La Iberia era un diario madrileño fundado en 1854 por Pedro Calvo Asensio y dirigido después de la muerte de este por Práxedes Mateo Sagasta, futuro líder del Partido Liberal y siete veces presidente de Gobierno entre 1870 y 1902.
“La Iberia vivió una corta etapa de esplendor en 1885 y estimuló la vida periodística de aquellos años. Manuel Martínez Aguiar, español nacido y enriquecido en Cuba, compró a Sagasta la cabecera y pretendió realizar un periódico por encima de todos. Para conseguirlo instaló la redacción en un lujoso palacete del dentro de Madrid; contrató con altos sueldos a redactores, colaboradores y literatos y hasta adquirió caballos para que los ordenanzas no fueran a pie cuando hacían los recados. El proyecto fracasó. Martínez Aguiar se dedicó luego a la política y fue diputado a Cortes por Soria, entre 1886 y 1890”. (Juan Fermín Vilchez de Arribas, Historia gráfica de la prensa española 1758-1976)
En este periódico colaboraba, sin firma, la destacada penalista ferrolana Concepción Arenal, que atribuía un alto honor y dignidad al oficio de periodista, criticando categóricamente la indiferencia con que lo veía la sociedad de su tiempo. Aunque la distancia cronológica es mucha, no así algunas circunstancias que concurren.
Sólo cuatro meses después de haberse quedado viuda aparece en La Iberia, el 14 de mayo de 1857, sin firma como era habitual entonces, un artículo suyo que iba a gustar mucho entre el gremio, en tanto que suponía una cruda y triste descripción de esa nueva especie de hombre emergente: «El periodista». El artículo fue tan reproducido por otros periódicos que La Iberia decidió hacer justicia y desvelar el nombre de su autora:
«No sólo varios periódicos de Madrid sino también muchos de provincias, han copiado el notable artículo que publicamos poco tiempo hace con el título de El periodista. Llamamos la atención sobre esto con tanto más placer, cuanto que este artículo es debido a la pluma de una señora a quien apreciamos mucho por su talento y sus virtudes, la señora doña Concepción Arenal de Carrasco, viuda del señor don Fernando García Carrasco, colaborador de La Iberia, que falleció a principios de este año como anunciamos a su tiempo en nuestras columnas. Esta señora desde la muerte de su esposo nos ha favorecido con varios artículos de todos géneros, siempre meditados y siempre notables; uno de ellos ha sido el que ha dado ocasión a estas líneas que escribimos a riesgo de que ofendan a su modestia, para que sirvan de testimonio de nuestra gratitud, e impidan que quede oscurecido el nombre de una escritora tan digna de mención por su talento, su laboriosidad y sus conocimientos nada comunes. Estimaríamos de los periódicos que han copiado el artículo de El periodista que publicasen también estas líneas.» (La Iberia, diario liberal de la mañana, Madrid, martes 9 de junio de 1857, pág. 2, col. 1.)
El periodista -escribe doña Concha Arenal en el extenso artículo del que extraeré lo que considero más interesante-es una desdichada variedad del escritor; es en el mundo de la inteligencia el obrero condenado por su mala suerte a trabajos insalubres. Como tiene que trabajar todos los días, a todas horas, en todas las condiciones y sobre todas las materias, es preciso que sea superior a su obra, hasta el punto de no reconocerse a veces en ella.
En relación con los equilibrios que el profesional debe de observar señala: El periodista necesita comprender a los que valen más que él y hacerse comprender de los que valen menos.
Esto que describe a continuación tan gráficamente doy fe de que suele ocurrir. El periodista repite la triste prueba y pierde su más hermosa ilusión. Una noche medita profundamente y con ese recogimiento del que ha madurado una idea toma la pluma, pero la arroja al punto; en sus labios aparece una sonrisa amarga como la de un loco y dice ¿para qué? Este terrible para qué crece, crece, crece como una quemadura de fósforo, e invade hasta los últimos pliegues del corazón.
“El periodista ha de ser pobre porque el público necesita un periódico casi gratis”
Respecto a las exigencias del lector, Arenal continúa escribiendo que el periodista ha de ser pobre porque el público necesita un periódico casi gratis..
En otro momento la singular pensadora enfrenta con sabia ironía y acerada crítica los estatus de un escritor y un periodista.
¡Dichoso el que escribe un libro! Allí puede verter todo su pensamiento, sin que la necesidad bajo la forma de censura, de público, ni de partido, le imponga condiciones, sin que su inteligencia tenga otros límites que los que le señaló el Supremo Hacedor. ¿Hoy no es comprendido? Lo será mañana, despues de mañana o en el siglo que no ha empezado aún. Si su idea es fecunda puede depositarla confiado en los brazos del tiempo, que llevará a la posteridad el sagrado depósito. ¿Hoy está solo? En las generaciones venideras tendrá compañeros que le saludarán y le harán justicia. ¡Dichoso el que escribe un libro! Pero el que arroja sus ideas a ese abismo sin fondo que se llama periódico, para ese no hay posteridad.
Finalmente, precisa:
El periodista no tiene nombre, su individualidad se sacrifica a la idea; su yo se pierde en el ser colectivo; al hablar dice nosotros; es más y menos que un hombre ¿Cómo se llama? nadie lo sabe. ¿No basta que su pensamiento quede sepultado? ¡Oh! no basta todavía, es preciso que le vea descender a una tumba sin epitafio.
Literatos versus periodistas
Es importante añadir que a mediados del siglo XIX se registraba la aparición del periodista, predecesor del que vemos hoy, tomando el testigo de sabios e ilustrados personajes que lo monopolizaron durante tiempo inmemorial. Estos contribuían a la mala reputación del nuevo rol de reportero que, argumentaban, no alcanzaba la estética y belleza linguística que ellos representaban. “Al periodista se le encasilló como un hombre de medianías profesionales, un advenedizo que deambula por tierras habitadas durante milenios por los sabios y doctos”, escribe Jorge Miguel Rodríguez analizando este fenómeno (“Rasgos de la figura del periodista en los primeros tratados de periodismo en España. Hacia una identidad profesional (1891-1912)”.
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