De siempre, los usos y reformas de las plazas públicas, nuestra ciudad no es una excepción, han sido objeto de controversias. Y es que las plazas públicas suelen ser el corazón de una ciudad, por lo que cualquier modificación en su diseño o uso genera opiniones divididas. Por un lado, hay quienes ven las reformas como una oportunidad para modernizar y adaptar el espacio a nuevas necesidades. Por otro, están quienes defienden su valor histórico y social, preocupados por la posible pérdida de identidad o funcionalidad y habrá que dejar una tercera vía para los especuladores profesionales.
Véase como a
principios del siglo pasado, concretamente en 1901, surge una de estas
polémicas cuando unos concejales se resisten a que abandonen la plaza de Armas unas
casetas de pequeños comerciantes de la ciudad, mientras que El Correo Gallego,
periódico local, desata una batalla ante
la opinión pública en la que aboga por el desalojo de dichas casetas, no
dudando, en el fragor de la contienda, en calificar a los ediles de la
resistencia de “barraqueros” y de servir a intereses particulares o de grupos en
perjuicio de los intereses generales.
El alegato
empieza con un apunte histórico para contextualizar. “Al disponer en el año
1811 el Mariscal de Campo Francisco Javier Abadía, capitán general del Reino de
Galicia y protector de Ferrol, la reparación del puente de Xubia, la apertura y
construcción de la Puerta Nueva y otras medidas beneficiosas para la entonces villa,
dispuso también la construcción de un obelisco en memoria del célebre marino
don Cosme Damián de Churruca, que debía emplazarse en la principal y más
hermosa plaza de la población, la cual había de ser al mismo tiempo que el
lugar de esparcimiento y recreo, Plaza de Armas, para cuyo último objeto se
destinara desde su fundación y con cuyo nombre se le distingue desde entonces”,
subraya el editorialista de El Correo Gallego.
Sigue
diciendo que, por estos motivos, entre otros, el Ayuntamiento, en sesión del 8
de marzo de 1813, acordó dirigir al Mariscal Abadía un voto de gracias y
-denuncia- “noventa años después, los sucesores de aquellos concejales se
disponen a convertir aquella principal y más hermosa plaza en exhibición
perpetua de barracas y trapos viejos”.
Feria del
tercer domingo de mes
En otro
momento el redactor abunda en razonamientos: “Tal fue el deseo que siempre
tuvieron los ferrolanos por el embellecimiento de esta plaza, que, celebrándose
en Ferrol desde tiempo inmemorial una feria el tercer domingo de cada mes,
nunca se consintió que esta ni parte de ella se estableciese en la plaza de Armas”.
Aprovecha la oportunidad, y el que suscribe con él, para desenvolver una breve
historia de la que hoy conocemos como tercera feria de mes. Precisa que esta, antiguamente,
se celebraba en el campo de la Batería hasta que, habiendo solicitado permiso
de los vecinos para trasladarla a otro punto más céntrico, el rey Carlos III
por Real cédula de 9 de agosto de 1769 autorizó para que se celebrase en la
plaza de Dolores, pero no en la de Armas. De esta autorización se exceptuó el
ganado de cerda que debía colocarse en el campo de Batallones.
Las obras de
cestería, vasijas de madera y aperos de labranza se situaron en la plaza Vieja
y las ruecas, usos, cubiertos de madera y otras obras se colocaron junto a la
Iglesia de San Francisco.
“Las
vicisitudes por las que atravesó nuestro pueblo y otras causas […] obligaron al
municipio a desistir del proyecto de edificar un Palacio Municipal en el frente
norte de la Plaza de Dolores, hoy de Amboage, cuyo espacio público y la plaza
de Armas habrían de convertirse en artísticos jardines públicos”.
La necesidad
de más amplio espacio para mercado público que el que hasta entonces
proporcionara la plaza Vieja y la alhóndiga establecida en la plazuela del
norte del Palacio del general de Marina, “obligaron a nuestros antepasados, ya
que, a pesar suyo, no pudieron realizar su propósito de embellecer la Plaza de
Dolores, a instalar en esta la venta de los artículos de primera necesidad,
construyendo en 1825 la alhóndiga o Pero Real.
Establecido
el mercado en la plaza de Dolores, a ella afluyeron los vendedores de otros
efectos que no eran los artículos de primera necesidad, y durante muchos años
allí se vendían, especialmente los días de feria, todos los productos de la
industria del país, amén de los hierros viejos y trapería, muebles usados,
etcétera. Esto hizo que la vida comercial afluyese a aquella parte de la
población, vida que perdió cuando se trasladó el mercado a la calle de la
Iglesia, llevando a esta el movimiento y animación que antes reinaba en la de
Dolores.
El
editorialista, recuperando el alegato contra los ediles “barraqueros”, prosigue:
“Claro está que los vecinos de esta calle y los demás de las inmediaciones del
antiguo mercado resultaron perjudicados con el traslado, pero no pusieron el
grito en el cielo ni se metieron a arquitectos haciendo planos, proyectos y
memorias para que continuasen las barracas en su Plaza. Lo que hicieron fue
convencerse de que el bien general está por encima de los intereses
particulares y cambiar de dominio, con lo cual nada perdieron y en cambio ganó
mucho el ornato público”.
Legumbres
y leña
No obstante,
la plaza de Armas, hasta aquel momento, registró algún tipo de actividad como
fue el caso de un mercado pequeño de legumbres en las primeras horas de la
mañana, y el de leña los miércoles y sábados, que fue suprimido hacia finales
del siglo XIX.
Volviendo al
caso de la denuncia, el crítico informador especulaba que los “concejales barraqueros”
pensaban construir una escalinata en el centro del frente de la calle Real y
otra en el de la calle María, establecer un jardincillo o macizo en cada uno de
los cuatro ángulos de la plaza y otro alrededor del obelisco, y colocar las
consabidas casetas en número de 24 en el frente de la calle María. Todo esto
costaría unas 9.000 pesetas.
Al parecer, los
propietarios estaban conformes en trasladar sus puestos al sitio designado por
la alcaldía y solo pedían que el Ayuntamiento hiciese por su cuenta las
casetas, amortizando paulatinamente su coste. A este fin habían redactado una
solicitud, se disponían a recoger las firmas de vecinos cuando uno de los
concejales protectores recogió el documento y les hizo desistir de su
propósito.
“No son, pues,
los industriales de las casetas los que se oponen a su traslado y atentarían
contra sus intereses si tal hicieran, puesto que estableciéndose cerca del
mercado donde afluye más gente, es lógico que aumentan las probabilidades de
mayor venta”.
Se dice que
suprimiendo de aquel lugar los puestos y el rastro pierde mucho en vida y
animación y se perjudica a los industriales establecidos cerca de aquella
plaza. Se pregunta el periódico si lo que da vida y lleva gente a la plaza de
Armas viene a ser la docena de casetas o es el mercado que se establece en los
días feriados.
O plaza o
rastro
Termina el
editorial “No hay que darle vueltas o aquello ha de ser plaza o rastro. Sí, lo
primero prescíndase de casetas y trapos y encárguese al arquitecto un meditado
proyecto de embellecimiento que lleve a establecer en las inmediaciones del Mercado
Central una bonita instalación de casetas que pueden entregarse a los
propietarios de las actuales y ganarán mucho en el cambio”.
Pues, al final, ganaron los “barraqueros”,
tal como prueba la foto que se acompaña, de la autoría de Pascual Rey, en la
que se ven las escaleras centrales y los jardines en los ángulos de la plaza,
que responde al diseño del plan que defendían los propietarios de las casetas.
Convendrá recordar al respecto que,
en efecto, hacia finales del siglo XIX y principios del XX la plaza de Armas
muestra su uso como mercado. La venta de piñas y leña como combustible se había
trasladado al Cuadro de Esteiro en 1886; la venta de colchones, somieres,
mobiliario y quincalla se mantuvo, hasta su prohibición en 1901, por un bando
municipal. La venta de tejidos y otros géneros se permitió, pero organizándolo
en casetas instaladas en un lateral, mientras que el comercio de las aguadoras se
mantuvo hasta 1911.
Queda también constancia en el relato
que inicialmente se pensó en erigir el Palacio Municipal en la plaza de
Dolores. Como es sabido, esta obra se llevó a cabo en la plaza de Armas en los
años cincuenta, no sin que despertara duras críticas, pero España, para
entonces, era una dictadura y ¡ay de quien osase contravenir a las “fuerzas
vivas”!
Este artículo fue publicado en el supl. dominical Nordesía/Diario de Ferrol, el 04-05-2025