lunes, 28 de octubre de 2024

 

La sociedad ferrolana lideró hacia finales del s. XVIII el abandono de los templos como lugares de enterramiento

 

                    Recreación de la puerta principal del cementerio de Canido, obra de Xoan X. Braxe
Estamos en vísperas del día por antonomasia dedicado a la memoria de los difuntos, motivo propicio para recordar que Ferrol fue la primera ciudad en Galicia que abandonó el hábito de enterrar los cadáveres en las iglesias habilitando, en el último tercio del siglo XVIII, un cementerio, el de Canido, que sería clausurado en 1945 al ser relevado por el de Catabois. La razón, entre otras, el súbito crecimiento poblacional a raíz del asentamiento de los astilleros en el monte de Esteiro.

Fernando García González en la revista FerrolAnálisis número 9, año 1996, editada por el Club de Prensa de Ferrol, firmó un trabajo titulado “Las sepulturas en las iglesias ferrolanas”, del que extraigo algunos fragmentos.

“El hecho más interesante de este período (último tercio del siglo XVIII) es ese 11% de testantes que elige para ser sepultado en el cementerio municipal de Canido, pues rompe una tradición secular de preferencia por la Iglesia, y más cuando no era entonces un hecho habitual la sepultura en este tipo de lugares, ni en Galicia ni en el resto de España”.

Este cementerio fue construido en 1775, antes de que fuese promulgada la Real Cédula de 1787, que ordenaba la construcción de los cementerios en todo el Reino. El autor trata sobre los posibles motivos de este tipo de servicio y señala la escasa disponibilidad de lugares de enterramiento, también el hecho de ser Ferrol un puerto militar, con las probabilidades de contagio de epidemias y, finalmente, la circunstancia de que Ferrol se construyó prácticamente ex novo según modelo racionalista, que dotó a la ciudad de una serie de servicios entre los cuales se puede contar el propio cementerio.

Según los testamentos otorgados en 1805, año siguiente a la prohibición municipal de ser sepultados en lugares de templos, exceptuando un caso, todos los solicitantes piden ser sepultados en el citado cementerio. “Y más elocuentemente podemos comprobar el alcance de esta medida en la petición que hace el sepulturero del templo de San Francisco por ser contratado como enterrador del camposanto de Canido, pues se había quedado sin trabajo, al igual que el de San Julián. La razón guarda relación con el rápido crecimiento de su población que hizo que las iglesias resultasen insuficientes”.

Hemos consultado también, como no podía ser de otra manera, la historia de Ferrol de Montero Aróstegui, que nos pone en contexto acerca de la creación de esta necrópolis. De allí tomamos las notas siguientes.

“Pensó el ayuntamiento en construir un cementerio separado y con la ventilación necesaria para evitar los males que a la salud pública afectaban con la perniciosa costumbre de sepultar los cadáveres en los templos. Adquirió en 1775, en el sitio que hoy ocupa el camposanto y que se denominaba O Bacelar, tres ferrados de tierra, que cerró con tapias formando el nuevo cementerio, en cuyas obras se han gastado más de 32.000 reales de vellón”.

Pero la novedad chocaba con las preocupaciones de aquella época y ni las disposiciones tomadas en 1801, con motivo de la epidemia que sufrían las provincias de Andalucía, fueron bastantes para conseguir el objetivo de la municipalidad. Al respecto Aróstegui continúa:

“Las repetidas órdenes que el Gobierno diera sobre el particular en los años siguientes volvieron a causar nuevos conflictos en el año de 1804, “pero todo lo venció entonces la energía del jefe de escuadra don Diego Martínez de Córdoba, gobernador político militar de la plaza. Si el establecimiento de cementerios es tan útil en las grandes ciudades, en ninguna podía serlo más que en Ferrol, pues contaba en aquel año con una población de más de 40.000 almas, sin incluir las tropas de la plaza y la marinería de las escuadras surtas en el puerto. El considerable número de cadáveres que se sepultaban en las iglesias y capillas las ponían en un estado de fetidez insoportable y se temía un inmediato contagio”.

Según dicha fuente, el gobernador de Ferrol fue entonces el primero en Galicia y tal vez el único que, venciendo las preocupaciones, logró evitar los enterramientos en los templos, aprovechando la ocasión de haber llegado al puerto la escuadra francesa procedente de la isla de Santo Domingo, con las enfermedades propias de aquel país. Para ello y con el fin de vencer en parte la repugnancia del vecindario, trató de adornar y ampliar el cementerio, levantando en él una capilla.

Cuenta Aróstegui que el primer cadáver que se enterró en el cementerio fue el de Marcos Paz, carpintero de la maestranza del Arsenal “y después fueron tan activas y eficaces las disposiciones de aquella autoridad que todos sin distinción han sido enterrados en el camposanto, incluso los religiosos del convento de San Francisco, no obstante, la oposición que hizo la comunidad”.

Adquirió el ayuntamiento más terreno para dar mayor extensión, se construyó la calzada de la iniciación de la puerta de Canido, por cuya calle se conducían los cadáveres, se nombró enterrador y se dieron las instrucciones convenientes para el buen orden de aquel lugar sagrado. Las obras se fueron ejecutando por contratas bajo la dirección del arquitecto municipal don Miguel Ángel de Uría.

La figura del cementerio es un espacio cuadrilongo de 4.962 metros, cercado de una tapia. Tiene la entrada por una puerta de hierro adornada con emblemas dorados alusivos a su triste objetivo. Sobre ella se lee esta inscripción:

“Este es el lugar al que todo católico debe venir a meditar sobre la eternidad para aprender la importante y difícil ciencia de morir”. Hay que añadir, siempre según Montero Aróstegui, que los cadáveres de los extranjeros que fallecían en el pueblo y que no pertenecían a la religión católica, eran enterrados en la parte exterior del cementerio, al lado de su pórtico y con motivo de ser crecido el número de extranjeros avecindados en la ciudad, especialmente ingleses, protestantes, empleados en la factoría naval, se tenía en estudio, en ese momento histórico, construir un cementerio particular para ellos, dando al mismo tiempo mayor ensanche al camposanto católico. Antes del año 1834 se acostumbraba a depositar los cadáveres en los diversos templos de la población, oficiándose las exequias de cuerpo presente y llevándolos después descubiertos hasta el cementerio, pero a continuación de la aparición del cólera morbo en aquel año, en la mayor parte de la península se eliminó aquella costumbre. Desde entonces todos los cadáveres se llevan cubiertos desde las casas al cementerio por la mañana temprano o a la tarde, haciéndoseles después en las respectivas parroquias, los funerales correspondientes.

Así como hubo reticencias -según que autores, mayores o menores- para aceptar el enterramiento en el cementerio de Canido, luego, a la hora de clausurarlo, en el año 1945, también se mostró en el periódico local El Correo Gallego una importante controversia a través de una tribuna pública abierta al respecto. No obstante, habiendo quedado prohibido dar sepultura en el camposanto de Canido, este se mantuvo abierto a la ciudadanía al que acudía a orar por sus deudos y no fue hacia los años setenta que, después de ser trasladados los restos de vecinos cuyos familiares así lo solicitaron, quedó inhabilitado totalmente.

Habrá que recordar, para terminar, que el 11 de agosto de 1967 se exhumaron los restos del insigne historiador ferrolano Benito Vicetto Pérez para llevarlos a la necrópolis municipal de Catabois. Como también subrayar que en este cementerio fueron ejecutados ciudadanos al desatarse la Guerra Civil, entre ellos el que era alcalde a esa altura, Jaime Quintanilla Martínez.

Publicado en el suplemento dominical Nordesía/Diario de Ferrol, 27-10-2024, bajo el título genérico de "Curiosidades ferrolanas", apartado de Historia.

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