El pasado 27 se celebró el "día del corrector",
establecido por la Fundación LITTERAE. Y quién es esta
fundación? Es una institución dedicada a la lengua española. La
difunde y promueve su estudio mediante la formación de correctores
internacionales de textos para el trabajo editorial y en empresas, y el
perfeccionamiento de su uso en la labor de los traductores de distintas
especialidades. Empecemos por distinguir que una cosa es leer por placer
y otra bien diferente leer para corregir. En definitiva, una cosa es leer por
divertimento y otra que la lectura se convierta en un trabajo. Yo lo he
comprobado en primera persona.
Cuando me incorporé al desaparecido Ferrol Diario, en el año 1974, el director en ese momento, el
burgalés David Corral Bravo, me pidió que asumiese la tarea de corrector de
pruebas del periódico toda vez que la persona que venía desempeñando este papel
se había marchado de la empresa. La eventualidad estaba marcada por el tiempo
que se tardase en buscar el relevo. No solo acepté de buen grado la encomienda
sino que me vino al pelo para familiarizarme con algunos aspectos de la
producción relacionados con el funcionamiento de los talleres: linotipistas,
cajistas, el plomo, la rotoplana, etc, y con el propio lenguaje periodístico,
aunque este ya lo venía practicando desde unos diez años antes, en mi época de
periodista amateur, es decir, cuando mi modus vivendi era otro. Fue una prueba
de fuego porque tenía que atender no solo a la típica gazapería sino a
cuestiones de estilo. Pero una experiencia muy fructífera.
La enseñanza fue que
una vez visualizadas un buen número de pruebas o galeradas, la vista empezaba a
fallar, empezaba a leer mecánicamente, el grado de concentración se resentía,
lo que obligaba a hacer un alto en el camino, que yo aprovechaba para subir
(porque estaba en la planta alta) a la Redacción y relajarme, pero a veces las
prisas, casi siempre inevitables, impedían el tempus de recreo, que diríamos en el lenguaje escolar, y había que
tirar para adelante, pese a las rutinas y otros vicios. Siempre recordaré algunas de las erratas que se me colaron,
fallos que me cabreaban mucho cuando al abrir el periódico al día siguiente lo
primero que me saltaba a la vista era la falta de ortografía, o la palabra
repetida, o una mala concordancia...Un buen corrector de textos es como un
jardinero que lucha contra las malas hierbas, las ramas superfluas, las hojas
muertas. Felicito, pues, a los correctores ortotipográficos y les transmito
todo mi aliento en su compleja tarea, por eso, porque más o menos la conozco y
sé lo que se sufre cuando los despistes te juegan una mala pasada.
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