Las
históricas riadas de Esmelle, Neda y Ares
Al hilo de
la tragedia que vive la comunidad de Valencia, hemos hecho un rastreo por las
hemerotecas porque, salvando las grandes distancias, entre ellas la ausencia de
víctimas mortales, también por esta zona han ocurrido a lo largo de la historia
graves inundaciones.
Si hemos de
echar mano de la cronología y de lo que encontramos en nuestras modestas
investigaciones, ya en el año 1859 se registró un temporal, curiosamente en
pleno mes de agosto, que estuvo a punto de llevarse vidas por delante en
Esmelle y aldeas colindantes, episodio del que me hice eco en el libro
“Curiosidades Ferrolanas II” (Embora, 2024).
Tal fue la
cantidad de agua caída que llegaba hasta el techo de las viviendas. Existe un
relato, recogido en la publicación Esperanza, firmado por el cura
párroco (que se identifica como un suscriptor)
en el que, entre otras
apreciaciones, señala que si el aguacero
hubiera durado media hora más, “seguramente la mayor parte de los
vecinos de estas parroquias (Esmelle y San Jorge) de las que soy párroco,
hubieran sido víctimas del torrente de las aguas en términos que en esta
iglesia de Esmelle llegaron a inundar el altar mayor”.
Las piedras
más enormes de los montes y las tapias de piedra más arraigadas, que eran la
división de los cercados y caminos, han desaparecido por el diluvio, quedando
estos con hoyos y aberturas inmensas que interceptaron las comunicaciones de
vecino a vecino, de tal modo que los trabajos de labranza no pueden ejercerse
ni a pie ni con carro, como igualmente no pueden concurrir a misa ni
administrarles los auxilios espirituales sin grave peligro de vida”.
La Iberia, de Madrid del 19 de agosto de 1859
también se hace eco de esta catástrofe, señalando que causó grandes estragos en
las parroquias de Cobas, Esmelle, San Jorge y Doniños. “Las aguas -explica el
mencionado rotativo madrileño- subieron hasta los techos de las casas y
arrasaron los sembrados de maíz destruyendo así el porvenir de aquellos
infelices labradores”.
Las inundaciones
de Neda
En El
Correo Gallego de 21 de diciembre de 1878, se publica una carta que dice que
al amanecer del día 19, algunos vecinos de los Castros y lugares de Santa María
de Neda preveían dejar sus casas y salvar sus ganados de una terrible
inundación, provocada por las crecidas del Belelle. Sin embargo, sobre las 9:00
horas circulaban noticias de que el temporal no tendría tan serias
consecuencias.
Las nieblas
que durante toda la mañana coronaron las montañas y la abundante lluvia que no
cesó un instante -detalla la información publicada- hicieron que a las 13:00
horas volviera el Belelle a registrar nuevo incremento, pero con tales
proporciones que saliendo de sus cauces se desbordó por los campos, inundando
la parte baja de Santa María, obligando, ahora sí, a los vecinos a abandonar
sus casas, llevando consigo sus ganados.
“La posesión
del Sr. Seselle y la fábrica de curtidos del Sr. Serrano ofrecieron muy serios
cuidados por hallarse situadas en el sitio de mayor peligro y porque entre
estas dos propiedades se interponía el Basteiro, puente que desde la riada
anterior (aquí se ve que no era la primera) carece de estribo en una parte y
hoy su arco se halla sostenido por puntales de pino. En fin, la ruina del
Basteiro hubiera causado muchos y muy graves daños, pero felizmente empezó a decrecer
el caudal a las seis de la tarde, si bien haciendo esperar nueva crecida por la
continua y no interrumpida lluvia de la noche”, subraya el citado periódico.
Añade que algunos
malhechores, aprovechando el sobresalto de los vecinos de Santa María, la
oscuridad de la noche y el ruido del viento y de la lluvia, forzaron la puerta
de la sacristía de la parroquia y penetraron en el templo para ejecutar un robo.
En dicha puerta se veían, además de las inequívocas señales de grandes golpes, diversos
daños. “Los tabernáculos o custodias de todos los altares se hallaban abiertos
y en el del mayor faltaba el copón, pero las sagradas formas quedaron depositadas
sobre los corporales. En este mismo altar se encontraba la Virgen sin corona,
sin pendientes y sin clavillo, pero de estas prendas la primera se encontró
rota y golpeada, sin duda por ser de mal metal. Hecho el reconocimiento, se
declara que faltaban el copón, un porta-viático, dos pesos del cepillo de San
Antonio y una caja de metal amarillo, hecha y grabada hace años en la fábrica
de Jubia y en la que guardaba las partículas el sacristán”, precisa la crónica
que firma Antonio Carballido.
La pluma
de Wenceslao Fernández Flórez
Otra inundación ocurrió en los
primeros días de febrero de 1910 y, curiosamente, quedó en los
"almacenes" de la prensa escrita una crónica firmada por Wenceslao
Fernández Flórez, entonces director del "Diario Ferrolano", que
llevaba el título "Agua trágica", reportaje relacionado con el área
de la villa de Neda, en la que los ríos Belelle y Basteiro arrasaron con lo que
encontraban por delante.
En los prolegómenos, WFF llega a escribir "El
espectáculo de una inundación es algo grande y bello, como toda
catástrofe". Sorprende -disculpe el lector una breve digresión- cuando
menos, esta afirmación del periodista, más tarde ilustre cronista parlamentario
y escritor. ¿Es posible abstraerse del lado trágico y angustioso que él mismo
relata para quedarse con la supuesta grandeza y belleza de toda catástrofe?
En efecto, da la impresión de que el autor nada en las aguas desbordadas entre
lo sublime y lo terrible. Es capaz de aunar catástrofe y belleza, también de
alcanzar la belleza del caos.
Volviendo al relato, el ilustre reportero señala que “las aguas han subido
medio metro sobre la carretera de Neda. Ha llovido pavorosamente. El huracán ha
pasado su escuadrón de ráfagas por toda la ciudad, dominándola. Las calles son
torrenteras; el soplo gigantesco ha apagado todas las luces y hay una angustia
de miedo en las almas ante el horror de la noche [...] A un lado y a otro, los
campos se han convertido en lagunas y los árboles de los bosquecillos emergen
del agua, duplicándose en ella, dejando islitas de verdor [...] Santa María de
Neda ha sido la parte de la comarca más castigada por la inundación [...] Las
casas de un lugar, en Valvís, muestran sus tejados sobre la masa líquida de un
color de lodo [...] Por las ventanas abiertas de las casuchas se ven los
muebles amontonados."
Otros periódicos dan cuenta también de dichas inundaciones, aunque con un
tratamiento menos relevante, en las que narran que las aguas se desbordaron a
las puertas de Ferrol, pereciendo muchas cabezas de ganado y numerosas aves de
corral.
También la villa de Ares sufrió los efectos del mismo temporal.
El Correo Gallego de 24 de
febrero de 1910 subraya en un suelto que se inundaron más de cincuenta casas.
Los ríos tuvieron gran crecida desbordándose por las calles y en una de estas
se derrumbaron dos casas y en varios comercios hubo pérdidas considerables. Los
más ancianos testimoniaron que no recordaban algo semejante.
Publicado en el suplemento dominical Nordesía/Diario de Ferrol, 01-12-2024