy Casino Ferrolano- y la ya citada Liceo de Artesanos, se iban formando grupos de amigos que, preferentemente, se reunían en barberías - donde no faltaba una guitarra colgada de la pared- en las que se entonaban letras con músicas populares. Los grupos que se congregaban en los citados establecimientos iban a tener ocasión de mostrar el resultado de aquellas horas ensayando las canciones, agrupándose en rondallas para ofrecer sus cantos a las mujeres amadas y -posiblemente- sin proponérselo entonces, dar origen a una de las representaciones corales de mayor aceptación popular en Ferrol; La Noche de las Pepitas”. […] Estamos en las últimas décadas del siglo XIX y los incipientes cantores e instrumentistas eran en su mayoría trabajadores de la construcción naval. En ese tiempo el nombre de Josefa estaba bastante extendido entre las familias y novias de aquellos. Sin lugar a duda, alguien relacionado con el movimiento musical propuso rondar y entonar la serenata en la tarde-noche anterior al festivo para descansar y volver al trabajo al día siguiente”. Ahí queda el peculiar relato del origen de la Noche de las Pepitas, según De los Ríos.

Matiz importante

Hay un matiz importante que abordar a la hora de tratar el origen de la ronda, que extraigo de periódicos antiguos y que recojo en un artículo publicado en mi blog “deferrolparaelmundo.blogspot.com” “Acotaciones de un ferrolés”: […]  Si revisamos periódicos de antaño y hablo de la tan citada última década del siglo XIX, las crónicas señalan que "varias murgas recorrieron anoche la población hasta hora bastante avanzada obsequiando a los Pepes y Pepas que están hoy de días" (El Correo Gallego año 1887). Es importante el matiz.  A la sazón, los agasajos se repartían por igual.

Este artículo fue publicado en el suplemento Nordesía de Diario de Ferrol el 09-03-2025

 

 

 


jueves, 6 de marzo de 2025

Club Recreativo, solo para bailes de disfraces

 

Ahora que estamos en tiempo de carnaval, de culto al dios Momo, en mis cotidianos paseos por el siempre interesante cosmos de la prensa antigua hallé una entidad que despertó mi curiosidad. Se trata del llamado “Club Recreativo”, que no me sonaba. Todo me moviliza, me llama la atención, pero si la cosa va de sociedades culturales, el asunto añade un plus.

En mi afanosa investigación, tardé bastante tiempo en conocer a qué intereses respondía porque la narrativa cronológica me llevaba siempre adelante, exponiendo las actividades que año tras año, sólo por carnaval, el citado club desenvolvía, mientras que el periodista que suscribe trataba de ir a los pilares fundacionales para conocer razones y objetivos.

Ya dije que esta sociedad entraba en funcionamiento en los primeros meses del año, de cara a las actividades propias de la época de las carnestolendas y luego se eclipsaba hasta el año siguiente. Pero, ojo, que, finalmente, vi que duró desde el año 1910 hasta que se desató la sublevación de los militares en el 36 y a partir de ahí solo aparece en las efemérides.

Gran agitador cultural

Logré, naturalmente, saber a qué obedecía aquel “Club Recreativo”, gran agitador cultural de los bailes de disfraces, actividades que cosechaban buenos titulares en la prensa local y constituían una prueba de fuego para el cronista que había de elaborar el relato a base de manejar con machacona insistencia la hipérbole, el ditirambo, la lisonja literaria con el fin de reunir los más concurridos aforos, siempre utilizando el mejor, el gran coliseo ferrolano, el teatro Jofre.

No podía ser de otra manera. Obedecía a objetivos altruistas. Las recaudaciones iban directamente a los pobres enfermos que se canalizaban a través del Hospital de Caridad cuando dicha institución estaba vinculada a la gestión del teatro Jofre.

El 14 de noviembre de 1910, El Correo Gallego, periódico local, titulaba “Nueva sociedad de bailes para el teatro Jofre”. En esta columna informativa señalaba que se había registrado una reunión de “crecido” número de conocidas personas “para dar forma a la plausible idea de organizar una colectividad que celebrará magníficos festivales, incluso bailes, cuyos productos se destinarán al Hospital de Caridad para los fines benéficos del Santo Asilo”. Agrega la nota que la idea halló una favorable acogida, nombrándose ya, por aclamación, la primera junta directiva, que formó de la siguiente manera:

Aniceto Cortés, presidente

Presidente, Aniceto Cortés; vicepresidente, Pascual Rey; contador, Pablo Rodríguez; vicecontador, Ricardo Nores; depositario, Fernando Fernández; vicedepositario, Alfonso Piñón; secretario, Manuel Naya; vicesecretario, Manuel Martín y vocales: Emilio Jordán, Dionisio Larraya, Herbet Aihinssn, Alec Sweny, Luis Castro, Manuel Díaz, Juan Cervera, Emilio Otero, Manuel F. Barreiro, Francisco Rodríguez, Manuel Leira, Miguel Fernández, Rafael Álvarez, Eduardo Roibás, Bernardino Edreira, Vicente Álvarez y Alejandro Rodríguez.

Por la composición tanto en número como de personas es fácil deducir que se trataba de una directiva muy representativa de diversos estamentos ciudadanos. En los días siguientes, ante posibles habladurías, fue necesario recalcar que ninguna de las personas que formaban la directiva del Club Recreativo pertenecían a otras sociedades de bailes. “El club no persigue idea alguna de lucro personal, ni más fin que el altruista y generoso de aumentar el caudal de los pobres enfermos”.

En lo sucesivo, las crónicas de ambiente auguraban un gran éxito, como así fue, del primer festival que se llegó a celebrar coincidiendo con el fin de año, el 31 de diciembre de 1910. En adelante y hasta el año 1936, el Club Recreativo hacía acto de presencia en la prensa local para organizar distinguidos bailes de disfraces con magníficos premios. Siempre tirando de buenas formaciones musicales para amenizar las veladas, incluso llegando a contar en un par de ocasiones con la tuna compostelana.

De entre toda la literatura periodística, destacamos el alarde de El Correo Gallego, el 26 de febrero de 1928, con el que ilustramos esta colaboración.

¿Por qué la relación del club recreativo con el Hospital de Caridad?

Las penurias de la hacienda pública repercutían en la financiación del Hospital de Caridad, puesto que en el año 1859 el Estado se incautó de todas las fincas propiedad del establecimiento, entregando a cambio deuda pública. El cobro de los intereses de esta deuda fue muy problemático, recurriendo el hospital a la intercesión de ferrolanos establecidos en Madrid. Así, gracias a la intervención del ministro de Marina, se consigue el cobro de parte de los intereses.

La rifa del cerdo

A partir de 1872, el Gobierno de la nación ordena la suspensión del pago de intereses de la deuda pública. Se mantienen durante este período las acciones populares que ayudan a la financiación, como son la celebración de los bailes de carnaval y la rifa del cerdo de San Martín en los salones del hospital, acciones que se encadenan con las del Club Recreativo.

Por cierto, aunque hoy parezca curioso lo de la rifa de un cerdo, no lo era en aquellas fechas. De hecho, en la prensa de la época, encontramos esta actividad organizada con fines recaudatorios en beneficio de entidades religiosas, asilos de la beneficencia, ejército en tiempos de guerra, soldados heridos o enfermos que regresaban de Cuba, etc.

Casualmente, vemos como al final del relato confluyen disfraces y cerdo, tan presentes ambos fenómenos en las costumbres y tradiciones de estas fechas.

Este artículo fue publicado en Nordesía, suplemento dominical de Diario de Ferrol, con fecha 02-03-2025